Las utopías son sublimes y literariamente admirables. Sin embargo, es mejor demarcar cuál es nuestro campo de acción real antes que edificar castillos en el aire.
Hay muchas teorías éticas de gran relevancia práctica. Algunas las aplicamos cotidianamente, aunque no con la rigurosidad con que fueron concebidas, pero al menos con un cierta aproximación. Es el caso de la ética del deber.
Siempre realizamos juicios éticos y morales sobre los deberes que deben cumplir los demás, pero olvidando el deber propio: deberías ser más sincero y decir las cosas de frente (pero quien afirma es la esencia de la falsedad y además ingeniero en chismes); deberías tener más sensibilidad y compromiso social (pero quienes esto dicen podrían ser unos elitistas liberales con un hipócrita discurso de izquierda). Y muchos otros ejemplos que cada quien puede imaginar.
Kant era un filósofo alemán que consideraba que el requisito para una acción moral es el deber por el deber, aun cuando la realización de este deber contravenga la felicidad propia del sujeto que realiza la acción. Todo juicio moral tenía que universalizarse, es decir, a partir de un razonamiento puro se debía establecer un juicio moral que se convirtiera en una especie de ley universal.
Bajando a Kant a la Calle de la Amargura, esto quiere decir que cada vez que empleamos el “debes” o “deberías”, tendríamos que hacerlo propio como ley inviolablemente universal. Más sencillamente, cada vez que elaboramos un juicio moral, este juicio requiere de aceptación universal. Por ejemplo, el juicio moral: debes ser sincero, significa que tenemos que ser sinceros siempre, y esta sinceridad se debe aplicar en toda cultura en cualquier parte del mundo. Muchos se joderían, el mundo ya no tendría sentido para ellos, podría incluso haber suicidios colectivos: ¿qué haremos ahora sin tu falsedad? ¡Adiós mundo kantiano, ya nunca te veré!…
Más allá de entregarse a portentosas discusiones éticas y pretender definir qué es un acto correcto, sería oportuno delimitar el campo de acción ético que tenemos diariamente.
La ética como un campo de acción es hacer simplemente lo que me corresponde hacer, pero hacerlo bien, eficaz y oportunamente.
La ética requiere de acción inmediata, no de sueños en papel. No se trata de salvar el mundo. Se trata de tomar plena conciencia de cuál es nuestro campo de acción para salvar ese mundo: qué hago para salvar mi espacio vital, lo que me rodea. Antes de criticar la mala función del gobierno actual, la ética como un campo de acción me obliga a pensar si efectivamente yo estoy haciendo bien mis labores cotidianas. Antes de criticar la educación costarricense, la ética como un campo de acción me obliga a pensar si yo como educador estoy realizando una buena labor docente. La ética de la acción es eso: acción antes que palabrería. ¿Crítica? Claro, pero con argumentos y hechos.
La idea que tengo de la ética como un campo de acción es simplemente la actitud racional de cambiar lo que yo puedo, lo que me es viable hacer, nada más. ¿Puedo cambiar la educación costarricense? No, no puedo. Pero puedo cambiar diariamente mi campo de acción educativo, tratando de actualizarme, buscando mejores formas de trasferir, compartir y generar ideas entre alumnos. ¿Puedo eliminar la hipocresía y la mediocridad? No, no puedo. Pero puedo ser sincero, y motivar la sinceridad entre mis más cercanos amigos y amistades, y puedo evadir a aquellos que no lo son; puedo buscar la excelencia procurando hacer mis deberes puntualmente. Y aunque la mediocridad encuentra siempre complicidad, hay que seguir buscando la excelencia sin importar que algunos quieran invisibilizar tu labor.
La ética como un campo de acción no busca universalidad, sino compromiso individual. Es una ética que empieza por uno mismo. Tenemos dos campos de acción básicos: el personal y el laboral. En el campo de acción personal, una evaluación ética me obliga a examinar la vida que cargo a diario. ¿Es una vida buena? En el campo de acción laboral, una evaluación ética me obliga a responsabilizarme de mi quehacer diario. La mediocridad es gratuita, igual que la estupidez. Si no evaluamos nuestros campos de acción, al poco tiempo la vida termina siendo un tedio: un tedio personal, un tedio profesional. Un tedio que afecta inexorablemente a los demás. Ya lo decía el sicuteano mucho tiempo atrás: “la vida sin examen no es digna de ser vivida por el hombre” (Apología, 38a, Akal, 2005).
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