En ruta de analista y amante del cine, exploré 80 filmes entre ambos festivales: voces convergentes de los excluidos por su género, orientación sexual, nacionalidad, clase o etnia, que se levantan con la voluntad de Sísifo y el valor de Harvey Milk contra la opresión reiterada. El audiovisual deviene memoria de víctimas heroicas y verdugos despreciables que no se pierden en el tiempo gracias al trabajo tesonero de los demiurgos del sétimo arte.
El magnífico 39.° Festival Internacional de Frameline, en California, fue una cosecha portentosa de estupendos documentales, miradas irrenunciables que nos dicen de dónde venimos, para saber hacia dónde queremos orientarnos. Ahora, con cinco salas y el vetusto Cine Castro como eje, el esmerado festival celebró, con este crítico de cine entre la multitud alborozada que se lanzó a las calles, la decisión de la Corte Suprema de Justicia a favor del matrimonio igualitario, reconocido así en la constitución formal, más pendiente de las batallas en el día a día del prejuicio y el abuso, todavía en vigencia.
Difícilmente he percibido mayor sensación de libertad y respeto, entusiasmo tan amable y desbordante y riqueza cultural tan diversa como la de este millón de personas en cuerpo y alma, sin miedo y sin acoso, ajenos a los sectarismos, celebrando su Pride (orgullo), a favor de la vida y su diversidad –no en contra, como los nacionalismos–: love wins, tuit viral de Obama, lema de un planeta abierto, gozoso, sin dogmas ni amos.
Sí, otro mundo es posible; a veces lo vislumbramos, aunque el sistema asfixiante que describe la sagaz Timbuctú (del Festival Europeo aquí) sigue lapidario. El califato practica el terrorismo tanto como el asesino de Charleston, animados por discursos segregacionistas como el de Donald Trump, que no por grotesco es menos peligroso (hordas lo corean), imágenes que inundaron la tv en mi motel de Market St.
Memoria es identidad
Gracias a una hábil animación, en El camino real los migrantes mejicanos regresan a su propio país, cercenado en una guerra decimonónica pariente de la nuestra contra los filibusteros. Solo que Méjico la perdió.
Tenía gran interés en disfrutar de esta película estrenada en el Festival Sundance porque su autora, Jenni Olson, y Mark Finch me acogieron con cariño y lucidez cuando fui invitado a Frameline, en los 90.
Su reconocida obra es de una belleza y sencillez pasmosas. Alrededor de la vía legendaria con que los españoles –resumidos en Fray Junípero Serra– trazaron su imperio hacia el norte, sembrando de parroquias la costa oeste, Jenni es la voz solitaria y cautivante que con vigoroso aliento poético revela en seductores 16 m.m. largos planos estáticos y casi despoblados de la hermosa ciudad que se transforma.
Su elogio de la nostalgia combina líneas arquitectónicas (pienso en Wenders) y un sereno recuerdo de su búsqueda de la elusiva mujer de sus sueños, itinerario personal que, ella butch y yo indefinible hallamos tan cercano y cándido. Novedoso en la forma, puntual en la memoria, bello en el corazón; su camino es una delicia.
Nuestro Archivo Nacional y cuatro gatos persistentes en el Centro de Cine tratamos de preservar retazos del legado local, empeño mínimo en una Costa Rica que desoye el pasado y lo destruye como a su naturaleza.
Rollos en el clóset muestra el paciente trabajo de investigadores que han recuperado medio siglo (de los 30 a los 80) de reuniones y fiestas filmadas a puerta cerrada, clips de valientes pioneros en protesta, imágenes del mundo LGBT salvadas de la censura y el abandono. Sí, cualquier documento personal se puede convertir en un monumento del futuro. Aprendamos su lección.
¡Cómo convendría exhibir en Costa Rica El canto del colibrí!, serie de atractivas entrevistas a inmigrantes latinos, padres de familia cuyos hijos rompieron tabúes de género y orientación sexual. Su lento y complejo proceso de entendimiento es replicado por el espectador, envuelto en su cultura hispana. La excelente edición de protagonistas y palabras deja huella, como en una ficción de Carlos Carrera; no son meros talking heads.
¿Quién mejor que Peter Greenaway para soñar un Eisenstein impensable, arrebatado a los magros textos académicos para ilustrar su periplo mejicano? El director de culto galés (mi favorita es El libro de cabecera), tan exquisito como vulgar en su cine contestatario y feroz, nos pinta, con su habitual rigor y paroxismo, al soviético devorado muy a su gusto, por la lujuria (el día de los muertos es también de los vivos) de una tierra polvorienta poblada de lujos que anida sorpresas y lo atrapa con un latin lover implacable.
Sí, Eisenstein en Guanajuato surge del vientre del arquitecto, para indigestión del nacionalismo del actual déspota ruso y su iglesia puritana. ¡Qué viva México!
Una migración exitosa es la de hombres mayores enfermos de sida que encontraron en Palm Springs un clima y una comunidad donde enfrentar sus dolencias físicas y morales. En lugar de mostrarnos deprimentes cuadros de moribundos, el potente documental Migración al desierto descubre a personajes aguerridos, cuyos musculosos cuerpos y mentes lúcidas son emblema de dignidad y supervivencia. Sus impresionantes entrevistas casuales se mezclan con estilizadas escenas de su búsqueda espiritual en el árido horizonte.
En Brooklyn, una suspicaz agente del FBI confunde los secretos lances eróticos de dos jóvenes negros musulmanes con acciones terroristas. Naz y Malik mezcla imágenes cotidianas y oníricas, la irracionalidad de los miedos azuzados por la prensa y las autoridades y los sesgos de estas luego del 11/9, así como la intolerancia que padece la gente corriente.
Por su parte, en el 30.° Festival Internacional de Cine en Guadalajara, a la demoledora crónica roja de la argentina El patrón –un carnicero desalmado que estafa a los clientes y exprime a su único empleado hasta el colmo de la miseria y la abyección, además de exigirle separarse de su esposa que tantea rebelarse– se unió la cautivante reseña de la indígena sometida a la pobreza y al machismo bajo Ixcanul (volcán guatemalteco), estas fueron películas inquietantes sin final feliz, tristemente hermosas, que también registran el tránsito de los oprimidos en busca de justicia.
Historias de nuestras vidas, parafraseando la bella y angustiosa serie de relatos kenianos en blanco y negro de Jim Chu Chu y el Colectivo Nido, estrenada en Toronto, Mención de Honor en San Francisco, son las que el cine recoge en la perenne lucha por la dignidad humana y el amor a la vida frente al poder necrófilo.
0 comments