Humanismo siempre: “Yo también soy francés…”

A estas alturas del siglo XXI, ¿cómo puede invocar condición de ser humano,  hombre tout court, el que es capaz de decapitar? Después de

A estas alturas del siglo XXI, ¿cómo puede invocar condición de ser humano,  hombre tout court, el que es capaz de decapitar? Después de varios otros casos, ya va otra víctima inocente: Hervé Gourdel, ciudadano galo. ¡Y esos tiranos-tras-trapos reivindican su abyecto asesinato con moderna tecnología!… Yihadistas execrables, dudamos de su condición humana.

Con este nuevo caso, más necesitamos firmeza interhumana, dignidad en la defensa no solo de Francia, sino de nuestra civilización romano-cristiana. Sin distingo, aplaudamos al presidente Hollande cuando, no por estar haciendo versos, señalaba que hay grados en el terror… y que es un honor luchar contra ese horror. Tiene toda la razón: a este pobre alpinista lo mataron por francés. Nosotros, por favor, no quedemos indiferentes, arrinconados en nuestra supuesta isla de paz; acordémonos de la tricolor nacional, con valores y colores sacados del otro lado del Atlántico. En solidaridad transnacional, por lo menos, hagamos conciencia.

Algunos sacarán una falsa premisa: ¿no es también en Francia que inventaron la guillotina y con ello cortaron no solo cabezas “reales”, sino también otras, corrientes, de varones funestos (Robespierre, entre otros) y de mujeres preclaras, como Olympe de Gouges? La lista es larga.

Pero de eso van más de 200 años y conste que el método, inventado por el doctor Guillotin, por un lado representaba un progreso democrático: si había que eliminar, que el procedimiento fuera igual para todos, de sangre azul o, como la nuestra, común y corriente. Por otro lado, ni modo, si había que aplicar la “pena capital” (el adjetivo no refiere a “dinero” sino a “caput”, cabeza, en latín), el nuevo procedimiento era expedito y humanitario.

Hablando de lo humanitario, es degradante cómo esos sátrapas de nuevo cuño eliminan igual hasta benefactores de la humanidad. David Haines es uno de varios casos. No es que perdió la chalupa (embarcación pequeña, como se llama en neerlandés). No, nada de eso. Británico muy cuerdo, a los 44 años, flor de la vida, en forma altruista, se puso a trabajar casualmente para una ONG francesa en un campamento de refugiados en Siria, cerca de la frontera con Turquía. En cambio, a esos verdugos sí que les falta cabeza. Por definición, la labor humanitaria no distingue entre raza ni color político, no averigua nacionalidades, ni sexo, ni religión, se activa por la mera y genuina condición humana.

Por todo lo anterior, la exclamación de John Kennedy contra el totalitarismo comunista (felizmente ya fue vencido), apliquémosla a la circunstancia: “Yo también soy un francés” proclama, entonces, la vigencia de la Iluminación de cuna francesa contra esa forma salvaje de islamismo. En concierto de naciones “formemos batallones, marchemos” por humanismo, donde sea.

 

 

 

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