El pasado miércoles 27 de agosto el Consejo Universitario celebró su sesión de manera extraordinaria, con un acto público para reconocer a los mejores promedios de la Universidad de Costa Rica durante 2013.
El acto, en el cual estaban presentes las personas homenajeadas, sus familiares y amigos, se realizó en el Auditorio de Derecho y contó incluso con la presencia del Presidente de la República.
Cuatro personas recibimos el reconocimiento por ser los mejores promedios de la institución el año pasado. Las cuatro con calificación de 10. De las cuatro, tres somos mujeres y uno es hombre. Y, a pesar de esa vasta mayoría de representar las tres cuartas partes, fue el compañero hombre quien fue invitado a dar un discurso durante el acto.Entre nosotras, inevitablemente, comentamos ese hecho –especialmente− cuando el director del Consejo Universitario abrió su intervención resaltando el hecho de que, del total de personas homenajeadas, 53 éramos mujeres y 47 eran hombres. Así, no obstante el predominio de mujeres tanto en el total de personas reconocidas como en el primer lugar absoluto, era un hombre el invitado a disertar sobre la excelencia académica.
A manera de evidencia de esta tesis de invisibilización por género, tras entregarnos las medallas y certificados, una persona de la Oficina de Divulgación e Información se nos acercó para pedirnos una foto para la página web de la Universidad. Por razones que no vale la pena discutir aquí y que se resumen en aversión a las fotografías y a la dinámica frenética del homo videns, decliné salir en la imagen. Sin embargo, las otras dos compañeras aceptaron gustosas y fueron a tomarse la dichosa imagen.
De regreso, una de ellas comentó que, al ser sólo tres las personas para la instantánea, les habían propuesto tomarla con el compañero en el centro, posibilidad que me remitió visualmente a las ceremonias de premiación del Tour de Francia, con el campeón en medio de edecanes. No obstante, ella se opuso y había dicho que ellas dos querían salir juntas, pues provenían de una misma carrera. Para irónica sorpresa, días después la nota en la página web de la Universidad ni siquiera tenía la imagen que tres de las cuatro personas con 10 como promedio, habían accedido a tomarse. Por el contrario, la foto que la acompañaba era la del compañero pronunciando el discurso antes citado, y su nombre era el único citado en la noticia.
En principio, había decidido dejar pasar estos hechos con la misma rapidez que ese día me quité la medalla, y trasladarlos entonces a la espiral de silencio. Sin embargo, dado que en la misma semana la Universidad de Costa Rica condecoró a doña Elizabeth Odio Benito como pionera de pioneras y recibió a la escritora Gioconda Belli −quien afirmó con bombos y platillos que la revolución más importante del siglo pasado había sido la revolución feminista−, decidí escribir estas líneas para sacar el asunto de una de las formas de violencia que más nos afecta a nosotras las mujeres: la violencia por invisibilización.
Creo firmemente que la discriminación, de cualquier tipo, es una forma de violencia. Pero también creo que con demasiada frecuencia se homologa violencia con agresión, cuando existen muchas manifestaciones de violencia no agresiva y que, por el contrario, encuentran su caldo de cultivo en la pasividad, en la complicidad y en el silencio. La omisión sistemática o invisibilización es una de ellas.
Sirva entonces la presente para poner sobre la mesa el tono patriarcal que aún permea tangiblemente nuestras aulas y nuestros auditorios y que, a segunda vista, nos debe llamar profundamente a reflexión, pues aún hoy, en el 2014, la oración que la universidad escribe desde su narrativa elocutiva parece flaquear en concordancia de género, aunque como en este caso ocurre a nivel de puntajes, exista total y perfecta concordancia de número.