La indiferencia

Hace algunos años, con un grupo de estudiantes de posgrado analizábamos un ensayo de Carlos Fuentes (La disyuntiva mexicana, 1971) que se refiere a

Hace algunos años, con un grupo de estudiantes de posgrado analizábamos un ensayo de Carlos Fuentes (La disyuntiva mexicana, 1971) que se refiere a la muerte de cientos de estudiantes y obreros en la plaza de Tlatelolco, en 1968, momento en que los estudiantes decidieron ganar la calle “… una calle que jamás pisan los dueños del poder de México…”. Fue un acto de represión brutal, previo a las olimpiadas que se celebrarían en México ese año. Luego de hacer las reflexiones sociales, culturales y políticas de este hecho, una estudiante me preguntó: “¿Profesor, y qué hacían los jóvenes de nuestro país en ese tiempo?”. Se oyó una respuesta: “Bailar al ritmo de la música de  Elvis y los Beatles”.

Un distinguido catedrático regresa a la oficina después de dictar una conferencia a jóvenes universitarios sobre sistemas de seguridad social, referidos a  pensiones y planes de ahorro para riesgos de enfermedad, invalidez y muerte. Una colega que lo encuentra de camino le pregunta: “¿Cómo le fue en la conferencia?”. El profesor solo atinó a responderle: “¡Cómo cree que me pudo haber ido con un auditorio lleno de eternos de 24 años de edad!”

Estaba en un restaurante cuando las noticias de la televisión comenzaron a pasar las primeras imágenes de la invasión a Irak. El ataque aéreo sobre la ciudad fue de noche y la descarga de bombas con aviones ultramodernos era impresionante. No podría uno imaginarse los miles de personas que en ese momento morían o buscaban algún refugio en medio de la oscuridad, para escapar de la ira de aquellos criminales occidentales. Un muchacho que desde la barra observaba la televisión, cerveza en mano, dijo: “¡Qué carga! Parece un juego de video”.

El joven profesional parecía más atento al mensaje que recibía y debía contestar en su celular, mientras un hombre de edad avanzada, a eso de las 9 de la noche, desde su incómoda camilla situada en un pasillo, trataba de describirle el dolor abdominal que le aquejaba desde antes de ser ingresado en la sala de observación a las 2 de la tarde.

“Este es un gol de media cancha”, le dijo el jefe al médico residente que estaba atendiendo a mi madre. Estaba disgustado porque la habían trasladado a “su servicio” por algo que para él no lo ameritaba. Gol de media cancha… úlcera grado cuatro y demencia senil. Por respeto a mi madre y porque en ese momento le servía el almuerzo, no dije nada… La amabilidad del joven residente, que superaba en mucho la de su patán jefe y maestro de geriatría, también hizo que me contuviera.

Un partido político costarricense de extrema derecha, proclamaba la exclusiva responsabilidad individual ante el riesgo de enfermar y morir. Si una persona se enferma por haberse sometido a un riesgo, decía su programa de gobierno, la sociedad no tiene que cargar con las consecuencias: súmmum de la indiferencia.

Un día de estos tratando un asunto de ética en la investigación, una estimable colega me recordó que el sistema es amnésico; solo le interesa el presente como factor de mercado. Olvidar el pasado, por admirable que sea, es una idea que se ha venido imponiendo en los actuales tiempos.

De eso quería tratar en este artículo: de la indiferencia. Nos hemos convertido en una sociedad indiferente, poco solidaria y muy competitiva. Nuestra sociedad pugna por el tener y el parecer y no por el ser, y esto se reafirma desde nuestro sistema educativo. Pensar, crear, reflexionar y hacer crítica fundamentada, se convierte en una acción de peligrosos resultados.

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