En texto de finales de julio de este año, Jorge Vargas, columnista de La Nación S.A., se realiza la pregunta que, en versión original, planteó el muy posteriormente Premio Nobel Mario Vargas Llosa en “Conversación en La Catedral”: “¿Cuándo fue que esta sociedad (Costa Rica) perdió el optimismo?” (LN: 30/07/2015). Vargas Llosa redactó: “¿En qué momento se jodió el Perú?”. Para Jorge Vargas la pérdida colectiva del optimismo lleva a una depresión social, túnel sin salida, donde se extravía la creatividad, se duda de todo, en particular de poder producir las fuerzas que permitirían superar la depresión.
Tanto la pregunta del Nobel como la del columnista local están en parte mal planteadas. No existe un momento en que se joda el Perú ni tampoco el momento en que Costa Rica pierda el optimismo, excepto que “ese” momento designe el punto de crisis en que ya no resulta factible volver atrás, descontado que se retorne para estudiar la historia y, como deseaba, entre otros, Leonardo da Vinci, “renacer”. Existen procesos complejos que concurren en lo que a algunos les parece “el momento” que conduce, esquematizando, o a la depresión o a la euforia. Porque en “crisis de acabamiento” algunos grupos e individuos se deprimen sin ver salida y otros se exaltan porque estiman es el momento de su revancha o porque han acumulado fuerzas que les permiten ocupar sitios que nunca debieron perder o que ‘ahora’ retornan a sus manos. Como las sociedades se estructuran mediante conflictos para algunos de sus actores el vaso se ve medio lleno y para otros ni siquiera se distingue la botella.
La tesis de “el momento” se sigue del costo de no asumir que los conflictos sociales existen y que, se quiera o no, se ocupa un lugar determinado en ellos. Siguiendo a Vargas, ese lugar exalta o deprime. Por supuesto, se trata de un esquema. La realidad social tiene la mala costumbre de resultar más compleja.
Si se quisiera elegir un lugar fundante de los procesos que actualmente “joden” a los costarricenses probablemente habría que retornar a la Guerra Civil del 48. Una peculiaridad de esa guerra es que hubo un perdedor pero los “ganadores” no quedaron tan claros. Los grupos de poder tradicionales fueron golpeados pero no noqueados. Los sectores emergentes consiguieron el Gobierno pero no el poder que, en Costa Rica, tiene caracteres, por citar tres determinantes, económicos, culturales y geopolíticos. El país y su población se ubican en un área estratégica para Estados Unidos y el asunto no ofrece margen para polemizar. Menos si se ha cultivado una ingenua imagen de “excepcionalidad”, no de Estados Unidos, sino de Costa Rica.
En otro de los frentes, el país fue y sigue siendo cristiano de “templo adentro” y esto significa mental y emocionalmente conservador y ritualista. En momentos de crisis esta base cultural magnifica los enfrentamientos y la polarización: es o “ellos” (los drogos o putos/putas, los sindicalistas, los nicas, los hediondos, las sectas, etcétera) o “nosotros”. El compañero de opinión de Jorge Vargas, Jaime Gutiérrez Góngora, escinde el país en “costarricenses” y “ticos”. Un ‘demócrata’ insepulto, Alberto Cañas, enronqueció despreciando a la “galería de sol”. Inmortal lo declararon.
Una línea para la oligarquía tradicional en nueva versión: no fue noqueada y ahora grita, casualmente desde La Nación S.A., “Aquí estamos otra vez. Y qué jué”. O sea retornaron las “garroteras” y la gente descalza. Pero ahora se inscriben en la mundialización en curso. Para la mayoría, no es la mejor noticia.
Dejando lo obvio, la guerra civil del 48 y los procesos que de ella se siguieron no avanzaron hacia una democracia de ciudadanos efectivos, sino hacia un régimen de machos costarricenses puros (los de la meseta central). Herencia colonial. Es lo común en América Latina y acentúa tres disfunciones: clientelismos, personalismos y desagregados sociales. La etnicidad resulta útil para ir a la guerra o aplastar a quienes se produce vulnerables. Pero los “ganadores” del 48 proscribieron el ejército y reforzaron políticas sociales. Medidas positivas pero que hay que insertar, para que florezcan, en una cultura de ciudadanos. Si no hay tal, se jode un inexistente Perú o se deprime una también toscamente imaginada Costa Rica de “hermaniticos”.
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