Jueves, 29 de mayo, 15h30. Me presento en la entrada de la Asamblea Legislativa, por Cuesta de Moras, con una amiga. Había sido invitado a conferencia de prensa y actividad en conmemoración de los 30 años del atentado de La Penca.
Entro, presentó mi identificación y explico a lo que voy. No me deja pasar: –La conferencia de prensa ha terminado, afirma.Insisto. Me dice que si soy periodista que vaya por otra puerta, al costado de la Asamblea.
Nos retiramos. Entro en la primera puerta y, en la entrada del Castillo Azul, otro funcionario me explica que no es allí, sino en otra puerta, 50 metros más arriba. Salgo y me dirijo a la otra puerta, donde dos mujeres me atienden con cortesía. Esa puerta es solo para los periodistas, pero mi acompañante no puede entrar. Que vuelva a la puerta inicial.
Harto, decidimos irnos. Mientras me voy, llamo al amigo y colega Nelson Murillo, que asiste a la actividad. Me pone en contacto con una amiga y funcionaria de la Asamblea, que se ofrece a bajar y ayudar. Decido volver. Camino mientras hablo por teléfono con ella. Llego y me presento nuevamente. Mi amiga pide hablar con el policía y él se niega a atender la llamada. No me deja entrar.
Entonces todo estalla. Pienso que es mi derecho entrar, que me he identificado adecuadamente y explicado a lo que voy, que esto es la Asamblea Legislativa y no una cantina, donde un matón, en la puerta, decide qué cliente puede entrar y decido pasar sin la autorización del policía.
Se arma el zafarrancho. Solo por la fuerza puede impedirme entrar. Pasa de todo, menos que me toque. Al final, solo tengo una alternativa: forzar la entrada o irme. Por esta vez, decido irme.