Ecología y capital

En julio de 2011, el suplemento “Forja” del Semanario UNIVERSIDAD publicó mi ensayo titulado “La conciencia ecológica”, en el cual se abordan aspectos medulares

En julio de 2011, el suplemento “Forja” del Semanario UNIVERSIDAD publicó mi ensayo titulado “La conciencia ecológica”, en el cual se abordan aspectos medulares del saber ecológico como ciencia biológica en interrelación con otros campos del conocimiento, entre ellos, la filosofía.

Aquí el ejercicio epistemológico nos induce al acercamiento de la “Ecología” con las demás ciencias naturales y −lo novedoso y relevante− con el sistema de las ciencias sociales. Hoy, el enlace dialéctico de dicha ciencia con otras ciencias, metodológica y prácticamente, revela un nuevo orden en las relaciones entre el hombre y la naturaleza. Del antagonismo histórico se pasa a la búsqueda de formas armoniosas de interacción entre el género humano (“Homo”) y su entorno natural.

Mas el camino que conduce a un mundo de convivencia negentrópica (armoniosa) con el medio ambiente –en condiciones de desarrollo económico capitalista neoliberal− está plagado de obstáculos difíciles de superar. El cambio estructural hacia el nuevo orden nos obliga a analizar la esencia misma del modo de producción capitalista y, a la vez, reflexionar acerca de las posibilidades de resolver al menos las contradicciones más conspicuas entre este sistema económico y político y la naturaleza; esto, mientras la humanidad no termine de escalar las elevadas cumbres del desarrollo social con justicia económica, es decir, del socialismo científico.

Una formación socioeconómica regida en su accionar por el ánimo de lucro y las leyes del mercado –la capitalista− (cuando la lucha productiva y mercantil se da entre iguales), o bien, un sistema político sustentado en la ley del más fuerte (sociodarwinismo), cuando se trata de las relaciones desiguales propias del capitalismo imperialista globalizado, cuando el norte fuerte económica y culturalmente subyuga al sur empobrecido y se reparte el mundo por las buenas (competencia comercial y cultural) o por las malas (crisis económicas que se resuelven mediante la guerra y la opresión), difícilmente pueda cuestionar su naturaleza rapaz y cambiar su comportamiento con respecto al medio del cual obtiene los recursos para su reproducción. Sin embargo, la presión del movimiento ecologista internacional está logrando algunos compromisos por parte de los gobernantes de las potencias más contaminantes del Planeta, Estados Unidos y China, quienes recientemente, después de más de veinte años de no escuchar el clamor de las resoluciones de las “Cumbres de la Tierra”, se han dignado enviar señales de voluntad política para combatir el calentamiento global.

El ecologismo, en su esencia, ni deriva del pensamiento liberal ni es anejo al capitalismo. Al sistema económico burgués el ambientalismo le debe el sustrato entrópico que elabora con su forma voraz de desarrollo productivo. El consumo de los recursos naturales prima respecto de cualquier otra consideración, sea esta de vida o de orden sociocultural. Por petróleo, minerales preciosos y, pronto, por agua, los imperios capitalistas justifican cualquier guerra, se arrase o no con el patrimonio natural y cultural de algún país empobrecido.

 

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