Los perritos y Schopenhauer

Si decimos “perritos” parece que todos nos entendemos. Descartemos, por supuesto, alguna acepción despectiva en el término. Pues sí, nos referimos a los mamíferos

Si decimos “perritos” parece que todos nos entendemos. Descartemos, por supuesto, alguna acepción despectiva en el término. Pues sí, nos referimos a los mamíferos caninos, que hasta este instante de la evolución, suelen tener dos orejas, dos ojos, cuatro patas, casi siempre una cola larga y que acostumbran a emitir un sonido tal cual “guau guau guau” y que, además, suelen ser identificados como “el mejor amigo del hombre” y el ser histérico por los gatos. Pensándolo bien, los gatos deben ser problemáticos, pues también son el dolor de cabeza de los ratones y de las ardillas.

Y ahora, don Arturo Schopenhauer. Filósofo alemán (1788-1880), nacido en la Polonia alemana del siglo XVIII, vivió en la Alemania Imperial del siglo XIX. Su obra se dirigió a extraer todas las consecuencias filosóficamente posibles, contenidas en la totalidad de la obra de Imanuel Kant, también alemán y casi total contemporáneo suyo, y a quien la historia del pensamiento no ha dudado en reconocer, desde 1781, como una prodigiosa pero casi impenetrable cantera de ideas, informaciones, análisis en diamante en bruto, pero arrinconado todo ello entre piedras, humedales, arenas movedizas y, para variar, ingentes cantidades de tesoros de piratas, gas propano y petróleo.

Por otra parte, el pensamiento de Schopenhauer adeuda colaboraciones de Platón, Spinoza, Leibnitz, hermenéutica filosófica y religiosa y de las filosofías orientales que, durante todo el siglo XIX, empezaban a estudiarse en la Alemania Imperial.

Pues bien, en una de las páginas de sus Obras completas, menciona Schopenhauer que durante muchos años de su vida estuvo inquieto por esa extraña manía del ser humano de acabar sus conflictos por medio del suicidio. Así, señala que puede tratar de entenderse  por qué se dan las guerras; estas se dan por deseos inmoderados de anexarse lo que corresponde al prójimo, por egoísmos siempre vigentes y enardecidos de quienes  no se satisfacen con lo necesario para vivir, siendo que, curiosamente dice, siempre resulta ser muy poco, y cada vez más y más poco, lo necesario para vivir conforme pasan los años del ser humano. Esto puede tratar de entenderse, dice. Pero, añadía, ¿qué justifica el suicidio? Y aclaraba que, después de casi 60 años de indagaciones al respecto, sólo podía asegurar que entendía que nada lo justifica, excepto una única, contundente, decisiva e irreversible final situación: que el último perrillo del planeta haya desaparecido… Ahí y sólo ahí se justifica el suicidio.

¿Qué quiere decir esto? De fácil que es resulta sorprendente y grueso de tragar: los perritos son los mejores amigos del hombre. El hombre es egoísta por naturaleza. ¿Qué le vamos a hacer? Así es el ser humano. Te hace la guerra porque sí. Te engaña, te utiliza,  muerde la mano que le ha dado de comer y atenta villanamente contra ella y contra todos, promueve el caos contra la convivencia y los entendimientos mutuos, se afana en patrocinar la muerte de los demás, finalmente, acusando a todo y a sí mismo, pasando por la inculpación a Dios, se niega su ser mismo y termina por suicidarse. Peor cuadro en la naturaleza no puede haberlo, ni ser descrito, ni ser posible. La esencia del hombre es ser egoísta y vivir y actuar desde su egoísmo. La esencia del hombre es construir un tipo de vida, una visión del mundo, una experiencia de la vida siempre y sólo siempre fundada en el egoísmo. Sólo ahí y sólo así. ¿Pesimismo? No, dice Schopenhauer, humanista realidad; así son los seres humanos y −aunque un Dios se encarne como hombre y viva sufra, se desangre y muera y resucite como hombre−, así seguirán siendo siempre. ¿Hay alguna solución? Transformar actitudes es transformar las maneras y condiciones de vivir. Pero eso exige modificar el espíritu. Ahora bien, ese terreno es sólo para valientes. Pero esos valientes ni son populares ni son frecuentes. Por lo tanto, la sociedad realmente está llena de cobardes y de procesos históricos plenos de egoísmos y caracterizados por desangramientos masivos y a repetición. ¡Tal es el hombre, tal es su diferencia con el perro, el mejor amigo del hombre!

¿Y a cuento de qué viene el perro? Nada más hay que ver a los perros. Nada más hay que tratarles. Nada más hay que darles dos veces comida, hablarles, compartir con ellos y les verás tal cual son. Diremos hoy que si un perro actúa para matar, es porque un grupo de egoístas ha modificado los genes de su conducta y le han capacitado para destruir. ¿Lo ven? Volvemos al origen del mal. Por eso, nada mejor que un perro, aunque sea faldero. Es un perro y es inocente. Eso es suficiente. Es un perro. Un ser natural que naturalmente se hace amistoso al hombre y le es leal. Es justo porque es inocente, no porque lo dicta un papel o porque lo dicta nadie o porque un sistema y un grupo de engañadores así lo proclama. Cuando el último perrito muera, tal vez sea necesario declarar que el ser humano ha perdido no sólo un compañero leal y siempre sincero, terriblemente risueño, consentido y juguetón sino que también ha perdido un ejemplo para su vida de ser humano, sea a nivel individual o colectivo.

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