La utopía del smog (apología a la bicicleta)

Vivimos persiguiendo un sueño que -como decía Galeano- va veinte pasos adelante. Pero este sueño, el nuestro, nunca parece acercarse

Vivimos persiguiendo un sueño que -como decía Galeano- va veinte pasos adelante. Pero este sueño, el nuestro, nunca parece acercarse; por más que caminamos, más parece alejarse. Me disculpo, por más que manejamos, seguimos alejándonos. Tal vez porque ese sueño nuestro es cínico y sarcástico, puesto que el camino debía andarse, mientras que nosotros hacemos trampa y lo recorremos en auto. Tal vez el sueño sólo está ahí soberbio y burlesco frente a nuestra compleja contradicción.

Nos vemos en el camino, lentos y humeantes mientras avanzamos poco a poco, metro a metro, por densas vías de humo, violencia y chatarra. Y nosotros seguimos obstinados, creyendo que en algún momento ese automovilístico atasco de ilusos avanzará, y junto podremos avanzar. Seguimos creyendo que cada uno, por su cuenta y sus medios, puede más que todos.

Cambiamos los pies por las ruedas creyendo que la industria y la tecnología nos redimirían. Nos encerramos en cápsulas de metal y gasolina para escapar a una realidad que nos refleja de inmediato; nos adueñamos de las calles, con altanería mecanicista que se niega a reconocer su agotamiento y error.

Vivimos sobre falsas expectativas utópicas de libertad, derecho, naturaleza y de sociedad. Nos hacemos creer que aunque no avancemos, que aunque estemos tragando humo en necias presas, estamos en el umbral mismo de la realización última de nuestra sociedad, de nuestro transportar y de nuestras vidas. Tercamente olvidamos nuestras piernas mientras circulamos por laberintos asfaltados al son de la fuerza del motor. Vamos paralíticos por caminos que ya no nos soportan, al lado de personas que tampoco lo hacen, luchando por llegar cuanto antes, donde sea, antes que todos.

En la ciudad, aquel caminante de las aceras también cambió; ahora teme por su vida, porque nos ve enfurecidos tras nuestro disfraz mecánico y debe procurar no cometer el impensable error de caminar por nuestro territorio, la calle. Y cuando lo hace, si su paciencia y pulmones se lo permiten, le recordamos que aquel no es lugar para él. Nos despojamos de nuestras calles, ciudades y vidas.

Miramos con desprecio a todo aquel que se atreve a avanzar distinto; “pobre, no puede avanzar como el resto de nosotros: solos, cómodos. Individualizados”. Sentimos lástima de aquellos que gracias a una intransigente facilidad buscan una salida de esa nube de smog en la que muchos pierden sus horas y días.

Necesitamos el auto; creemos necesitarlo. Corroímos tanto nuestras mentes que nuestras piernas ya no funcionan. El pulmón, motor natural, está obsoleto. Somos demasiado altivos para degradarnos a otra cosa que no sea nuestra prisión de metal, nuestro automóvil. Luchamos contra todo para poder satisfacernos con la máxima del bienestar y la comodidad: el transporte individual.

Nuestra sociedad va en automóvil; lenta, pretensiosa y contaminante. Nos hemos dejado convencer de que no existe otra opción para transitar por nuestra vida. Además, esa (falsa) ilusión la hemos trasladado al poder, la institucionalizamos. Hicimos creer a quienes nos gobiernan que esa era la única opción. La consecuencia nos la recuerda nuestro sueño, utópico aquel que nos mira apenado mientras esperamos en filas de motor y smog.

En tanto aquel, aquellos y aquellas, que iban sobre sus piernas, impulsando su avanzar con la fuerza de sus músculos y pulmones siguen de paso. Nos ven sonrientes; ellos no pelean más que contra el cansancio, y aun así se acercan más. A fin de cuentas es una decisión personal y no imposición; quien quiera ver su sueño alejarse desde la comodidad de su automóvil, deberá soportar las presas de la mañana y la tarde.

Pero quien desee avanzar con el viento en su frente y la energía en su cuerpo, que lo haga. Y que los demás lo vean disfrutar, divertirse. Que inste a sus vecinos y amigos al cambio; que convenza a sus gobernantes que sí existe otra opción. Que el sueño se puede alcanzar, y si pedaleamos, tal vez no se burle de nosotros.

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