Aquellos que apelan al “patriotismo”, a la “conciencia”, se olvidan que no hay educación con hambre, excepto que profesen una concepción educativa que “niegue el mar y el tiempo como principios de vida” (Carlos Calero). La misma defensora de los habitantes exhorta y manipula para que se termine la huelga porque perjudica a más de seiscientas mil almas, como si no supiera que los comedores escolares es competencia de las juntas administrativas de cada institución y que los educadores no tienen injerencia.
Los saltimbanquis sindicales, los oportunistas de ocasión, hablan de derechos y niegan los legítimos derechos: salario justo, oportuno, puntual y digno (así lo señala la Constitución Política). Aquí no hay ninguna resistencia al cambio tecnológico, como justifica otro plumífero, porque frena el despilfarro pagado de más: ¢30.000 millones, es decir, los educadores se han embolsado esa cantidad, según la tesis maquiavélica. Si hay esos depósitos ¿por qué no se denuncia ante la Fiscalía de Delitos Económicos? Bienvenida la tecnología que depura la corrupción, pero que se haga sin violentar los derechos constitucionales de los trabajadores de la educación.
Otro mozote opina que se trata de medición de fuerzas con el nuevo gobierno, como si se tratase de una competencia. Todos estamos conscientes que la implementación tecnológica improvisada, con la advertencia de los informáticos, iba a producir problemas; pero la decisión política fue irresponsable y deshumanizada. ¿Por qué no se le planteó al nuevo gobierno los alcances, limitaciones, contradicciones de ese programa innovador? ¿Por qué afectó a otros compañeros que tienen años de laborar para el MEP y no recibieron su salario? No se trata solo de ocho lecciones o más, se trata de un desajuste alevoso, con intención de producir un daño a la economía familiar de los docentes.
En los momentos de apremio, la acción y parálisis convergen. Si hay precipitación no se toma una buena decisión, pero si hay un peligro inminente requiere de una movilidad felina. Pero ¿quién no se indigna si no se le paga? ¿Qué asalariado es capaz de soportar a través préstamos dos o cuatro meses sin que les paguen? ¿No es indignante que se les pida paciencia a los educadores mientras algunos críticos llenan sus necesidades básicas? ¿Quién les va a pagar a los educadores los intereses de las cooperativas, de Caja de Ande –por muy accionista que sea y sin percibir ningún dividendo−, de los bancos y otros? ¿Quién paga los cobros judiciales, las hipotecas, los intereses moratorios?
El sabio persa Mani, elegido por línea directa del cielo, concuerda con los prestidigitadores de la palabra fácil: ¿para qué carajo quiere comer la familia de los educadores, si basta con el patriotismo y la fe?