Saliendo de Siquirres dos niños sorprendieron con la primera muestra de alegría durante una mañana apagada en el Caribe. (Foto: Juan Ramón Soto)
La calma sepulcral y el ánimo descorazonado retrataron la segunda jornada electoral en varios pueblos caribeños.
La noche del 5 de abril Cahuita estaba calladísima. La lluvia que caía desde las 8 hacía suponer que los vecinos guardaron las banderas porque de un día para otro jamás se secarían. Las voces también las guardaron, bien pensado si el objetivo era conservar su fuerza para el día siguiente.
Ese día llegó rápido, quizás por el efecto arrullador de la lluvia, y las puertas de las escuelas se abrieron a las 6 de la mañana. Quince minutos después, a la Escuela Excelencia Cahuita se habían presentado unos cuatro hombres, todos pellizcando la tercera edad y sin señal alguna que nos permitiera adivinar por cuál de los dos candidatos se levantaron temprano.
Uno de ellos es Claudio Reid, quien a sus 70 años no estaba emocionado pero sonreía. “Hay que venir a votar, jamás me he quedado en la casa” y se fue sin más al paso apresurado que le permitía su edad, como adivinando los porqués y el cómo que yo tenía apuntados en la libreta.
De Cahuita nos movimos a Hone Creek y a Bordón, pasada la primera hora, las dos escuelas de esas comunidades estaban desiertas. A las 7:15 a.m. la suma era de 32 votantes entre los tres primeros destinos, donde en total podían votar 3.005 electores. Claro, era temprano y los caminos seguían mojados, las nubes no se habían rendido y parecía que el único carro que estaba recorriendo esos caminos era el nuestro. Junto a nosotros se movían dos chiquillos en bici que parecían escoltar a tres rubias que hablaban en lenguas y los inmortales zancudos.
¿Era la hora y el clima o era la naturaleza de una segunda ronda electoral? Entre lo que podía ser apatía o timidez de los limonenses era difícil obtener la respuesta; sin embargo, alguna pista encontramos en el pueblo de Río Banano a mitad de mañana. Ahí se asentó el matrimonio de Isabel Guzmán y Cristian Solano hace 5 años cuando llegaron a Limón desde Escazú. Ellos finalmente entendieron mis dudas y mi sorpresa sobre lo que para el resto era usual.
“Este es otro mundo”, me dijo Isabel, “aquí no es como allá, vos sabés, que te llaman a la casa, tocan la puerta y aquella fiesta en la calle, aquí no viene nadie”. Uno sabe que Limón no es el Área Metropolitana, pero, ¿ni en el día de las elecciones, Isabel?, ¿ni vinieron a hacer campaña este año, Cristian? No y no, ellos no conocían a los candidatos presidenciales.
Desde ese momento los caminos y el caminar inerte de los votantes adquirió sentido: no estaban guardando las banderas ni conservando la voz para más tarde, es que no tenían ninguna de las dos.
Alejándonos más del Mar Caribe y acercándonos al mediodía, pasamos por Cieneguita y Liverpool: copias casi exactas de la desolada mañana. Como un aviso, justo al salir de Siquirres nos topamos la primera señal de alegría: dos niños en camisetas rojas ondeaban una bandera del PAC al lado de la calle. Nadie les respondió con la bocina, ni nosotros porque queríamos capturar la foto que destacaría en la colección lúgubre que habíamos acumulado.
Los zancudos nos abandonaron cuando entramos a tierras cartaginesas, los zancudos y la desidia. En La Suiza de Turrialba, las señoras verdiblancas nos recibieron con frases lapidarias: “Si nos morimos hoy nos morimos con las botas puestas” y con sospechas fundadas: “Los de la Unidad se fueron con ellos, por eso tienen más carros y más comida para hoy”.
En Turrialba, en Cervantes y en Paraíso de Cartago sí era domingo 6 de abril. Pero claro, seguir la caravana y llegar a Curridabat y a San Pedro era llegar al otro mundo del que hablábamos en Río Banano. A ese mundo al que le pertenecen todas las banderas y donde unos se quedaron con las de la esperanza y unos con la triunfalista, otros se pusieron las del compromiso político y otros hasta las del buen perdedor, el resto las del jolgorio y el fiestón desde buena mañana.
Diez horas buscándolas y al fin las encontramos, eran muchas, eran cientos, aún así, es una lástima que en Costa Rica no se produzca tela para todos.