El caso Pinto

El hombre  que  sacó a Costa Rica del anonimato   se fue,  y nadie  lo despidió  en la Fuente de la Hispanidad,  donde hasta hace

El hombre  que  sacó a Costa Rica del anonimato   se fue,  y nadie  lo despidió  en la Fuente de la Hispanidad,  donde hasta hace muy poco sobraba laurel  para tejerle coronas.

Francamente, nunca me he preocupado por los avatares del futbol, un deporte  que consigue en un par de minutos transformar al pueblo en populacho. Y no lo digo porque sea un gran negocio  turbio,  sino  por lo rudimentario de las  pasiones   extremas que despierta: amor y odio maniqueos  y sin matices.  Ni siquiera  me interesa como  tema  literario, Galeano ya le exprimió  todo el  potencial  poético.

Lo que despertó mi interés fue una nota periodística  del Al Día,  del 28 de julio: “Los 30 conflictos”. Son 30 quejas contra   Jorge Luis Pinto, que se marchó del país muy dolido, según el mismo declaró.  ¿Cómo no creer  en los testimonios?  Pinto fue grosero,  impertinente, controlador, gritón,  autoritario, megalómano… Y  hasta reclamó porque en lugar de muslos de pollo le ofrecieron muslitos…

Lo creo.  La competencia por la copa mundial  es  un escenario  de pocos miramientos, la testosterona se potencia, la adrenalina  explota… Aquí no caben delicadezas,  mandan  las   patadas y cabezazos en sentido literal y figurado.    Y  todo mundo es megalómano  porque sabe que tiene  los ojos planetarios puestos encima del cuerpo. ¡Ni  san Francisco de Asís resistiría  la tentación de la vanidad en el  Maracaná!

Por este ambiente de violencia que involucra al mundo entero es que  los  30 conflictos aparecidos  en el periódico Al Día    me parecieron  chismes  provincianos,   dimes y diretes  de  una mejenga  dominguera  en La Sabana.   Y  bastante absurda, la nota,   ya que las acusaciones  perjudican   menos a Pinto  que al futuro del futbol nacional. Porque   todo  el planeta  supo que los éxitos alcanzados en Brasil 2014 se consiguieron gracias al entrenador colombiano.  Así que la impresión de  ingratos y malagradecidos que estamos causando,   es  francamente penosa y lamentable.

El éxito   es  muy duro,  no basta alcanzarlo, hay que  mantenerlo, requiere un gran  esfuerzo, un gran compromiso,  disciplina, renuncia y fatiga… Y la  cultura costarricense, como sabemos,  privilegia  la ley del menor esfuerzo.    Quizá, inconscientemente,   los futbolistas nacionales no quieran  alcanzar grandes metas,  el  mismo tico se autodefine humilde.   Si es así,  pueden  estar tranquilos. Después del caso  Pinto es   muy difícil  que  un  buen  entrenador arriesgue  su prestigio en  un país  donde  el  éxito   se paga con serruchos.

Hace años,  este concepto de  dignidad ofendida sirvió para  justificar un crimen que ocurrió en la Embajada de Chile, y  fue cuando  el policía costarricense que hacía la guardia   asesinó, a plena luz del día,  a  tres funcionarios, y luego se suicidó.  Dijeron los medios que los chilenos  trataban  al policía de manera muy grosera.  De esta manera  el hecho  sangriento se  presentó ante la opinión pública  como  una reivindicación patriótica, y la responsabilidad del asesino, se diluyó.

El problema  fue cultural,  Jorge Pinto no entendió que estaba exigiendo demasiado.  Él  quiso el triunfo.   Ese fue su gran error.   Un error magnífico que  hizo a Costa Rica  sentirse querida y admirada por el mundo entero. Es muy penoso que se haya marchado  con  la amargura de la ingratitud.

 

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