Sería innecesario recordar esto si no fuera porque en los últimos años, en algún sector del medio historiográfico costarricense, se ha difundido un enfoque que propone que para lograr mejores resultados el historiador debe evitar revisar el conocimiento existente sobre el tema y más bien concentrar su atención exclusivamente en el análisis de las fuentes históricas. De esta manera, el sentido profundo del pasado emergería, prácticamente de forma espontánea, de la relación casi mística que el historiador establecería con sus fuentes.
La implementación de esta revolucionaria epistemología, lejos de producir los innovadores resultados pretendidos, ha conducido a que quienes la practican incurran en una innecesaria duplicación de esfuerzos, al demostrar lo que ya estaba demostrado; a que pierdan de vista conexiones fundamentales entre los procesos históricos, ya establecidas en investigaciones previas; y lo que es más grave, a situaciones colindantes con el plagio, dado que se reivindican como propios conocimientos y hallazgos que otros ya habían alcanzado anteriormente.
Indudablemente, todo historiador puede volver a analizar documentos previamente examinados, pero ese análisis debe partir siempre de considerar los resultados obtenidos por quienes lo precedieron en el uso de esas fuentes. Proceder de la manera contraria es condenarse al destino de Sísifo, con el agravante de que, en el ascenso o en el descenso, podría surgir, en cualquier momento, una acusación por plagio.