El giro franciscano

El giro constantiniano. En el año 313, Licinio y Constantino, emperadores romanos, ordenaron que a los cristianos y a todos los demás se concediera libertad

El giro constantiniano. En el año 313, Licinio y Constantino, emperadores romanos, ordenaron que a los cristianos y a todos los demás se concediera libertad de profesar la religión que quisieran. La medida, conocida como el Edicto de Milán, respondió al fracaso de la última persecución. Constantino vio en la alianza con la Iglesia un medio para la consolidación interna del Imperio y la colmó de regalos. Para muestra dos botones: la Basílica de San Juan de Letrán y la de San Pedro, situada en la colina del Vaticano. El emperador Teodosio en el año 380, con el Edicto de Tesalónica, dio el paso conclusivo, al disponer que todos los pueblos profesaran la religión de la Iglesia de Roma. Los que no, serían juzgados como dementes e infames herejes. He ahí el remoto origen de la Inquisición.

Consecuencias del giro constantiniano. La Iglesia había pasado de perseguida a perseguidora en menos de setenta años. Apareció un estilo de Iglesia configurado desde su unión con el Estado, que privilegiaba la función de mantener el “orden” social. Las leyes del Estado fueron leyes de la Iglesia y viceversa. Se usó la fuerza militar para cristianizar (no evangelizar) otros pueblos. En lo intraeclesial las consecuencias no fueron menores. Una ortodoxia uniforme desplazó al pluralismo original de la fe, que tiene cuatro evangelios, cada uno con su propia cristología. Decreció la calidad de los cristianos, pues se ingresaba a la Iglesia no por convicción sino por obligación legal; masas enteras se bautizaron sin catequesis previa. Nació la jerarquía (poder sacro), palabra inexistente en la Biblia. El clero degradó al laicado haciéndolos receptor pasivo. La libertad de los hijos de Dios y la fuerza profética-liberadora se asomaba de vez en vez, pero no era la nota predominante. Se puede decir que el modelo constantiniano funcionó mal que bien hasta la edad moderna.

Tanta unión de la Iglesia con los estados y las clases sociales que los controlan y tanta uniformidad impuesta desde arriba han disminuido su capacidad de adaptación ante los cambios culturales y políticos. Se ha abierto una brecha cada vez mayor entre Iglesia y mundo moderno. En general, al cristianismo no le ha ido bien en la modernidad. Ha carecido de respuestas oportunas ante la injusticia social y la cultura contemporánea dominada por el consumo y la competitividad. La primera respuesta institucional del catolicismo al mundo moderno la dio Juan XXIII. En vez de condenarlo en bloque, mediante el Concilio Vaticano II (1965-1965) aceptó algunos de sus valores. Pero los jerarcas liderados por Juan Pablo II impusieron una interpretación conservadora.

Buscar el norte en el sur. Europa cristiana renegó de sus raíces. Ya no ama la vida, solo el disfrute. No quiere tener hijos y rechaza a los migrantes que desean las sobras del banquete. El futuro del cristianismo está en los sectores empobrecidos de todos los países. Ante la deserción europea, la cúpula eclesiástica admitió, muy a su pesar, que el giro constantiniano no funciona. Por eso eligió un papa argentino aliado con los movimientos sociales y populares. Los discursos en Suramérica ante Rafael Correa y Evo Morales -y miles de activistas- además de la encíclica ecológica Laudato si´, marcan el comienzo de una nueva etapa en la milenaria historia eclesial. Es el giro franciscano, un golpe de timón para que la Iglesia busque su norte en el sur. Pero Constantino quiere recuperar presencia mediante la aprobación de leyes cristianas en asuntos de bioética, como si los creyentes tuviéramos el derecho de imponer nuestras opiniones al resto de la población; jugosos presupuestos para obras de beneficencia (que no sustituyen la justicia social); alianzas con conservadores religiosos para presionar a las autoridades públicas. Todo se vale con tal de evitar que la Iglesia se entienda con las organizaciones populares. ¡Vade retro fantasma de Constantino!

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