En eso ha parado la “cultura” occidental. Cuando vemos las políticas que han promovido las potencias occidentales en las últimas décadas, por no hablar de la guerras que han llenado el siglo pasado, las más mortíferas de la historia, debemos preguntarnos con angustia adónde llegará la capacidad destructiva de la revolución científico-técnica que, en manos de políticos inescrupulosos, ha creado el sofisticado armamento actual que, al pisotear el derecho internacional y el derecho humanitario, ha conducido a la negación de todos los valores.
Las guerras imperiales son la expresión más siniestra del nihilismo, por lo que se convierten en un genocidio donde las principales víctimas son los civiles. Cuando niños, mujeres y ancianos son aniquilados bajo una lluvia de bombas, se buscan pretextos indignantes con el maquiavélico fin de hacer cínicamente victimarios a las víctimas. Las guerras de este tipo −que lanzó Hitler y que hoy llevan a cabo quienes fueron sus víctimas, lo mismo que las fuerzas de la OTAN−, solo buscan la destrucción por la destrucción.
Pero gracias a la más reciente tecnología de la comunicación, ya no es tan fácil engañar y manipular a la opinión pública. Al convertir en cadáveres ensangrentados a miles de niños, enfermos, ancianos y mujeres indefensos e inocentes, hacinados en hospitales con bandera de las Naciones Unidas, esas bombas están socavando también los valores fundamentales de la convivencia civilizada, porque, como en toda manifestación inequívoca de fascismo, no es más que la aplicación de un terrorismo de Estado. Es el imperio del nihilismo en el que ha parado la decadencia de Occidente. Hoy nuestro duelo y nuestro dolor no debe ser solo por las víctimas de esta barbarie, sino por la humanidad entera. Por eso, nuestra solidaridad no debe reconocer fronteras.