Cimarronas y filarmonías resurgen con más ritmo

La Cimarrona Original Domingueña amenizó un cumpleaños el 25 de enero en Santo Domingo y puso a bailar a la cumpleañera y su familia.Se

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La Cimarrona Original Domingueña amenizó un cumpleaños el 25 de enero en Santo Domingo y puso a bailar a la cumpleañera y su familia.

Se escucha un redoble y suena la trompeta – a veces desafinada-: ¡Farafarachín farafarachín farafarachín! Más o menos de esta forma cliché se podría reproducir la música que interpreta una cimarrona o una filarmonía.

Quién no la ha escuchado en turnos, fiestas patronales, funerales, desfiles y topes. Quién no ha sentido ganas de bailar y de seguir a las mascaradas que en dúo junto al ensamble musical hacen un espectáculo alegre, bullicioso, a veces malicioso e incluso amenazante, sobre todo para niños y niñas -adultos incluidos- que ante los chilillazos, la giganta o el diablo se asustan (y lloran).

Hay más de una hipótesis sobre su origen semántico. Según el sitio Sicultura (Sistema de Información Cultural Costarricense) del Ministerio de Cultura y Juventud (MCJ), “se les llamaba cimarronas en alusión al escándalo que producen algunos animales llamados así -como lo los gatos cimarrones en los techos- o el ganado cimarrón porque andan en manadas”.

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Cimarrona: Jefferson Ramírez, con tan solo 10 años, acompaña con el güiro cada vez que puede a la cimarrona La Fabulosa, de San Rafael de Heredia.

La antropóloga y máster en lingüística Giselle Chang Vargas también valora esta tesis, al decir que cimarrón se le dice al animal salvaje que en grupo hace mucho escándalo. Agrega el dato que así se les decía a los esclavos que se escapaban al monte, en época colonial.

Podría concluirse que la palabra se refiere a aquellos músicos que conforman un grupo establecido fuera de los parámetros de una banda institucional estructurada (municipal y militar –de antaño-) y que interpretan música, tanto local como popular tradicional (heredada de España), aunque también original, anónima en su génesis, alegre y bullanguera, para acompañar las fiestas del pueblo y ciertas actividades sociales, religiosas y familiares.

Esta premisa la apoyan Raziel Acevedo, director y docente de la Sede de la UCR en Guanacaste y músico estudioso de la cultura tradicional de la provincia, así como Ronald Villalobos, vicepresidente de la Asociación de Grupos e Intérpretes de las Culturas Populares Costarricenses (AGICUP).

Ambos aclaran, sin embargo, que en Guanacaste no se conocen con el nombre de cimarrona. En la provincia se les denomina filarmonía, espantaperros, revientacinchas, saltaescobas, y levantaterrones, entre otros.

Diferencias locales

Queda claro, luego de consultadas varias fuentes, que las cimarronas o filarmonías tienen sus diferencias de origen, como el café o el vino. No es lo mismo una guanacasteca, a una de Santo Domingo, Escazú, Aserrí o de Barva.

Para Villalobos de AGICUP, esta diversidad corresponde, entre otras causas, al cambio cultural relacionado con la evolución de la tecnología de las comunicaciones. Es decir, con la introducción de la radio, los repertorios y los instrumentos que integran algunas cimarronas cambiaron en forma negativa.

“Es preocupante cómo han ido transformándose. Ya no es aquella banda del pueblo que tocaba música popular tradicional de herencia europea y española, como polcas, jotas y mazorcas, que también motivaba a la gente a componer piezas originales”.

Villalobos sostiene que cuando apareció la radio y al desarrollarse la cultura de masas se abrió el panorama musical con la consecuente introducción de los géneros como el merengue, la cumbia y el reggaetón.

“Las cimarronas tenían su identidad local con un fuerte componente popular tradicional no solo desde el punto de vista de las piezas que interpretaban sino de los instrumentos que las integraban. Ahora, por ejemplo, incorporan la timbaleta para tocar ritmos caribeños. Ha perdido su raíz folclórica y atenta contra una sociedad de tradiciones y costumbres”, afirma de manera categórica.

Sin embargo, esta transformación la viven de manera menos traumática otros grupos. Tal es el caso de la Cimarrona Cimalokera de Alajuela, que lo asume sin resquemor. El conjunto nació hace 6 años y está constituido por jóvenes sin formación académica. Cuenta Luis Carlos “Tití” Fallas, parte del grupo durante cinco años y retirado hace unos meses, que la cimarrona nació por iniciativa de unos amigos con deseos de hacer música pero que nadie sabía cómo.

“Las cimarronas nacieron con la idea de interpretar composiciones folclóricas o típicas y nosotros empezamos tocando un repertorio consecuente. Luego agregamos la timbaleta, sumamos la cumbia y el merengue, y fuimos dejando el paso doble, la jota y las parranderas, aunque siempre se tocan algunas. También metimos versiones de Los Ajenos y República Fortuna porque están de moda y al público le gusta”, explica Fallas. Con la premisa de estar actualizados, la Cimarrona Cimalokera ameniza quinceaños, matrimonios, graduaciones, serenatas, procesiones, funerales, conciertos con grupos de ska y ya casi no tocan en turnos ni corridas de toros.

Raziel Acevedo explica que las filarmonías en Guanacaste son distintas más allá de cómo se denominan, porque mantienen el repertorio popular tradicional de la región, una de cuyas características es que tiene un tempo más veloz; “además, la música es muy sonora y de gran volumen. Cinco o seis músicos de Guanacaste suenan como 20 de San José”.

Freddy Navarro y La Rejunta es un vivo modelo de una Espantaperros. Navarro, que estudió en la UCR y la Universidad Nacional (UNA) y es profesor, afirma que su filarmonía se creó hace 15 años con el objetivo de participar en la Semana Cultural que se celebra antes del 14 de enero, organizada por el Comité de Cultura de Santa Cruz. “Cuando nos buscan para otras actividades, llamo a los compañeros, que son parte de distintas agrupaciones musicales, para tocar. Por eso se llama La Rejunta. La lista de composiciones incluye parranderas, danzas y pasillos de la tradición popular, así como originales escritas por mí”. Resultado de su creatividad música, recientemente grabó un CD cuyas temáticas se relacionan con sus vivencias.

La Rejunta, asimismo, tiene un miembro particular. Se trata de la hija de Navarro, Noelí, de 17 años. La joven interpreta la flauta traversa, la marimba y los platillos. Desde los 6 años inició su formación en la Etapa Básica de la Escuela de Música de la UCR, en Guanacaste, y actualmente toca con la filarmonía en la festividad del Cristo de Esquipulas y en la Semana Cultural. “Soy la única mujer en el grupo y aunque toco sólo cuando mi papá me llama, me siento muy alegre porque me identifico con la música santacruceña, que es diferente a la que se escucha en San José, que es aburrida.”.

En contrapartida, se ubica la Cimarrona Original Domingueña, de Santo Domingo de Heredia. Juan José Carazo, su líder, cursa percusión en la UNA. Expresa que lo motiva tener una cimarrona para conocer la música local y armar el rompecabezas de la historia de este tipo de conjuntos. “De niños tocábamos en la de Santo Domingo que dirigía Freddy Bolaños. Hace 9 años decidimos hacer nuestra banda que se distingue porque nuestro repertorio es experimental y latinoamericano, sin dejar de lado las piezas tradicionales”. Pero ante todo, asegura Carazo, el objetivo es elevarla a un nivel profesional. “Queremos eliminar el estereotipo de que estas agrupaciones suenan desafinadas. En los últimos tiempos, existe una mayor posibilidad de formarse como músico porque prácticamente hay una banda del Sistema Nacional de Educación Musical (SINEM) o una academia privada en cada cantón; y si no tenés la oportunidad de estudiar, buscás clases en Youtube y te aparecen miles de videos”.

Carazo argumenta que hay varios pueblos en el Valle Central que poseen una fuerte identidad “cimarronera”, como Barva y Santo Domingo, en Heredia, y Escazú y Aserrí, en San José. Para él, las diferencias son palpables y enriquecen el panorama cultural de nuestro país. 

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