Abrazo con la reina y con la existencia popular

Como es sabido, los sectores populares inventan anécdotas a las personalidades que aman. Los hacen portadores de sus propias sabidurías e ingenios. Son del

Como es sabido, los sectores populares inventan anécdotas a las personalidades que aman. Los hacen portadores de sus propias sabidurías e ingenios. Son del estilo, “Si usted hubiera estado allí, patita, ¿qué hubiera hecho?”. Una creada para Hugo Chávez narra que se encontró de frente, en una de esas cumbres donde la gente de a pie va de abismo en abismo, con la reina de Inglaterra y corrió a darle un abrazo. Por supuesto los guardias de la reina se lo impidieron y le informaron que el protocolo británico no permitía que nadie abrazara a la reina. A lo que Chávez replicó con una gran sonrisa: “Lo entiendo perfectamente, pero el protocolo venezolano exige que abracemos a nuestros amigos”. Debo el cuento al escritor colombiano William Ospina.

En Costa Rica la apreciación oligárquica sobre Chávez suele considerarlo un patán grosero que con dinero del petróleo compró todo, hasta la dignidad de su pueblo. Pero la anécdota popular lo muestra enseñándoles a los ingleses que un presidente y un rey, y con ellos los pueblos de Venezuela y el Reino Unido, si existe efectiva democracia y desafíos globales, son iguales y cercanos, y que, si se quieren, ética del convivio le llaman, no solo pueden abrazarse, sino que deben hacerlo, desechando protocolarias supersticiones y falsas jerarquías. Con una frase, hasta un curso sobre responsabilidad ambiental como un desafío para todos y cada uno le dio Chávez a los ingleses. Y añadió un corolario: cuando se valora lo que tiene y se puede ser, ningún pueblo es menos que otros. Si es tiempo del régimen democrático y de las repúblicas, es el tiempo de los pueblos soberanos. No es poco para una sola anécdota. Y Chávez no hablaba solo para los ingleses. Abría su boca para todos los latinoamericanos.

El triunfo del presidente venezolano en los medios fue tan espectacular que en el entierro del rey español (algún día morirá), Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón-Dos Sicilias, alias “El Rey”, sólo se le recordará por haberle gritado: “¡¿Por qué no te callas?!” Como no consiguió enmudecerlo, se retiró fúrico y dejó de cantar los himnos de sus excolonias. Mejor, porque desafinaba. Sobre esta anécdota solo discrepan los elefantes africanos que aseguran El Rey será recordado porque cuando le tiró a un elefante se fue con todo y trasero al suelo y se quebró una cadera. “No olviden nuestra proverbial memoria”, dijo el vocero de los elefantes entre trompetazos y cuchufletas.

Uno de los editorialistas de La Nación tiene su propia manera de tirarles a los elefantes, aunque el resultado se parezca al de John Charles I: “La gran tentación: el poder ilimitado, la ausencia total de controles, la negación de la responsabilidad  y de la dignidad humana, la ley como instrumento propio, que se modifica según el propio interés; el concepto del ser humano como simple medio, y de aquí las puertas abiertas para el crimen y la violencia con impunidad total.” Todos imaginan se refiere a Pinochet o a los curas abusadores o a algún general guatemalteco, pero no: se trata del Chávez de sus sueños.

Otros voceros de derecha estiman que Chávez trajo a los venezolanos populares  a los escenarios políticos que antes eran propiedad exclusiva de los grupos oligárquicos. No solo los trajo, sino que los llamó a darse capacidad para crear sus propios escenarios. Una dinámica semejante a la que generó Juan Domingo Perón en Argentina. La ventaja venezolana es que sus aparatos armados han respaldado la iniciativa hasta el momento. Excesos de pobres, miserables y clientelas causan ingobernabilidad, sentencian los conocidos de siempre en inglés y en castellano. “¡Populismo!”, aúllan.  Para ellos los sectores populares fracturados en múltiples minorías y desorganizados huelen mejor.

Chávez nunca se creyó Dios. Cantaba tangos y reconocía la superioridad de Gardel. Entonaba rancheras, pero era admirador de Vicente Fernández y Aceves Mejía. Le hacía al fútbol pero siempre afirmó que el Balón de Oro era de Messi. Luego, no era Dios.

Chávez sí fue un gran abrazador. De los mejores. Abrazó a la Reina de Inglaterra y con su abrazo facilitó tareas a los gobiernos progresivos en Brasil, Bolivia, Argentina, Ecuador, Uruguay y donde fuera. Abrazó una y otra y otra vez a los sectores populares de Venezuela y así hizo el camino para renacer cada vez en las movilizaciones y luchas de su pueblo y militar para siempre en las peleas de los pueblos de todo el continente. Será magnífico que sus abrazos y espíritu jamás descansen en paz.

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