Algún poderoso imán ha de haber dentro de la Iglesia Católica, porque todo el mundo, en nuestra época, está atento cuando muere un pontífice, y expectante del nuevo. Se muere porque todo lo humano es transitorio, es materia orgánica que se descompone en la química elemental del planeta, tierra que al polvo de la tierra vuelve. Se vive el corpus de la carne en una simbiosis con la espiritualidad para perpetuar el acto de fe, la certidumbre de que hay un más allá no material. De dónde venimos y hacia dónde vamos.
El Papa Juan Pablo II bien razonaba que el infierno no existe, sino que lo que se da es un estado del alma que cada uno crea de acuerdo a sus acciones de vida, y que nosotros extendemos a diferentes mansiones y dimensiones donde hacen paso las almas.
Cuál es el principio y cuál es el final, ese es el punto caliente de la pregunta interminable, como el tejido que se desteje mientras la odisea humana prosigue su aventura en la bola de vidrio de cristal que es nuestro planeta, interconectados dentro de la inmensidad del universo más cercano donde nos desenvolvemos y evolucionamos biológica, cultural, material y espiritualmente.
Por eso el Papa es figura clave para los fieles del sistema de creencias que representa, y aún más allá de su feligresía, porque es el conductor de principios inherentes a lo social, político, económico, biológico y cultural, a lo ético-moral y a lo espiritual, idealmente integrador de los diferentes núcleos que significan lo humano y lo que no pareciera serlo, en su búsqueda constante de nueva civilización; etnias, culturas, creencias, lenguas, expresiones de cada época como si fuera la de un ser mayor que lo precedente, frente al hacerse hombre en una era espacial, exobiológica, de colonias humanas en la Luna y en Marte y en toda la galaxia Vía Láctea, en una nueva concepción de naturaleza compartida como la biotecnológica, la virtual, la ilusión de que sabemos tanto que no sabemos mayor cosa frente a lo imposible, pero que aun así, seguimos adelante.
A cada uno lo suyo. El reino del maestro Jesús señalaba con su obra magisterial esa encomiable santidad de vida que significa servir al prójimo, no servirse de los demás. Pero los demás en mayoría escogieron a un forajido Barrabás, porque lo sentían más cerca. Así, le tiraron su amor de muerte en la cara y la carta de su condena a muerte a la autoridad política.
Ser Papa en nuestro tiempo es algo que cada vez se mira más como un superhombre, una megamáquina espiritual, un guerrero infatigable, casi como un semidios griego, aunque al final, un antihéroe, porque resaltan sus limitaciones, su fragilidad y su necesidad de juventud física para el formidable desgastarse que significa el cargo. No se le puede quedar bien a todo el mundo, pero el asiento material y la cabeza espiritual que ocupa tienen que funcionar con un sentido amplio de comunicación centrado en la esencia del catolicismo, en pro de la paz y de la hermandad humana, como bien lo ha expresado desde el balcón del Vaticano, el nuevo Papa Francisco, electo y en ejercicio a partir del 13 de marzo del 2013, después de Cristo.
Cada día se tiene que ver en qué asunto multidinámico se centra su obra como Jefe del Estado Vaticano y Superior de la Iglesia Católica. Cuando muera se hará el balance global y el inventario crítico de su labor. Sin embargo, su césar indicador es la naturaleza espiritual de los seres humanos y la del catolicismo en acción.
El antecesor del Papa Francisco, el Papa Benedicto XVI, insistía en la proyección del mensaje de Jesús en el campo pastoral, en la lealtad a la Iglesia y en concentrar fuerzas para el proceso de revitalizar la evangelización, pero ya desde el año 2008 su cuerpo cansado le pasaba la factura y murió para el pontificado el 28 de febrero del 2013, a las 8 p.m., hora de Roma. Valga recordar su convicción ministerial, cuando dijo que: “Hemos recibido la fe para donarla a los otros, somos sacerdotes para servir a los otros. Y debemos llevar un fruto que permanezca”.
Los que esperan una Iglesia Católica renovada ¿?, para que sea acorde al signo de los tiempos que vivimos ya iniciado el Siglo XXI, primero deben observar con razonado discernimiento, ¿cuál es esa iglesia? Tarea fundamental de los católicos practicantes, auténticos, de una pieza, un construir colectivo en la persona, en la familia, en la comunidad, en la sociedad. El catolicismo es un camino, un caminar, un asumir la libertad de profesar su fe y la responsabilidad que significa vivirlo.