Un total de 68 niños, con edades entre los tres y los 18 años, reciben cursos de seguridad ciudadana en la Academia Nacional de Policía.
Tras escuchar el grito de «fiiirmes», una heterogénea fila de niños y niñas de Costa Rica, país que abolió el Ejército en 1949, se forma de inmediato. Bajo la mirada atenta de su comandante, se ponen rígidos, miden la distancia de su compañero próximo con el brazo derecho extendido e inician su desfile marcando el paso con el pie izquierdo.
Uniformados con camisetas y pantalones azules, un total de 68 niños, con edades entre los 3 y los 18 años, visita cada sábado durante cinco horas la Academia Nacional de Policía, donde se entrenan, bajo una
disciplina militar, en materia de seguridad ciudadana para convertirse en seres ejemplares o para ser los policías del mañana.
Estos menores, a cargo de un comandante y una madre de familia,
aprenden todos juntos en la misma aula y con un único maestro por clase.
Los pequeños son entrenados durante tres años bajo normas de conducta
militar, responden a un tono de voz elevado por parte de sus entrenadores, se les prohíbe hablar durante el almuerzo y, si se equivocan, son castigados con cierto número de planchas («lagartijaa») en el patio de la academia.
Los tres profesores de los niños son los mismos policías encargados de
profesionalizar a los efectivos adultos y el programa carece de
profesionales en educación o psicología.
Denominada «Patrulla escolar juvenil policial» y conocida popularmente
como la «Academia de Niños Policías», este plan educativo surgió en 1998 como un programa de extensión de la Academia Nacional de Policía, perteneciente al Ministerio de Seguridad Pública de Costa Rica.
Este ministerio es el encargado de formar a una policía civilista
-fuerza pública- la cual sustituye la carencia de fuerzas armadas. El
proyecto es financiado con fondos estatales, por lo que no tiene ningún costo para los alumnos.
«Siempre he querido ser policía, ese es mi sueño», confesó a la agencia de noticias AFP Gabriel Zúñiga, de 15 años, quien ostenta el título de «distinguido mayor» y es el encargado de dirigir a la mitad del grupo.
Zúñiga considera que el programa lo ha hecho cambiar, pues ahora «soy
mucho más disciplinado» y aunque relata que le gusta mucho bromear con sus compañeros, se molesta cuando son incumplidos «porque tengo que estar pagando (cumplir con castigos de planchas) y por eso me da colerilla, entonces les grito un poco (a los otros niños)».
Para Stephannie Masís, de nueve años, ser miembro de la patrulla le
ha ayudado a ser menos «malcriada y respondona» aunque confesó que la
forma en la que la tratan los maestros «a veces es un poquito fuerte y me duele la cabeza».
La patrulla no ha tenido una difusión masiva, por lo que la mayoría de sus integrantes son familiares o allegados de funcionarios del ministerio, que se han enterado del programa de «boca en boca».
«Nuestro lema es: formemos a la niñez como ciudadano ejemplar y policía de proximidad», declaró el comandante Gerardo Fonseca, quien inició este programa de capacitación inspirado por un proyecto similar que observó en México.
El comandante, a quien sus subalternos saludan bajo el nombre de «mayor», explicó que los pequeños reciben clases teóricas sobre seguridad comunitaria, violaciones y secuestros, drogas, violencia intrafamiliar, cortesía y disciplina y medio ambiente así como clases prácticas de educación física, defensa personal y primeros auxilios.
Según este policía, el programa ha ayudado a algunos niños a superar
problemas familiares y de drogas pero, sobre todo, les ha permitido ser más disciplinados.
«Nuestro país no tiene ejército y aquí no hay militarismo pero sí hay
una formación y una disciplina muy fuerte. Marchar es una cosa normal (…) Muchos nos preguntan ¿Por qué marchan si aquí no hay ejército? Lo que pasa es que no hay que confundir, es una formación, una disciplina», explicó Fonseca.
La AFP trató de conocer la opinión del Ministro de Seguridad, Rogelio Ramos, sobre el programa, pero durante tres días no pudo
atender las llamadas realizadas.