Sexto pecado, la explotación

Ante todo, el poder político es económico. Para ejercerse requiere y disfruta de todos los bienes imaginables que hay en la naturaleza o que

Ante todo, el poder político es económico. Para ejercerse requiere y disfruta de todos los bienes imaginables que hay en la naturaleza o que haya inventado el ser humano para sobrevivir y facilitarse la vida; está formado por humanos (políticos, que si no son humanos, pretenden parecérseles). Pero el poder político no produce absolutamente nada, es un parásito mantenido por la humanidad trabajadora a cambio  de  ser gobernada; lo único que produce es vasallaje y explotación.

Los tres períodos de la historia conocida revelan que poder y explotación son inseparables: Los primeros agrupamientos forman tribus que se avasallan unas a otras y las derrotadas deben pagar tributos a las vencedoras (tributo viene de tribu, o al revés); vienen luego estructuras laico-religiosas, al estilo de la feudal, de explotación infinita, con señores dueños de todo, y siervos o esclavos a quienes no se les permite poseer ni siquiera su propia piel; y ya en nuestros tiempos de incautos, llegan los mandos estatales, aliados por lo general a los religiosos, donde algunos estratos de algunos pueblos, sin dejar su servidumbre, viven quizá algo mejor que aquellos esclavos; pero todos, excepto los dueños del poder, tienen que darle al gobierno para que exista, cuando menos, la mitad del fruto de su esfuerzo;  y a cambio solo de ser gobernados. ¡Qué mal negocio para muchos, qué buen negocio para esos pocos!

Y es que el poder político o quienes lo ejercen, no se avienen como usted y yo a «irla pasando»; ellos deben vivir en la cúspide del derroche, de la opulencia, del disfrute de los bienes y servicios que pagamos y ponemos los vasallos a su disposición. ¡Reyezuelos! De hecho, varios pueblos, al extremo de su deshonra, conservan aún, además de Estado y gobierno, vergonzosas castas reales y de inconmensurable privilegio como para  recordarse a sí mismos sus diferentes colores sanguíneos; para identificar a quienes pueden vivir de quienes; y para sentir las cumbres sociales de intocables que cargan sobre sus espaldas.

En nuestro mundito de la llanura, por el contrario, aprendemos a irla pasando. El agricultor que llega a la feria con  sus productos, se va contento porque hoy le alcanzó hasta para el diesel; la semana entrante, ¡ya veremos! Igual el pequeño empresario, feliz porque pagó la planilla y pudo comer. Así el asalariado, el estudiante de escasos recursos… Si no tuvieran que mantener al Estado, habrían trabajado la mitad y ganado el doble; pero así somos los humanos de extraños; con toda la inteligencia que nos dio la naturaleza sabemos hacer de todo, pero no sabemos cómo repartirlo. Llamamos entonces a alguien, que tampoco sabe cómo hacerlo, pero cuyo puesto nos cuesta la mitad de nuestro esfuerzo; el Estado, que son una minoría de señores  que tratan de dirigir la economía y repartir (se) la producción; y ya sabemos los resultados. ¿Por qué? Porque cada período los pueblos eligen gobernantes para que los administren y gobiernen; eligen políticos que saben mucho de politiquería, es decir, saben mentir, engañar, poner trabas, robar, vivir de lo ajeno… y esos señores, ya en el poder, organizan y administran la producción del país y al país entero; y ahora sí que saben de todo. ¡Qué rápido aprenden! ¡Qué impostores!

Cuando los humanos aprendan a pensar se autogobernarán, prescindirán de un Estado o gobierno y vivirán felices; y sobre todo muy naturalmente. La existencia del poder político en cualquiera de sus formas, desde la más tenebrosa dictadura o monarquía, hasta la más candorosa democracia, constituyen los casos más típicos y auténticos de explotación en masa; y por eso el Estado es inmoralmente antinatural. La explotación se constituye así en el sexto pecado capital del  poder político, y es el «metabolismo basal» para su existencia.

Pero, ¿puede haber gobierno sin explotación? ¡Claro que sí! Y aunque pareciera contradicción con todo lo dicho, si interrumpimos ese «ciclo metabólico» formado por impuestos, tributos, robos, prebendas, puestos, privilegios, subvenciones, propaganda, viajes, y mil derroches más; si le pisamos la manguera, y cambiamos la palabra «Estado» por «Organización natural», tendremos orden sin explotación; pero eso es largo de explicar y se nos acabó el espacio, tan solo recordemos que,

 

Es de todos el más grande

De tantos explotadores

El Estado y sus señores;

Pero el Estado no existe,

Con sus ropajes se viste

Un grupo de explotadores.

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