Jesús y el amor universal

El contexto en el que Jesús estaba inmerso política y religiosamente indica un amor incondicional a los enemigos privados (judíos), nada más.

Por Luis Diego Cascante
Filósofo
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El contexto en el que Jesús estaba inmerso política y religiosamente indica un amor incondicional a los enemigos privados (judíos), nada más. La actitud de Jesús a este respecto fue dura.
Resulta improbable que Jesús prescribiera el amor hacia los romanos (enemigos del reino de Dios), tampoco para aquellos judíos colaboracionistas (como colectivo) y que se oponían directamente a la venida del Reino.
Para aclarar esta cuestión vayamos al griego del Nuevo Testamento (NT) y al latín (la Vulgata de san Jerónimo). No cabe duda que Jesús predicó el perdón y el amor, pero únicamente para los enemigos privados y no exhortó de ninguna manera a practicar el amor hacia los enemigos públicos.
Esta distinción se observa en el griego del NT y en la Vulgata. En latín, el ‘enemigo privado’ es ‘inimicus’; el ‘enemigo público’ es ‘hostis’ (o ‘enemigo de guerra’). La correspondencia resulta imperfecta en las lenguas romances, aunque en el latín es absolutamente clara. En griego, el enemigo privado es el ‘echthrós’ (de ‘échthra’, ‘enemistad’); el público es ‘polémios’ (de ‘pólemos’, ‘guerra’). En el griego de los evangelios, jamás se menciona el vocablo ‘polémios’ (‘enemigo público’), sino ‘echthrós’, con lo cual Jesús está diciendo en Mateo y en Lucas, sin lugar a dudas, no que amen a sus enemigos públicos (‘polemíous’), sino que amen a sus enemigos privados (‘echtroús’, con terminación de acusativo plural), nada más. (En ambos textos, Mt 5,44 y Lc 6,27, en griego: “agapáte tous echtrous hymón”); en latín: “diligite inimicos vestros”.)
Tampoco es correcto hacer de Jesús un salvador preocupado por la conversión de los gentiles. En Mc 7,24-30 y Mt 15, 21-28: primero deben hartarse los hijos (es decir, los judíos, claro está); los ‘perros’ (en Marcos, versículo 27, y Mateo, v. 26: ‘toĩs kynaríois’; en Marcos, v.28, y Mateo, v. 27: ‘tà kynária’) apodo de los gentiles en el lenguaje coloquial judío) no poseen títulos propios como destinatarios del Reino anunciado. Este es el sentido de la perícopa (es decir, de este grupo de versículos con un sentido unitario coherente). No se puede ni se debe neutralizar el judaísmo radical que anuncia el mensaje de Jesús a los judíos.
Sin embargo, Jesús no fue ni celota ni sicario. Los celotas, como movimiento armado organizado (iniciado por Judas el Galileo en el 6 d.C. y sus seguidores, unidos a una doctrina de fondo estrictamente fariseo –de la escuela de Samay, entendida en sus aspectos sociales y políticos radicalmente– y cuya ideología mantuvo difusamente base teológica para sustentar la violencia religiosa antirromana, no tuvieron importancia sino hasta después de comenzada la guerra judía (66-70 d.C.). Para los celotas (‘celosos por la Ley’), la liberación de Israel estaba en manos de Dios y de quienes empuñaran las armas tanto contra los romanos como contra los judíos colaboracionistas, ya que nadie fuera del Dios único de Israel puede ser admitido ni honrado como rey o señor.
En Antigüedades 20, 164, Flavio Josefo narra: “Subieron algunos de (los bandidos) a la ciudad con la intención aparente de rendir culto a Dios, ocultando sus puñales debajo de su vestimenta, y de esta manera, mezclándose con Jonatán, lo mataron”. Estos puñales (xiphídion, en griego) eran también designados con el nombre latino, ‘sica’, del cual provino la denominación de ‘sicarios’. Estos fueron probablemente un grupo de celotas independientes, que emprendían acciones que hoy calificaríamos de ‘terroristas’ por motivos religiosos. Sus métodos usuales incluían actuar en pleno día y cometer asesinatos simbólicos de gente distinguida por su cargo o posición, o practicar secuestros y extorsiones (Cf. Guerra II, 254-257).
Como el ‘Sermón de la Montaña’, la ética de Jesús es doble: amor incondicional hacia la comunidad, en el seno de la comunidad mesiánica; y con el mismo rigor una ética de hostilidad y lucha ideológica hacia afuera, respecto de los adversarios públicos político-religiosos (romanos y judíos colaboracionistas) del Dios de Israel. Esta ética no fue un código de reglas destinadas a la convivencia en una sociedad duradera, sino un acento de urgencia del amor de Dios y del prójimo, en un Reino futuro (Mc 10, 17-27) aquí en la Tierra. Este Reino es una entidad político-religiosa, pues la historia judía es una historia sagrada que une necesariamente lo político y lo religioso.

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