Apuntes sobre el péndulo de la historia

«Canto que ha sido valiente, siempre será canción nueva» (Víctor Jara)Este gran salto de la historia humana conmocionó al mundo europeo y sus colonias, e

«Canto que ha sido valiente, siempre será canción nueva» (Víctor Jara)

Armados del método materialista histórico, consideramos la Revolución Francesa como la más ciclópea revolución democrático burguesa de la primera hora, radicalmente antifeudal y anticlerical, bajo el principio iluminista de la razón, aspirando a sepultar el dogma religioso oscurantista, bajo el estandarte programático de «Liberté, Egalité y Fraternité» (Libertad, Igualdad y Fraternidad). 

Este gran salto de la historia humana conmocionó al mundo europeo y sus colonias, e inauguró el mundo moderno, con todas sus contradicciones, que en su resaca terminó siendo capitalizado, valga la redundancia, por el desalmado capital. Esa inflexión del proceso, se abre desde el camino −no menos sangriento− de la reacción del Thermidor que inauguró el Directorio y que engendró a traidores como Fouché y Talleyrand. El golpe del Thermidor es perpetrado por el ala derecha del propio jacobinismo, que conspiró para desplazar a su ala más radical de los sans cullotes, motejada como del «terror».

El péndulo se corre de nuevo a la derecha: Este proceso reaccionario que inaugura un tortuoso giro del péndulo histórico hacia la derecha, tiene su punto de inflexión definitivo con «El 18 Brumario» de Luis Bonaparte, como concluyó Marx.
De ese modo, se sientan las bases prehistóricas que nutren lo que luego será, en el siglo XIX, el socialismo utópico francés de Fourier, Saint Simon, el linaje de combatientes proletarios memorables como Graco Babeuf, los cordeleros y demás socialistas franceses, que resistieron a la traición y la persecución de los burgueses republicanos, a la bota del bonapartismo y la restauración monárquica y que se levantaron tenazmente en barricadas, inflamando a las masas hambrientas (lo que inmortalizó Víctor Hugo en «Les Miserables»), desde los arrabales de París, en las jornadas de 1831; mientras la burguesía traicionaba una y mil veces la promesa utópica de la «Déclaration des Droits de l’Homme et du Citoyen»  (nótese además que al considerar al «Hombre» como sinónimo de Humanidad, es claro que la mujer es la gran convidada de piedra).
Esas y esos revolucionarios derrotados en el combate de 1831, luego vuelven a la carga desde las barricadas en la primavera europea de 1848, y son instintiva internacionalistas, pues además −a esa altura− ya son camaradas de armas de sus pares alemanes de la Liga de los Justicieros, llamada luego de los Proscritos y luego Liga de los Comunistas, encabezada por el obrero relojero Weitling, y a cuyo encargo los entonces jóvenes Marx y Engels redactaron el folleto más genial del siglo XX: el Manifiesto del Partido Comunista (1848). 
Esta nueva generación tiene su prueba de sangre, sudor y lágrimas con la Comuna de París de 1872, cuando la emergencia del púber movimiento obrero llega a su edad adulta joven, con la guía del Manifiesto Comunista de Marx y Engels, por un lado y con el artesanal proudhonismo, y luego el anarco-comunismo de Bakunin, por el otro. 
Desde el punto de vista político-organizativo, este novel movimiento obrero adquiere su esplendor en el siglo XIX, con la fundación en Londres de la Asociación Internacional de Trabajadores (Primera Internacional) presidida por Marx en 1864, y en cuyo párrafo segundo de los Estatutos se lee: “la liberación de los trabajadores, ha de ser obra de los trabajadores mismos”, una de las más hermosas frases de autoestima revolucionario de las y los más explotados. 
Siguiendo la cronología de estos ciclos del péndulo de la Historia, el carácter absolutamente contrarrevolucionario del Estado capitalista, se expresó con extrema crueldad con el fusilamiento masivo de las y los comuneros de París en 1871, que paradójicamente constituyó el fogueo (el más aleccionador y trágico ensayo) del movimiento obrero europeo del siglo XIX, que, años después, y en medio del fragor de la primera guerra de rapiña imperialista mundial, acomete en Rusia bajo el liderazgo bolchevique, el asalto al Palacio de Invierno por parte de las milicias del Comité Militar Revolucionario del Consejo de Obreros, Campesinos y Soldados (Soviet) de Petrogrado, exactamente el 7 de noviembre de 1917.
Esta epopeya, que marca el siglo XX al igual que lo hizo la Revolución Francesa en el siglo XVIII, fue anunciada cual campana gigante, por la señal de los tres cañonazos del buque Aurora, en manos de los marineros sublevados de la flota del Báltico.
Esta fue la revancha histórica del proletariado masacrado en la Comuna de París, pues inaugura el primer gobierno obrero y popular triunfante de la Humanidad.

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