Con el TLC se incrementó en forma desproporcionada la cantidad de cabezales que a diario transportan la producción agropecuaria en todo el país. Las regiones Caribe y Norte están inundadas de plantaciones frutícolas que trabajan a base de agroquímicos, principalmente la piña y el banano, y de raíces, tubérculos y ornamentales –todos productos de exportación−.
Los efectos por deterioro y envenenamiento de las tierras y el agua causados por la irracionalidad de las prácticas productivas a base de monocultivos con elevado nivel de aplicación de agroquímicos (la revolución verde de los años 70 del siglo pasado en pleno siglo XXI), los sufren comunidades enteras en el “país más feliz del mundo”. En pueblos como Milano de Siquirres se quedaron sin acueducto por la contaminación de sus aguas con el herbicida “bromacil” (¿sólo él?). Por lo visto, el bromacil no sólo es buen herbicida, sino buen genocida también. Recordemos el “nemagón” y su estela de enfermedad y sufrimiento heredada a cientos de trabajadores bananeros en el Caribe y a sus familias que, después de décadas de gestiones por una compensación, aún esperan justicia.
Por otro lado, la apertura del comercio con China inundó al país de vehículos baratos, siendo las motos de baja cilindrada el medio de mayor acceso para la población. Por alguna razón −digna de ser estudiada y a la cual, hipotéticamente, yo le confiero carácter psicosexual−, surgió la moda de alterar los pequeños motores para que rujan como los grandes y se hagan sentir en la carretera. Lo mismo sucede con los cabezales a los que someten a alteraciones en su freno de motor. Y todo a espaldas de la ley y de la revisión técnica.
A dos kilómetros de distancia todavía chilla en el oído el brutal escándalo que emana de las muflas de motos y cabezales. En La Virgen de Sarapiquí –zona de auge turístico−, el sólo rugir del freno de motor de un tráiler es suficiente para enviar a la ronda del camino a cualquier incauto ciclista. Y peor aún, si el ciclista transita ensordecido por la moto alterada que le adelantó.
En una ocasión, al quejarme ante dos oficiales de tránsito frente al cementerio de La Virgen, éstos alegaron no contar con los decibelímetros correspondientes y que por ello están atados de manos. Otro día, en el mismo lugar, solo que al frente, en una soda frecuentada por turistas franceses y por este servidor (dice la propietaria del lugar que al no poder comunicarse con los franceses, ella los invita a la cocina “a que vean lo que hay” y eso ha gustado al exigente vacacionista, que lo divulga entre los suyos), estábamos al filo de la tarde tratando de comunicarnos con una pareja de franceses: ellos con muy mal castellano y nosotros, en castellano, cuando arrimaron tres moticos chinas ofreciendo su concierto de ruido y humo. Los turistas quedaron como ratón cuando se topa con el gato. ¿Qué habrán pensado de este país tan ecologista? Los motociclistas, ignorando todo menos su gracia, sonrieron y salieron como alma escandalosa que lleva el diablo. ¿Será pertinente que el Gobierno de Solís haga algo al respecto?