Algunos acostumbran, quizás de manera inconsciente pero sinceramente, ser partidarios del antialcohol. Desde su sincera humanidad, tal vez, suponen de lo más sano, correcto, adecuado, humano, y hasta religioso, oponerse al consumo de todo licor, p. ej. cerveza.
Un pedagogo estadounidense, de reciente aceptación en América Latina, pregona su novedoso “método pedagógico” de enormes y muy valiosos resultados académicos: implementar el diálogo y la camaradería entre docentes y estudiantes a partir de la visita interactiva en las cafeterías. Y agregaba el ilustre e implementado pedagogo en América Latina: “sí, ya sé que lo que propongo no es muy bien visto, que es inusual, que es novedoso, pero fíjense que no es como los europeos, y sobre todo como los alemanes, que son unos borrachos, pues en toda comida incluyen cervezas o vino”.Bueno, para la cultura europea tal descubrimiento pedagógico NO es una revolución, mucho menos una novedad. La cultura europea, ej. los españoles y griegos, afirma desde antiguo, la importancia de la sobremesa y de la tertulia, se les considera unos de los ejes medulares para la amistad y todo tipo de conocimiento. Esos son la Academia de Platón, el patio de Aristóteles, los jardines de los epicúreos, las catacumbas de los cristianos, los hogares de los árabes y libaneses, los cafés de los franceses y españoles, las tabernas de las universidades alemanas. Pero claro, en la pragmática mentalidad norteamericana es evidente que la sobremesa y la tertulia, o tomar café, es “romper” con la que se puede considerar pasca y ancestral flema británica.
La tertulia humaniza, libera a sus participantes y libera la humanidad, las ocurrencias, las ideas. Rompe con esa flemática brecha, amurallada a cal y canto, entre los docentes y los estudiantes. La tertulia acerca y afirma la igualdad de estas dos partes. La tertulia hace al docente un facilitador, cosa que vienen enseñando activamente desde hace 500 años, y enfáticamente cuarenta, los alemanes. Pero claro, no es pragmático hablar alemán ni ceder terrenos a los alemanes. Tampoco lo es entender las culturas, sean estas las que sean, y mucho más si son mediterráneas o alemanas.
Por otra parte, claro, se entiende, el pedagogo importado debe poseer y evidenciar una moral “convencionalmente adecuada”; el problema es que las costumbres de los pueblos son también aspectos culturales y que en los pueblos alemanes y mediterráneos hay una cultura, que va de abuelos y padres hacia los niños, atravesando por la religión y la historia de los pueblos: enseñarles a beber, hacerles saber la diferencia entre beber y ser borracho. Pero, claro, todo eso, toda esa enseñanza familiar, de días y días, de convivios y convivios familiares, todo eso es muy europeo, muy alemán o mediterráneo, todo eso es “muy cerebral” y no es “nada americano”, “nada pragmático”. Perdón mi exabrupto, pero es que uno de mis defectos es que odio que se hable sin saber, y sobre todo que se sermonee. Además, presiento que se ha insultado a mis amigos y a mi sangre.
Y bueno, es curioso. Desde chicos se les enseña a alemanes, españoles y griegos lo que trae el vino y la cerveza, incluso cómo se hacen. Así, se enseña que el vino viene de una fruta, que se procesa, que se toma así y no asá, acompañado de esto, y a estas temperaturas y a esta velocidad. Y que la cerveza se toma así y no asá, y que no se acompaña de esto, sino de aquello. Y que tantas cervezas al día, y a tales horas y no a otras. Y que el vino alarga la vida en tantas copas, pero que te mata los huesos con tantas otras. Y que la cerveza te reanima y te hidrata, te eleva el sistema inmune, y te permite echar a andar un camino. Y que la cerveza no engorda si la sabes tomar, que te empanza y abomba si bebes como un ignorante troglodita; y que tiene menos calorías y consecuencias nefastas que un típico snack. Y algo más, otra cosa, cuando ambas culturas (la mediterránea y la alemana) vienen de católicos te reafirman, en el “catecismo” y en la “confesión sacramental”, que “tomar es una cosa, y emborracharse es un pecado mortal”.
Por otra parte, entiendo al pedagogo “americano”, pero creo que precisa de cursos de culturas europeas y de nutrición. Pero es poco práctico pedir esto a los pedagogos importados. Sea, los entiendo. Los hicieron así. A mí también me hicieron como soy. Pero a mí me enseñaron (los españoles y alemanes) que a los demás se les respeta como son, como Dios los hizo, y que nadie tiene que meterse, para nada, en la casa ajena.