De hecho, en la última de esas demostraciones axiomáticas, Villalobos afirma que dirigentes y simpatizantes del FA “comparten la misma acriticidad y fascinación por regímenes y líderes autoritarios, un discurso antiamericano limítrofe con la xenofobia, así como la misma vieja retórica antimercado”. Además, los presenta como identificados con “un estatismo de principio” y como defensores “a priori de los sindicatos”.
Sin considerar la evidencia contraria a estos planteamientos, Villalobos –desde su filosófico escritorio– los repite como si fueran incuestionables, con lo que persevera en un argumento falaz, irresponsable, cerrado y circular.
Por señalar que sus puntos de vista se ajustan a una retórica tradicional anticomunista, Villalobos me acusa de recurrir a “rancios expedientes demagógicos”, un campo en el que él parece tener amplia experiencia, como lo demuestra su enfoque del FA.
Algo nuevo aporta Villalobos en su último comentario: se declara un filósofo preocupado por el “bien común”. De esta manera, aunque su anticomunismo se ajusta a una retórica tradicional, Villalobos es un anticomunista que simpatiza con la justicia social, una cualidad que lo ubica en las proximidades de los anticomunistas reformistas costarricenses de las décadas de 1930 y 1940.