El Estado y los partidos políticos

¿Con qué derecho pretende alguien ejercer poder sobre la vida del resto de los seres humanos? ¿Cómo se atreven unos  individuos a imponerles su

¿Con qué derecho pretende alguien ejercer poder sobre la vida del resto de los seres humanos? ¿Cómo se atreven unos  individuos a imponerles su voluntad a otros? Una sociedad realmente libre no permite imposiciones usando la fuerza: toda acción debe ser voluntaria y la agresión o la coacción nunca pueden ser justificables.

Además, la premisa de que la naturaleza del ser humano requiere que “alguien” lo controle o gobierne es falsa. Porque si fuera cierta, se necesitaría asimismo que alguien contro­lara a los gobernan­tes, porque ellos también son seres humanos que requerirían ser controlados y, por lo tanto, la premisa se autorefuta.

La verdadera naturaleza del ser humano es tal que, para sobrevivir, prosperar y ser feliz, tiene que tomar sus propias decisiones y controlar su vida, un derecho que el Estado siempre viola. Los ruinosos resultados de la oposición del Estado a las leyes naturales, mediante su constante uso de la fuerza, están escritos con sangre y explotación en las páginas de la Historia.

Tristemente, se nos ha enseñado que una votación legitima cualquier coacción. Pero no importa quién salga electo: a quien se le otorga el poder de un amo puede hacer lo que quiera, y… siempre lo hace. El poder que el sistema legal les otorga a los gobernantes, aunque sean elegidos “democráticamente”, les da autoridad absoluta sobre toda actividad económica o social, lo que hace ilusorio pensar que exista un derecho de propiedad o cualquier otro derecho que no pueda ser vulnerado en forma arbitraria por el Estado. La realidad es que la gran mayoría de la población no tiene derechos que puedan ser realmente defendidos frente al Estado.

Además, el sistema político constantemente enfrenta a un grupo contra otro. Esa situación fragmenta a un país en tribus virtuales que pelean entre sí en una jungla, también virtual, en la cual los deseos o caprichos de uno se imponen si el tamaño de su tribu es sufi­cientemente grande. La política nos divide y, al hacerlo, debilita nuestras relaciones sociales.

Hoy quien quiere saquear a otro sin ir a la cárcel, persuade al Estado de que use la fuerza necesaria para ese fin, amenazando no votar por el político que no lo complazca. Es así como en efecto se venden privilegios, como aranceles que protegen a ciertos falsos empresarios o a profesionales colegiados, que de esta manera pueden cobrarle a la población precios mucho más altos. Esos privilegios se otorgan y se mantienen a cambio de los votos de esos mal llamados empresarios y profesionales, o de sus “contribuciones” de dinero para campañas electorales.

Esos individuos favorecidos con lo que se ganan mediante conexiones políticas, como subsidios, aranceles, la fijación de precios mínimos y préstamos fáciles, terminan obteniendo transferencias forzosas de los consumidores. Y entre esos privilegios están colegios profesionales que no esconden más que clubes sociales sufragados con impuestos disfrazados. Esos colegios consiguen que el Estado les otorgue privilegios como honorarios mínimos y que restrinja su competencia y les remita fuertes sumas provenientes de timbres obligatorios.

Por otra parte, hoy se nos dice que hay grandes diferencias entre los partidos políticos. Pero no se deje engañar: a pesar de sus enemistades superficia­les los parti­dos políticos son parte de una gran her­mandad, cuyo único objetivo es llegar al poder mediante la compra de votos con el dinero del contribuyente. Y este dinero incluye la inmoral “deuda política”, que como hemos visto recientemente, es un corrupto despilfarro que les permite a ciertos políticos y a sus allegados percibir fuertes sumas a costa del resto de la población. Todo con el cuento de promover la “democracia”.

Además, ¿cómo es que el candidato derrotado  le promete su apoyo al ganador, a quien hasta ese mismo día denunciaba como alguien que casi ocasionaría el fin de la civilización? Es todo un fraude, diseñado para distraer a la población de la realidad de la vida política, la cual es que el Estado, y quienes viven de él, explota al resto de la población sin importar qué partido político controle la presidencia del país o su parlamento. En realidad solo existen dos “partidos”: 1) quienes de una forma u otra usan el poder del Estado para intimidar y vivir a costa de otros; y 2) sus víctimas, nosotros. Afortunadamente, las encuestas señalan que cada vez más la población se está dando cuenta de este gran fraude.

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