Para explicar las razones, trataré sucintamente sobre política y geoeconomía en el ámbito de la política externa brasileña.
Aunque las relaciones diplomáticas entre los dos países hayan empezado en 1907, solo en 1953 las representaciones fueron elevadas a categoría de Embajada, en la gestión de Ulate Blanco. Desde entonces, dos presidentes brasileños estuvieran en tierras ticas. El socialdemócrata Fernando Henrique Cardoso, en 2000, y el miembro fundador del PT Luiz Inácio Lula da Silva, en 2009. Lula también estuvo extraoficialmente en el país en 2011 para participar en un taller y reuniones con empresarios costarricenses. De Costa Rica, fueron cinco los presidentes que visitaron Brasil. El primero fue José Figueres Ferrer en 1974 y el último fue el actual mandatario Luis Guillermo, en julio de este año. En la ocasión, Solís destacó que su gobierno priorizará las relaciones con Brasil.
Los mandatos de Lula (2003-2006 y 2007-2010) y Rousseff (2011-actual) son caracterizados por la participación activa en los centros de toma de decisión internacional, por la defensa de mayor distribución del poder y por el empeño para fortalecer las condiciones multipolar en el sistema internacional. Ambos se han dedicado a la extensión y al incremento de las relaciones con los países en vías de desarrollo, creando así una estrategia de cooperación Sur-Sur. Empero, sin dejar de ampliar y perfeccionar las ya existentes con los países desarrollados. En este contexto, África y Latinoamérica emergieron como prioridades. Aunque la mayor atención del gobierno petista esté en las relaciones con Sudamérica, por cuestiones también geopolíticas relacionadas al proceso de integración regional, este hecho no reduce la importancia de América Central y del Caribe.
La política externa brasileña ha sido conducida de manera independiente y pragmática. Comparativamente, es muy distinta de la practicada por Cardoso en los períodos de mandato 1995-1998 y 1999-2002. Estos, a su vez, fueron marcados por el bajo perfil regional y por la priorización de la tradicional relación Sur-Norte, en donde se sostenía un alineamiento casi automático a los intereses de Estados Unidos (EE.UU.) y de los países de Europa. La victoria de Aécio Neves, representaría, con base en su plan de gobierno, el retorno de una política externa semejante a del gobierno de Fernando Henrique. Esto dificultaría o impediría la continuidad de los esfuerzos para fortalecer en la región los acuerdos destinados a armonizar objetivos, metas y reglas en áreas de servicios, inversión extranjera, ciencia y tecnología, propiedad industrial, tarifas y otros.
En el tablero internacional, negociar con un Estado liderado por un gobierno comprometido con los vecinos supone ser más productivo. Los países, en general, comparten temas de intereses como: paz, derechos humanos, seguridad energética, preservación del medio ambiente, inclusión social, ciencia y tecnología etc. y, con eso, Costa Rica puede sacar ventajas de las propuestas de Dilma, pues existen brechas reales. En la visita de Lula en 2011, él destacó que los países no han aprovechado ni un 30% del potencial de integración. Además, el modelo petista permite crear condiciones para una aproximación de Costa Rica con otros países de Sudamérica, punto estratégico para un Estado que necesita diversificar los mercados para intentar superar la dependencia comercial con EE.UU., bien como poder incrementar la pauta de exportación. Esto, posibilitaría reducir el peso que tiene el sector de servicios (un 73% de participación en el PIB nominal) y elevar la participación internacional del país. Con todo, el desafío es intentar lograr el superávit primario. Con Brasil, han sido exitosos.