«La escuela moderna»

La educación básica Costa Rica, sin diferenciarse casi del resto de Latinoamérica, ha seguido ruta colonialista inicial sin cambios filosóficos importantes a través siglos.

La educación básica en Costa Rica, sin diferenciarse casi del resto de Latinoamérica, ha seguido la ruta colonialista inicial sin cambios filosóficos importantes a través de los siglos. Educación dictada por el Estado y al servicio del Estado; de tipo escolástico, con la razón supeditada a la fe religiosa; y en caso de conflicto entre ambas, prevalece la segunda; con menoscabo del pensamiento, de la observación, del empirismo; o sea, de la ciencia misma.

Es una educación que se agota en los caprichos del Estado y su orientación política, sea cual sea su tendencia. Si son complacidos es «buena»; y de hecho lo ha sido siempre. Pero si se desbordaran esos límites; si se diera el caso de una educación que trascendiera los fines estatales, sería calificada de revolucionaria o de atea; y no la toleraría el poder.

Le enseña al niño y al joven a ser obediente de las imposiciones del poder político en todo el espectro de su mandato. Esa obediencia, cuando el sistema y los gobiernos son malos y dañan a la sociedad, ¡lo que ocurre siempre! Culmina en conformismo, servilismo y complicidad. Todo lo malo que hace el Estado se traduce al fin en la educación, donde se tolera sin denuncia.

La enseñanza privada, por su parte, no es mejor que la pública, precisamente porque los programas educativos son estatales; con el agravante de que las empresas que la ofrecen disfrutan de un excelente negocio donde solo vale el dinero; es clasista y discriminante. A pesar de su larga existencia y de la enorme cantidad de empresas que venden educación básica, no se ha notado ninguna mejoría en la calidad humana y moral del producto; la civilidad y moral del costarricense siguen en caída libre. El hecho de que sus egresados sepan un poquillo más de física, álgebra o idiomas, no significa que formativamente sean superiores a los de las escuelas públicas. Y cuando las familias deben disponer de sus ingresos, en su mayor parte, para dicha educación privada, serían de esperar más garantías de una mejor formación.

Pero el gran problema es la nula participación de la comunidad en el proceso educativo de sus propios hijos. Nos quejamos de una juventud que tiende a la descortesía; a la falta de solidaridad; al desprecio de principios fundamentales para la convivencia digna; a la adquisición de hábitos indeseables para la moral vigente; y de una juventud confundida e insegura. Pero los padres y comunidades que quisieran hacer algo, no pueden aportar nada para corregir el rumbo de la educación de sus hijos, programada férreamente por el Estado y los políticos, hacia el patrioterismo, fanatismo, conformismo, demagogia, vasallaje, burocratización, creencia de que somos ¡gracias a ellos! el centro del mundo; y en general, hacia el tácito ocultamiento de la lectura libre pensante, tanto sobre ciencia sin adjetivos como la que señala al sistema y sus deficiencias como el promotor del derrumbe moral.

El maestro es un profesional; pero más que eso, es el gran formador de la sociedad. Los programas estatales, sin embargo, limitan su iniciativa, creatividad y motivación, en un campo donde tendría mucho para lucirse. El Estado le dicta y él obedece. Eso lleva a su baja estima social. Mientras en Europa el maestro es el «intelectual del barrio» y así se le respeta, aquí se le considera un profesional entrecomillado o de segunda categoría; siendo acaso una de las profesiones más nobles y de la mayor utilidad comunal.

Mientras el Estado exista, no hay otra receta para corregir todo esto, que salirse de sus parámetros a través de la literatura crítica y libre, separada de los nocivos vicios estatales. Con ayuda de la “ciber educación” sería fácil poner a los muchachos a leer para que dejen de ser modelados y comprendan que los dueños del Estado no son más que parásitas castas, vivientes de la ignorancia de sus vasallos.

Terminemos reconociendo que la buena literatura es lo único que va a distinguir a un profesional libre, del robot hecho para servir al poder; por ejemplo, ¡qué bonito sería que todo médico haya leído «Cuerpos y Almas» de Van der Meersch; que todo abogado haya leído al menos «Crimen y Castigo» de Dostoievski o «El proceso» de Kafka… Pero, «La Escuela Moderna» de Ferrer i Guardia no debería faltar en el pensamiento de todo formador y maestro!

¡La educación estatal

con la «voluntad de dios”

al planeta parte en dos;

en viles explotadores

y en siervos trabajadores,

amaestrados y sin voz!

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