El símbolo de la destrucción

«Las salvajes guerras de la paz»   Rudyard KiplinNo podía estar más claro, el emblema que representa el imperio norteamericano es el águila. Animal de

«Las salvajes guerras de la paz»   Rudyard Kiplin

No podía estar más claro, el emblema que representa el imperio norteamericano es el águila. Animal de rapiña que desde lo alto de sus dominios atisba subrepticiamente a las víctimas más indefensas y haciendo uso de sus afiladas garras avasalla, oprime y sojuzga con todo su poder y extirpa las entrañas de la víctima. El águila, como símbolo del poder, se sostiene a partir de la debilidad de los otros. Desde la cima, el águila vigila y ataca. Pero su ataque sólo ocurre cuando considera que su oponente tiene escasas posibilidades de victoria. La sorpresa, la rapiña, la traición y el oportunismo mediatizan el poder y la gloria del águila imperial. Su reinado se asienta en la debilidad del otro. La horizontalidad, la igualdad, la semejanza y la equivalencia son sinónimos de derrota. Si comprendemos esta forma de sobrevivencia del águila imperial, símbolo de los Estados Unidos, podemos entender por qué el imperio norteamericano le tiene miedo a los países que poseen armas de destrucción masiva. Admitir que existen otros que lo pueden enfrentar en igualdad de condiciones sería aceptar su indefensión. Estados Unidos, a lo largo de su historia, ha centrado su poder en la persecución de quienes no se acomodan a sus intereses. Esa ha sido su larga lucha desde sus orígenes.  Libia, Afganistán, Iraq, Granada, Panamá, Los Balcanes  y muchos otros países han sufrido las graves consecuencias de esos ataques certeros y precisos contra sus gobiernos y la población civil. Bajo el falso argumento de la democracia, la libertad y los derechos humanos, arremete inmisericordemente contra todo lo que aparenta peligro para su estabilidad política y económica. Hoy por hoy, de nuevo Iraq se convierte en su principal objetivo por destruir. Bajo la supuesta bandera antiterrorista, somete al dolor y la muerte a miles de seres humanos, todas víctimas inocentes de su falso internacionalismo pacifista. ¿Pero serán las armas de destrucción masiva el verdadero objetivo de ese inminente ataque? Claro que no. El único interés en el Oriente Medio, y sobre todo en el territorio iraquí, son sus pozos petroleros. Al igual que en 1991, con la guerra del golfo, cuando bombardeó Bagdad y decenas de miles de civiles murieron, su principal interés está en las fuentes de energía. Por lo tanto, su único camino es succionar el petróleo del Medio Oriente. El imperio del Tío Sam sabe que sin el petróleo no podría seguir imponiéndose en el mundo. ¿Tiene sentido atacar a un país al que no se le ha podido probar que tiene armas de destrucción masiva? Humana y moralmente hablando no. Económica y capitalistamente se puede justificar cualquier holocausto. ¿Cuál es el precio de una invasión a Iraq desde el punto de vista humano y moral? La Revista Newsweek del 5 de febrero del 2003  lo explica con cierta claridad: «Los mejores cálculos de muertos,  heridos y las consecuencias humanitarias de un conflicto…no son definitivos. Pero ninguno es atractivo. La cifra de muertos es difícil de predecir, pero sin duda se extenderían más allá del campo de batalla. La proyectada cantidad de bajas fatales va desde 48.000 a 260.000…y los civiles probablemente cargarían con la mayor parte de los daños…mientras las bombas destruyen las redes de transporte y de suministro de electricidad, millones perderán el acceso a la medicina básica, a alimentos adecuados y hasta el agua potable… 7,4 millones de iraquíes necesitarán asistencia humanitaria en el caso de una invasión. Más de 5 millones necesitarán ‘alimentos y artículos de primera necesidad’ y dos millones ´requerirán cierta asistencia para hallar refugio’… el 39 por ciento de la población ‘necesitarán que la abastezcan de agua potable’, y 500.000 mil personas podrían necesitar tratamiento para sus heridas.» (Pág. 7).


Al igual que usted, a mí también me gustaría que los gobiernos de un país como el nuestro demostraran dignidad y denunciaran ante el mundo semejante atropello a la vida  humana y no hicieran eco del pensamiento reptil, cuyo máximo representante en la coyuntura actual del mundo es el gobierno británico y su primer Ministro Tony Blair.

Estados  Unidos se prepara como si fuera para una guerra mundial. Dentro de lo que ya está en la región y lo que va en camino hay 225.000 soldados, 850 aviones de combate, 120 barcos de guerra, 885 tanques M1 y 581 vehículos. Aparte de eso ha desplegado portaaviones, cruceros, submarinos y destructores. Mientras en América Latina y el Caribe, según un informe de UNICEF, hay 220 millones de pobres, de los cuales 83 millones  son niños menores de 12 años, con tasas de mortalidad de hasta 200 por mil nacimientos, sumidos en la miseria, el abandono, la violencia y la explotación, la Oficina de presupuesto del Congreso calcula que el costo de preparar la guerra podría ser de 12.500 millones de dólares, además de 1.000 millones por cada mes. Si el gobierno norteamericano, en vez de gastar esos miles de millones en destruir el mundo, los utilizara en la promoción de la democracia, los derechos humanos y la igualdad, no tendría tantos enemigos ni se habría convertido en el objetivo del terrorismo internacional. De esa forma, como dice el Primer Ministro de Malasia, Mahathir  Mohamad, no se alimentaría tanto el sentimiento antiestadounidense.

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