Es un día nublado de tantos del mes de mayo, los educadores están en huelga por salarios (dicen que ¡se cayó el sistema!), los estudiantes brincan de alegría –quizá un desquite impensado por esos “malditos” 200 días de encierro en un “aula” de clases– y las palomas dan saltos alados, también muy alegres, disfrutando de las migas de pan que comparte un generoso trabajador en su hora de almuerzo, ahí frente a nuestro pequeño y majestuoso Teatro Nacional.
Salí dispuesto a ir a escuchar una conferencia en mi vieja casa de estudios y de trabajo: la Universidad Nacional. Pero resulta que recordé que ese mismo día se presentaba un grupo de Jazz en el programa de Teatro al Mediodía. Nuevamente el dilema: elegir entre una conferencia sobre una temática de interés y dictada por un profesional de una reconocida universidad extranjera o un grupo de música jazz al parecer nacional.Me decidí por el jazz. No soy un fanático de esta música. Para ser sincero, no soy fanático de nada. Pero sí me gusta el virtuosismo y la creatividad de los músicos de jazz. Esa manera de jugar con los instrumentos y deleitarse en su ejecución sin que medie el cálculo, la pose y el racionalismo acartonado. Por eso el jazz me resulta un lenguaje musical irreverente y lúdico.
Después de comprar la entrada de ¢2000, tomo el desplegable que me informa del grupo y ¡sorpresa!: músicos y profesores jóvenes de la Universidad Nacional. Me siento “en casa”. El director del Jazz Kwarteto, Túpac Amarulloa, quien también dirige la Banda Sinfónica y el Taller de Jazz de la UNA, es un tico que ha realizado estudios en nuestro país, Bélgica y Brasil. Toca la flauta traversa, el saxofón, la ocarina y a saber cuántos instrumentos más. El pianista ejecuta con gran maestría, igualmente el baterista, el bajista y un percusionista invitado. Talento desbordante. Jazz original con sabor a ocarina indígena, condimentada con blues y mucho más. El menú musical muy nuestro: El parque de los mangos, Sibú, El turno, Blues de la ocarina quebrada, Coral venenosa (RANA). Y un público efusivo que se entregó en aplausos, agradecido y satisfecho de haber degustado un exquisito concierto al mediodía. Sin duda, el Teatro al Mediodía es un acierto para promover el talento musical y artístico, que abunda en este pequeño país.
Las mejores elecciones no siempre son tan pensadas, algunas veces, como en esta ocasión, son fruto de un chispazo de mil emociones que se confabulan a favor de uno. Ahora me doy cuenta que esa disyuntiva existencial entre “ser o no ser” tiene que ver esencialmente con saber elegir. Tarea nada fácil. Nos falta sopesar mejor las emociones que son un aliado importante, algunas veces decisivo para hacer las mejores elecciones. Me gustaría volver a escuchar al Jazz Kwarteto.