Decretos inconsultos y concesiones sin adecuados estudios de impacto ambiental y social, entre otras prácticas, confirman que pasamos por una de las peores crisis políticas de nuestra historia: “democracia sin demócratas” (Marcos Roitman)
El nepotismo, el amiguismo y el servilismo están dando al traste con lo que nos queda de democracia en este pequeño país. Estos comportamientos no obedecen solamente a simples voluntades personales mal intencionadas que buscan sacar la mayor ventaja posible de la cosa pública (comerciantes de la política o de los bienes simbólicos del prestigio); tampoco al narcisismo por parte de quienes tienden a rodearse de un séquito de incondicionales aduladores; ni al mesianismo -con sesgos teocráticos- de un liderazgo político autoritario (dictadura en democracia).
Se ha venido creando un marco institucional que legitima al “mal gobierno”. Y conjuntamente se van generando prácticas individuales y colectivas, sancionadas socialmente como válidas y hasta virtuosas, que legitiman culturalmente las acciones antidemocráticas. Así, por ejemplo, quienes formularon el “Memorando del miedo” eran unas mentes brillantes. Y, no es para nada censurable que un partido político se transforme en agencia publicitaria durante el período electoral, abaratando el debate de ideas para manipular (“comprar” vía mensajes propagandísticos) al elector.
Sí, los partidos políticos electoralistas, el Estado clientelista y el mercado liberado de regulaciones actuando a sus anchas, comparten responsabilidades similares cuando se trata de abuso de poder en detrimento de los intereses de las mayorías. Además, con un Estado convertido en administrador a sueldo de los grandes negocios -buena parte transnacionales- tampoco funciona la receta de menos mercado y más Estado.
Efectivamente, como si se tratara de malabaristas de circo, diputados y magistrados, aprueban y desaprueban leyes para ajustarlas a los requerimientos de los sacrosantos tratados comerciales. No importa si con ello se continúa reproduciendo la vieja concepción colonialista que ve al indígena como un “sub-humano”: no merece ser consultado, por ser una “insignificante minoría”.
La alternativa sigue siendo una ciudadanía informada, organizada y participativa. Para ello es fundamental, por una parte, supeditar las estructuras político-electorales al mandato de las organizaciones y movimientos sociales y, por otra, promover un liderazgo político que realce el protagonismo de dichas organizaciones y movimientos. Es decir, un liderazgo que se deje inspirar y orientar por los mejores aportes de la ciudadanía, a la hora de la toma de decisiones.
Este es el gran desafío político: convertir a la ciudadanía organizada en protagonista del nuevo proyecto de república. Y esto no es ninguna novedad. Un coro de voces de la academia, las organizaciones sociales y empresariales han venido clamando hace rato por abrir la mesa del diálogo. Quienes nos han gobernado en las ultimas décadas “tienen oídos y no oyen”.
La gran reforma política que requiere este país hoy, a diferencia de los años 40 y 50 del siglo pasado, pasa más por el diálogo y la concertación entre organizaciones sociales, empresariales y políticas que por el papel protagónico del liderazgo “carismático”.