La otra historia del decreto antipetrolero

Hace unos 15 años un grupo de jóvenes, agrupados bajo el nombre de Oilwatch Costa Rica, decidimos aventurarnos en la tarea de detener la

Hace unos 15 años un grupo de jóvenes, agrupados bajo el nombre de Oilwatch Costa Rica, decidimos aventurarnos en la tarea de detener la apertura de una nueva frontera petrolera en nuestro país. Llegamos al Caribe Sur, hicimos contactos con líderes locales, con organizaciones y activistas, y empezamos la siembra que sigue dando frutos; hoy cosechamos un decreto ejecutivo que  amplía el lapso de la moratoria a la exploración petrolera en Costa Rica hasta el 2021, fecha en que se conmemorará el bicentenario de la Declaración de Independencia de Costa Rica.

Cuando iniciamos la lucha desde el Caribe, la riqueza cultural de aquellos encuentros era lo más parecido a la ONU o el mercado de las culturas, que pudiera vivirse en Costa Rica. La movilización nació de incontables colores y sabores, y desde múltiples culturas y filosofías se fue tejiendo un telar donde todas las experiencias fueron válidas, ricas, importantes.

En las imágenes de la memoria de esta lucha aparecen “chanchitos” de barro, típicas alcancías ticas para recoger dinero; los sonidos de esta gesta están hechos de lenguajes diversos, hasta traducciones en persa tuvimos que hacer; las acciones incluyeron las apuestas más variopintas: unos ayunaban y pedían a deidades tan diversas como desconocidas, la gente indígena subía a los altos a pedir consejo de sus sabios y nos transmitieron su sistema ancestral de resistencia, niñas y niños improvisaron en los desfiles de independencia  una comparsa, mientras otros hacían arte en forma de rótulos, para aclararle al turista, al inversionista o al gobierno, que el Caribe tico no sería colonia petrolera.

Cosimos una fuerte red de amistad y armamos un solo camino, donde ninguno de los aportes fue más importante que otro, todos  fueron necesarios para  sensibilizarnos y ejercitar la  valentía de “sentarse en la galleta”, como decíamos, y partir de que no es no.

Nunca dimensionamos el poder que entre tantas manos “amasamos” y el alcance de nuestra convicción, sumar y enamorar voluntades, sin duda fue la clave para frenar al imperialismo petrolero.

No tuvimos miedo cuando llegamos a discutir la “viabilidad ambiental”, llegamos con la sabiduría y humildad de las personas indígenas, pescadoras, afrodescendientes, ambientalistas y las diversas comunidades del Caribe, a enfrentarnos contra una “jauría de contratados” que nos insultaba y escupía. Mientras ellos presionaban desde su bacanal de comida y dinero, nuestra trinchera se nutría de chicha y el tamal partido en mil partes. Combatimos la furia del que cree que con dinero compra la vida y la conciencia, con el sonido alegre de tambores, cantos y corazones. Hoy hasta una película titulada Caribe recrea parte de esa página tan importante de nuestra historia ecologista.

Y es que todas las historias de movimientos socioambientales de los últimos 30 años en Costa Rica han sido una combinación de astros y voluntades, que se rebelan ante la injusticia, impulsadas por la fuerza más poderosa que conoce la humanidad, el Amor. Tanto fue el éxito de estos años de incidencia política, que se logró que todo el aparato institucional gubernamental nos diera la razón: cortes de justicia, ministerios, y presidencia. La  decisión fue histórica, por primera se establecieron límites ambientales para este tipo de megainversiones y se demostró técnicamente que eran mayores los costos que los beneficios.

Estudiamos, aprendimos, preguntamos, intercambiamos y talvez lo más importante, nos equivocamos para aprender aún más. Sin miedo nos entregamos a debatir, a plantear la pugna entre el discurso verde y las acciones grises de los que nos querían gobernar.

Es una historia llena de mucha ternura, porque también es la historia de nuestras vidas; en 15 años “nos hicimos grandes”, amamos y tuvimos hijos, nos hemos caído y levantado, vimos nuevas generaciones tomar las banderas a favor del ambiente, nos institucionalizamos, pero seguimos rebeldes y con el espíritu joven, fieles a la convicción de que los cambios son posibles y que el mundo que habitamos puede ser mejor, más justo y solidario.

Gracias a todas aquellas personas que colaboraron para que hoy estemos vivos y contando, y que siguen reproduciendo y celebrando la vida. Recordamos a las maestras y maestros que perdimos en el camino, seguimos sintiendo su presencia en la libertad del viento, el fuego de la tierra y el río.

Hoy, cuando vemos un decreto firmado, no podemos dejar de resaltar que las luchas sociambientales son derechos que el pueblo reclama y que es desde ahí de donde surge la ley, que trata de escribir la historia que nace esencialmente desde abajo y del corazón.

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