Entre epígrafes y epifanía humanista

Myriam Bustos ofrece otros dos volúmenes de minirelatos, una especialidad de ella, esta vez en torno al sugerente título de Cabos, rabos

Myriam Bustos ofrece otros dos volúmenes de minirelatos, una especialidad de ella, esta vez en torno al sugerente título de Cabos, rabos y otros jirones vitales (ed. Editorial Tecnociencia, Costa Rica, 2015). Esos componentes enfatizan lo pequeño; desde el título, al lector le surge una significativa pregunta: Esa trilogía “en mini”, ¿qué tiene de “vital”? Una ayuda en do mayor, sostenuto: al final de cada uno de los tomos figura un epílogo, tan sesudo como irreverente, de Jacques Sagot, dando cuenta de su mordaz perspectiva como receptor crítico.

Por la imposición de esta columna, aquí en apretados párrafos, procuraré trazar un significativo puente entre los dos componentes que puse en mi título: primero, que cada uno de más de 300 miniaportes que configuran los dos volúmenes va precedido de un epígrafe –elemento que por definición se “escribe encima” – como orientación de una autoridad en determinada materia, sobre lo cual, en especie de aplicación, la autora a continuación va bordando una “microficción” como le llama –reducido en tamaño, pero en parte por eso de impacto penetrante–. Un “minimalismo” de máximo efecto.

Esa construcción binaria exige un lector activo, capaz de captar el enlace montado, voluntarista, entre una frase de alcance universal (con autores de peso como Tagore, Dostoievski, Gala, Víctor Hugo, Luis Vives…) y una cantidad de veces muy local, costarricense. Interesante perspectiva, que se saborea más si el receptor no se pone glotón (como en “selfie” se retrata la misma autora: II, 49), tragando sin más toda esa serie de boquitas. Sugiero, por ello, terminar cada platillo con una relectura del epígrafe: allí, como con una señora de parto lento, historia narrada, se palpa mejor lo frondoso del banquete literario, de impecable escritura y hasta con la pimienta de sutiles juegos del lenguaje.

Si bien en una primera y errónea percepción, uno parece encontrarse, casi, con uno de esos calendarios de antes, de chistes amontonados sin ton ni son, el significativo método de la autora, con subdivisión temática, hasta con sección de horóscopo; al rato desvela y revela que justamente con aquello lúdico y mordaz, de solo aparentes palillos sueltos, se elaboró toda un portento de pirámide (bien ventilada, con grandes letras y hermosos dibujos de autores locales): la conducta humana va iluminada, no precisamente como se acostumbra desde el clásico ángulo heroico y hagiográfico; al contrario, una de las “epigrafiadas” −la misteriosa “M.B.A.” (¡iniciales que remontan a la misma autora!)− lo demuestra. Cabe también un minihumanismo, de hombres y mujeres casi literalmente en paños menores (hasta con lo “animal”, lo mediocre y lo proctológico de cada uno); desde allí y con ello, Myriam invita a “subir conmigo, hermano”… toda una epifanía de lo humano, justamente desde lo aparentemente intrascendente.

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