Otra vez la primera pareja en el nuevo Paraíso del primer hombre y la primera mujer. Así lo insinuás selva adentro mientras cae vegetal el vestido de Pollita Lorimer en la lente del agua. Y nos zambullimos. Así tus manos se dibujan en las mías pero con otro lazo. Ahora es el encuentro de labio a labio prometido por una vendedora de cachivaches en Granada.
O una estudiante de secundaria en Ciudad Quesada. Así el paraíso es un ojo de agua, línea delgada que angosta y ensancha nuevamente el río. ¿Es la línea de tus manos y de mis manos? Es la frontera donde se asoman rostros como la multitud, rostros invisibles como el nagual, para saltar y cruzar al otro lado donde espera ninguna Tierra Prometida. Un pajarito canta entre las hojas de una rama y su canto un silbido, tal vez una llamada, me saca de la historia.
Vuelvo a la otra orilla y comienzo como siempre. La Oda a Rubén es el gran queso de luna, llena siempre, centelleante por el río. Comienzo como finalizan las líneas de tus manos en las mías. Como cascabaleo de palabras en el agua. Líneas delgadas que de todas maneras nos dividen. Se corren o descorren. Se difuminan entre caseríos y pulperías, gasolinas y canoas, playones y bocanas. Líneas colindantemente ambiguas en la espina colonial. Líneas tramadas para la Ruta del Tránsito en un estrecho ciertamente dudoso para la furia dolarizada de un canal. Líneas parpadeantes. Líneas de fuego. Los robles están cuajados de crespas flores nacaradas. Hay un enorme silencio. Todo el ruido del lago lo repite el silencio. ¿Podemos estrecharnos las manos? No has venido y te esperaba. Y la paloma penadora que da un quejido leve, profundo y espaciado que no se sabe de dónde viene, cambia de sitio… Abren las alas las garzas y los pavones. No las detienen las aduanas. Has dicho mucho, y sin embargo, nada.
Alzan el vuelo como en cinemascope. Y un leopardo salta la cañada. No es el tigre de Blake o de Borges, sino un rayo en la niña de los ojos. ¡Nos queda su hálito multitudinario en la imagen! Hálito del flash al atardecer. La paloma Cantora nos mira ahora. No hace falta bajarla del árbol. Frente a frente la penadora. Es el tiempo de los nidos y de los huevos de colores. He regresado del silencio, lo ves. La música de las aves no se interrumpe. Pero hay un mutismo exagerado que se desliza bajo la sombra del viento y el viento se ve en el agua. ¿Si nos encontráramos se enturbiarían las palabras? ¿Y qué diría la paloma? Paloma tora. Paloma posolera. Paloma azul. Paloma patacona. ¿Entre el tumulto desbocado nos escucharía el silencio, el resplandor, el movimiento, el lago abierto…?
Porque más allá del silencio está la caravana en llamas de los que ya no regresan. No es la ruta de la seda el camino más corto para encontrar el barro rojo entre la palma de estas manos. Hay sangre y agua. Lluvia de lágrimas y no de perlas. Marcas profundas en la piedra. Encuentro una piedra como una perla, ¿decís? Sí, el hallazgo ha sido nuestra fortuna. Pero también la horma de los zapatos. Todo lo que se apunta con la lengua del lápiz da hacia nuestros sueños. Pero también va a nuestros pijamas como tu Darío General. O a nuestras pesadillas como las de Sandino, Carlos Fonseca Amador, Juanito Mora o Calufa. Somos de abismos entre sueños. Por eso los cadáveres por el río. Cadáveres y no palabras o trinos. Cadáveres. Tal vez por ello cambian los cauces y las revoluciones, aunque uno se adhiera de último. Porque primero fue Somoza. Callan los poetas y alzan su voz los militares. Danzan las pandillas de chacales y al hermano le remueven las entrañas. Así el paso por estas manos, tus manos que no son las mías, sino las de todos. Las nuestras, densas y ajenas como niebla de ríos y lagos, como la espesa línea volcánica del reencuentro en muros que caen con el polvo de las fronteras. ¿No vendrás? Llévame de las pestañas a las montañas… Monte. Montón. Unidad global. Enciclopedia Universal.
Así este sitio de tumbas y fantasmas, de trasiegos y calmas: idas y venidas, vueltas y revueltas. Así este tiempo de encrucijadas donde la noche ha sido apuñaleada. La poesía es un perro desdentado en una cantina deshabitada. Pero pasaremos más allá del azogue de los veranos y volveremos con la luz en estas manos entrelazadas pues la muerte no interrumpe nada. Y nada concluye concluyentemente porque la historia no nos pertenece. Y si no venís no importa, tu silueta se queda en un parque de mi antigua Granada, en el patio de los limoneros de tu Ciudad Quesada. Trémula. Sofocada por el stablishment. Subastada por los cardenales.
La muerte no interrumpe nada. Es cierto. Nadie se ha ido. Nadie llega. Todos pasan. Todos quedan.
San José, octubre 2004-febrero 2006.
(Todas las citas en cursiva pertenecen al maestro José Coronel Urtecho).
Del libro Kabanga (2008).