Quisiera

Quisiera tener la suerte de Hernán Solís, los aumentos y las vacaciones de los diputados, pero eso sí, con el salario del presidente ejecutivo

Quisiera tener la suerte de Hernán Solís, los aumentos y las vacaciones de los diputados, pero eso sí, con el salario del presidente ejecutivo del Banco Nacional. O todo eso junto, que sería, supongo, algo así como ser inspector del CONAVI.

Quisiera poder hacerme de la vista gorda como las contraloras, sin que pase nada. Exacto, sin que pase nada, como con los contraloras.

Quisiera que por un día los jueces penales y los fiscales fueran reos y celadores recíprocos en la cárcel de San Sebastián. Y que los verdaderos condenados les hagan visita conyugal.

Quisiera que Luis Guillermo y José María entiendan que, unidos, van a llamar la atención. Desunidos, quién sabe.

Quisiera pensar que la reforma a la Jurisdicción Constitucional es una broma pesada o una ocurrencia inconsciente, que para no perder la costumbre, terminará pagando algún mal asesor. Que nuestros derechos fundamentales seguirán a salvo, al menos formalmente.

Quisiera que no mediara tal abismo entre las escuelas públicas y privadas, entre los hospitales públicos y privados, entre los puertos públicos y privados, en fin, entre lo público y lo privado.

Quisiera que los homosexuales entiendan que no viven en Oslo o Ámsterdam y los de catadura conservadora –incluyendo los gatos pardos que se dan con el crucifijo por el pecho para juzgar cobijas ajenas−  entiendan también que no viven en el Cartago del siglo XIX ni fueron estas las tierras de Savanarola, Roberpierre o Goebbels.

Quisiera que no se maltrate a los animales que se crían para la matanza ni se abandonen en la calle los domésticos.

Quisiera que Óscar fuera la marca de una ensalada de caracolitos.

Quisiera que el dinero de la cooperación internacional se gastara en casas dignas para pobres, remozamiento de nuestros hospitales, escuelas y colegios, en vez de consultorías caras e insípidas, o en salarios de burócratas que viven de la sociedad del aplauso y el toma y daca de las cuasimafias diplomáticas y la rapiña de la cooperación internacional.

Quisiera por cierto, que cuando uno llama a un cónsul en otro país, conteste atento y solícito a los requerimientos que cualquier ciudadano le curse.

Quisiera que los superávit del INS o el ICE se invirtieran en remozar nuestros principales hospitales, desarrollar el tranvía urbano y pagarle la deuda a la CCSS, en vez del despilfarro en patrocinios y propagandas inútiles.

Quisiera que a los fondos de pensiones los dejaran “queditos”. Sin manoseos de ninguna especie.

Quisiera que los buses no entraran al centro de San José y que tampoco hubiera paradas cada cien metros, para ver si la gente camina un poco más –por salud− y los carros que van pegados atrás de los buses haciendo las mismas paradas, ahorran combustible y su dueños un poco de mal humor.

Quisiera que todas las concesiones del espectro radioeléctrico sean revaloradas y se les imponga a los concesionarios un cobro real –muy por encima del ridículo monto que pagan hoy− que genere recursos frescos, destinados íntegramente al Ministerio de Cultura, el más maltratado de todos y quizá el más necesario en esta sociedad del sálvese quien pueda, que no se eleva por encima de la farándula, el fútbol y las novelitas.

Quisiera que le cobraran impuestos a INTEL y a la Dos Pinos. Pero también a todos los millonarios escudados tras las bardas de las zonas francas.

Quisiera por cierto, que esto ocurriera antes de que nos suban los impuestos a todos los demás.

Quisiera que los candidatos a todo (presidente, diputado, y en su momento alcaldes, regidores y síndicos) declaren frente al público sus bienes antes de entrar en campaña, y después, al término de las elecciones. Y que los escrutemos todos.

Y que los ministros una vez designados, así como los embajadores, presidentes ejecutivos y directivos, también lo hagan. Pero no como lo hacen hoy, solo para la Contraloría, sino abiertamente, para que cualquier ciudadano, en cuenta periodistas aguzados, puedan contrastar, investigar y si es del caso, denunciar, como ocurrió en Brasil, en el caso más caro de corrupción legislativa que conoce la historia latinoamericana.

Quisiera que las campañas sean debates de ideas y no simples poses rejuvenecedoras, banderas y frases cortas. O intentos para meterle miedo a los electores contra unos y odio contra los otros.

Quisiera que la Sele no haga el ridículo en Brasil como lo hizo Guima en Alemania.

Y por encima de todo, quisiera que este gobierno se acabe ya. Que Johnny despeje tantas dudas y a Justo lo manden a un monasterio. Ojalá a uno de esos donde los monjes no pueden hablar. En el caso de él, además, ojalá la penitencia fuera eterna, como eterna es su estulticia, como inagotable su superficialidad.

Pero lo que más quisiera, lo que realmente quisiera, es que algún día mis compatriotas costarricenses despierten y se percaten de todas estas cosas, para que por fin entiendan que por este camino no vamos para ningún lado. No a uno bueno al menos. Eso es seguro.

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