Decrecimiento: el debate de la próxima década

Ahora, todos los problemas actuales (deforestación, pobreza, riqueza, cambio o degradación climática, privatización de los medios y los bienes naturales, degradación de la biodiversidad,

Si bien antes lo fueron democracia y luego el desarrollo sostenible, estos se han vuelto insulsos, incapaces de resolver la actual crisis que atraviesa la humanidad y la naturaleza, debido a las formas de relaciones entre si mismo y con su entorno natural, y lo que implica su forma irracional de extracción, producción y consumo, que se torna clave en la comprensión y superación de dicha crisis general.

Ahora, todos los problemas actuales (deforestación, pobreza, riqueza, cambio o degradación climática, privatización de los medios y los bienes naturales, degradación de la biodiversidad, la injusta distribución del agua y la alimentación, pérdida de soberanía alimentaria, los alimentos elaborados con agroquímicos y/o transgénicos (los gobiernos permiten su venta sin advertir al público, aunque muchos científicos genéticos afirman que estos alimentos dañarán permanentemente la salud), la transnacionalización de la economía nacional, la biopiratería, el surgimiento dudoso de virus y su inútil “solución”, la actividad “ecológica” minería), son tan solo unos pocos de los múltiples problemas que encierra la crisis actual.
Sin embargo, no sólo no nos preparamos para enfrentar estas crisis, sino que se evade el problema y se promueven falsas soluciones, que no solo no resuelve la situación, sino que la agrava. No en vano, dice A. Einstein, que “quien genera el problema, no lo resolverá”. Infiérase al desarrollo neoliberal y el capital desregulado.
En los años 70 aparecieron las primeras teorías del decrecimiento que nos advertían de que en un planeta con recursos finitos el crecimiento económico continuo -capitalista- no era posible ni correcto y, por lo tanto, debían rediseñarse nuestros modelos de sociedad si no se quiere llegar al colapso. El decrecimiento -explican- no es una propuesta que se puede o no adoptar, es una situación que tarde o temprano llegará y se deberá asumir. La crisis económica globalizada podría interpretarse como una primera señal del colapso o, por el contrario, si se actúa consecuentemente, podría convertirse en un punto de inflexión, un momento de obligada reflexión, una oportunidad histórica para anticiparse y evitar que el desarrollo irracional y todas sus consecuencias acaben constituyendo una pesada losa. Se trataría de reconocer, comprender y manejar el decrecimiento para que nos conduzca a un mundo más justo y necesario.
Partiendo de estas premisas, las medidas frente a la crisis no se centrarían en el aumento de la productividad -receta que aplica la mayoría de gobiernos-, sino en analizar e impulsar los cambios oportunos en los modos de producción y hábitos de producción y consumo sustentable. El modelo de desarrollo actual, ejemplo el alimentario, está basado precisamente en un uso irracional de los recursos materiales y energéticos. Este modelo agrícola convencional (agroexportadores y transnacionales) es el causante directo y principal del hambre y la pobreza global y sus procesos de concentración en pocas manos, por lo que ni ecológica ni socialmente se debe aceptar.
Entonces, el decrecimiento implica que deberían de bajar el ritmo de producción en general, pues solo se están beneficiando algunos pocos segmentos de la sociedad, pero se está perjudicando a toda la sociedad. Por ejemplo, el hecho de que una empresa transnacional produzca cerca de 50 mil hectáreas de piña, de melón o caña de azúcar, no significa que se resolverá esta crisis. En la medida que se produzca aun más esos productos, en esa misma medida, se acrecientan los problemas sociales (pobreza, miseria, hambre, riqueza y vulnerabilidad del desarrollo nacional). Pues el problema estriba en que este decrecimiento necesario, implica que debería de producirse, primero que todo, para cubrir las necesidades humanas y no solo los intereses particulares como ahora se realiza. Es decir, la lucha se centraría en producir para el ser humano y no para generar una simple ganancia, pues aparte de que no resuelve los problemas sociales, degrada los ciclos naturales.
Los hechos demuestran que es necesaria una inmediata prohibición o regulación fuerte, desde la práctica local o nacional en todo el mundo. Pero los vientos corren en otra dirección, pues son las transnacionales las que están patrocinando en gran media, la que llevan la batuta en varios organismos internacionales ya obsoletos (ONU, OMC, FAO, OMS) y otros. Este patrón se reproduce en el plano regional y nacional.
La idea de un mercado que se regula a sí mismo es una idea puramente utópica e insustentable, que no puede existir sin aniquilar la sustancia humana y sin degradar los ecosistemas. La democracia, el desarrollo sustentable y el decrecimiento deben integrar acciones dirigidas a mejorar problemáticas ambientales, económico-tecnológicas y sociales y mantener la continuidad de estas acciones.
Entonces, democracia, desarrollo sustentable y decrecimiento tienen en común que atentan contra los intereses corporativos y de las elites nacionales, que a su vez, son quienes generan la crisis de desarrollo humano y ecológico.
Es necesario y posible hacer ‘decrecer’ este modelo. Se trata de emprender un camino que nos lleve a revitalizar el ecosistema planetario, modificando los patrones agroindustriales para estimular un desarrollo fundamentado en la producción ecológica sustentable: nuevas tecnologías, alternativas, pero también nuevas relaciones humanas entre sí y con la biosfera.

 

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