En su fascinante libro, Historia de la Fealdad, p. 393, Umberto Eco demuestra los erráticos desatinos del gusto estético. Van algunos ejemplos de cómo se despreciaron, en el pasado, algunos de nuestros actuales íconos literarios:
En 1855 un crítico escribió: “Walt Whitman tiene con el arte la misma relación que un cerdo con las matemáticas”.
Zola, hablando de Baudelaire: “Dentro de 100 años Las flores del mal se recordará solo como una curiosidad”.
Un informe editorial sobre la Recherche de Proust: “…no me cabe en la cabeza que un señor utilice treinta páginas para describir como se vuelve y revuelve en su cama antes de dormir”.
Un editor, a Flaubert, sobre Madame Bovary: “…su novela es un cúmulo de detalles bien diseñados pero superfluos”.
Virginia Woolf, sobre Joyce: “Acabo de leer Ulises y me parece un fracaso”.
Sobre Th. Mann, en 1952: “Los Buddenbrock cuenta historias insignificantes, de gente insignificante, con un estilo insignificante”.
Sobre Melville, en 1851: “Moby Dick es un libro triste, desolado, plano, mortalmente aburrido”:
Sobre Santuario, de Faulkner, en 1931: “No podemos publicarlo, acabaremos todos en la cárcel”.
Sobre Rebelión en la Granja, de Orwell: “Imposible vender historias de animales en Estados Unidos”.
Sobre Emily Dickinson, en 1982: “La incoherencia y la falta de forma en sus poemitas (sic) son espantosas”.
Para terminar cerraré con un broche de genuino oro barroco. En una revista de música, alemana, en 1737: “Las composiciones de J.Sebastian Bach carecen totalmente de belleza, de armonía y, sobre todo, de claridad”
Para verdades, el tiempo que pasa y no termina nunca de pasar…
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