Una mirada a lo mejor del cine de Latinoamérica que fue presentado en el Festival de La Habana el mes pasado.
La capital de la isla cambia rápidamente, al tiempo que se extiende la economía informal y la cooperación europea contribuye a rescatar la arquitectura histórica como el hermoso malecón y la Habana Vieja.
Sumidos en una deficiente productividad y la agresión externa, el pueblo cubano se las ingenia para sobrevivir y mantener vigente su espléndida cultura y vigorosa creación artística. En la antesala del cuarto de siglo, el famoso festival de La Habana comenzó con el verbo florido y enérgico de una leyenda viviente: Alfredo Guevara, en el Teatro Karl Marx, con multitudes siempre ávidas y en pantalla “El crimen del padre Amaro”. El merecido “Coral al Mejor Guión” para el consagrado Vicente Leñero subrayó la voluntad de denuncia que anima este festival. Ampliamente extendida por los territorios del “caimán verde”, la fiesta de las imágenes en movimiento volvió a poblar de cinéfilos presurosos y vociferantes las viejas salas, que como el dinosaurio del cuento, aún están allí.
Los extranjeros, como es costumbre, fuimos una legión esparcida por las amplias avenidas en busca de estímulos audiovisuales y reunida en los pasillos del Hotel Nacional para negociar proyectos e intercambiar primicias. Brasil sigue cosechando premios y aplausos. No hubo duda con su terrible “Ciudad de Dios”, nombre de una favela donde la miseria y la violencia campean a la sombra del sueño de Lula; ni con el insólito “Madame Satá”, que describe a un antihéroe verdadero. Justo el “Coral de Mejor Director” para Walter Salles por “Detrás del sol”. Me decepcionó, en cambio, “El intruso”, un falsificado encuentro de criminales de dos mundos. Argentina, pese a todo, no cesa de maravillarnos.
Federico Luppi, de cuerpo entero, nos cautivó con su bondadosa lucidez y ofreció una interpretación maravillosa junto a Mercedes Sampietro, en la sencilla obra maestra de Adolfo Aristarain “Lugares comunes”. Diego Lerman, por su parte, se atrevió con una obra sugestiva y original, “Tan de repente”, sobre dos chicas punk que seducen violentamente a una ingenua vendedora de lencería, la que un jurado sagaz premió (colectivamente) en interpretación femenina. Don Alberto Cañas tuvo el valor de repudiar “Amores perros”, que no me gustó tanto como a la mayoría (prefiero “Y tu mamá también” y “La ley de Herodes”). Dos cintas mexicanas siguen esa huella aún con menos fortuna: “Ciudades oscuras” me pareció forzada, vesánica, con logros aislados; y “Tiempo real”, sin cortes, interesa pero no trasciende. El cine chileno crece con el apoyo del gobierno y la empresa privada. Cien años de empeños los celebraron en la Cuba que acogió a tantos exilados de la dictadura militar. De entre diez clásicos, de Ruiz, Soto, Littin, Justiniano, etc., disfrutamos en San Antonio de los Baños de la conmovedora “Valparaíso mi amor“, del pionero Aldo Francia, protagonizada por la gran actriz Sara Astica.
La costarricense “Password” se exhibió exitosamente en cuatro salas como parte de la sección Panorama. En el histórico Actualidades –de 1906–, con unos 300 espectadores, como coproductores, presentamos el filme nacional creado a partir de la valiente iniciativa de Ingo Niehaus, el intenso trabajo de Karl Heidenreich y la talentosa dirección de su hermano Andrés, junto a muchos artistas y técnicos más. El afiche, diseñado conjuntamente con Hernán Solera de la Universidad Veritas, a partir de una foto de Federico Sobrado, clasificó para el concurso de carteles y se exhibió en la galería del Cine Chaplin del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC).
Pedro Zurita, laborioso chileno con el que hace dos décadas compartimos en Cine Diálogo y luego llamamos a presidir el jurado de la VII Muestra, nos invitó al aniversario de la sede cubana de su Videoteca del Sur, proyecto que desde 1989 opera en Manhattan y que pronto planea desarrollar en San José. El premio al mejor documental fue para un hijo del teórico del Cinema Novo brasileño, Glauber Rocha, con un trabajo sobre éste que consistió en una exposición/laberinto. Llamó la atención el docudrama sueco “Street Love”, sobre la prostitución en México, impactante y de una calidad estética tan sobresaliente que cuesta creer que se rodó en calles conflictivas y subrepticiamente. Hubo además abundante y buen cine español, italiano, alemán, canadiense, noruego… Admirables, la memoria del holocausto de Polanski que asistió con “El pianista” y la reflexión colectiva “11’09’’01” sobre el atentado a las Torres Gemelas. El festival fue enorme y junto al regusto por lo disfrutado, queda la tristeza de lo que no alcanzamos a ver. Confiemos en que las salas y los proyectos novedosos como “El Semáforo” en San Pedro (cine digital), traigan al país muchas obras de este talante (que no sólo James Bond pervive), para no sentirnos como Sísifo luego del regreso a casa.