Projeto Morrinho: Un juego para escapar de la muerte y la violencia

Nelcirlan Souza de Oliveira inició con su hermano la construcción de una “minifavela”, que hoy es un proyecto social que trata de sacar a

Nelcirlan Souza de Oliveira inició con su hermano la construcción de una “minifavela”, que hoy es un proyecto social que trata de sacar a la favela Pereira Da Silva de la violencia.

La favela de Pereira Da Silva en Botafogo, Río de Janeiro, no es un lugar turístico. En el laberinto de casas que cubre la montaña, se esconden historias de pobreza, narcotráfico y muerte.

Pero también guarda en sus adentros una monumental “minifavela” hecha de ladrillos pintados de colores, en la que un grupo de jóvenes decidió refugiarse un día  para tratar de escapar de la violencia y la guerra sin fin, entre narcos y policías.

El proyecto “Morrinho” empezó como el juego infantil de dos hermanos que simplemente querían representar en aquellos ladrillos sus vidas, las de las casi 5000 personas que habitan Pereira da Silva, y finalmente la vida de todo Río de Janeiro.

LA PEQUEÑA MONTAÑA

Al llegar al final de la calle Pereira Da Silva, donde se inicia la favela también conocida como “Pereirão”, el taxista dice con cara de susto que aquí no se puede bajar un extraño sin compañía de un local. Hay que llamar entonces a Raniere Dias, quien a los pocos minutos aparece para ser mi guía en el laberinto.

Mientras camino tras él, voy sorteando las inoportunas gradas, las grietas que quiebran el intento de acera y las miradas desconfiadas de unos sujetos que sobre una mesa de madera cuentan cantidades de dinero que no encajan con el lugar. No se puede detener mucho la mirada. 

El asfixiante pasillo de casitas se abre de repente en una curva y ofrece una maravillosa vista de Río y del famoso “Pan de Azúcar”. Tras tomar un poco de aire seguimos subiendo, hasta que letreros de colores neón anuncian el “Projeto Morrinho”.

Las incontables casitas de colores cubrieron la ladera de la casa en que creció Nelcirlan Souza de Oliveira. De niño lo atormentaban el tronar de las balas y las noticias de los muertos, cuando se enfrentaban delincuentes y militares.

En cada casita de estas, una tapa de refresco se convertía en una mesa, una lata podía ser un autobús, y con cuadritos de “Lego” se hicieron las figuritas que representan a la gente: las que tienen un mechón sacado de las tiras de alguna cuerda son mujeres; los que cargan una pistola son narcos o policías, según sea el uniforme.

Todo tiene un significado. El proyecto se llama Morrihno, porque “morro” significa monte o colina, como las que sostienen las muchas favelas de Río. Al ser esta una pequeña favela, la sostiene entonces un pequeño “morrinho”.

Raniere nos explica también que el término “favela” es el nombre de una planta muy común, que se encontraba en las montañas donde se establecieron los primeros asentamientos de este tipo.

“Esto comenzó a finales del 97, aquí, alrededor de la que era nuestra casa. No teníamos mucho espacio para jugar, la comunidad tenía muchos problemas de tráfico de armas y violencia. Para huir de los problemas empecé a crear esto, yo tenía 14 años y mi hermano 8. Al poco tiempo todos querían venir a jugar aquí para distraer la mente”, contó Nelcirlan.

“A veces pasaba horas jugando solo aquí. Después se pasó de boca en boca lo que estaba haciendo, y empezó a llenarse esto de muchachos y de gente que quería venir a jugar. Después empezaron a preguntar cómo participar, y empezaban a traer ladrillos, madera y cosas para poner en el juego”, recordó.

Jugando, la comunidad de Pereira da Silva empezó a contar su historia: su pasado, su presente, sus miedos y anhelos. En el 2001 esto lo descubrieron los cineastas locales Fábio Gavião, Marco Oliveira y Francisco Franca, quienes se decidieron registrar aquellas historias en video.

Fue así como nació “TV Morrinho”, una serie de cortos que se pueden ver dentro de la que fue alguna vez la casa de Nelcirlan y su familia, y que también se pueden encontrar en Internet (puede escanear el código QR colocado en esta publicación para abrir el video en su tableta o teléfono).

Cuando Morrinho empezó a crecer, ya no solo era la historia de Pereira Da Silva: era el retrato de Río de Janeiro. Es así como hay escuelas, hospitales, centros culturales, una “fiesta funky” y muchos “Cristos redentores”, esparcidos en el mar multicolor de los ladrillos.

El escenario dio pie a más historias, y el Proyecto Morrinho empezó a proyectarse en la ciudad, hasta tener un espacio en el Museo de Arte Contemporáneo de la ciudad.  Después dieron el salto al extranjero, al ser invitados a exposiciones en  el Urban World Forum de Barcelona, el Point Ephémère en París y la Bienal de Venecia en el año 2007.

“Yo nunca había salido de Brasil, ni siquiera había salido de Río de Janeiro. Para un grupo de muchachos de una barriada pobre como esta, era sorprendente tener una oportunidad de salir a exponer este juego”, comentó Raniere.

Hoy, Morrinho intenta atraer turistas de Brasil y de todo el mundo. Dicen que su proyecto ayudó a la comunidad a mejorar, pues ya no es tan violenta como antes, pero no deja de ser peligrosa.

“Hoy somos un proyecto social, una organización no gubernamental, que intenta ayudar a la gente de esta comunidad. Esto se inició como un juego de niños, y nunca imaginamos que se convertiría en algo tan grande, que podía ayudarnos a salvar nuestras vidas y nuestro futuro de la violencia”, externa Nelcirlan con evidente orgullo.

El descenso de la favela me causa menos temor. Dentro de Pereira Da Silva, el proyecto Morrinho sigue creciendo y jugando a que la paz, la esperanza y el verdadero desarrollo humano alcance algún día para todos.


La Copa y el Barakaná

Morrinho también tiene su estadio: el “Barakaná”. Alrededor de este se creó una historia muy curiosa, que no parece alejada de la realidad vivida antes de esta Copa del Mundo, en algunas de las sedes de Brasil 2014.

La historia cuenta que una vez el hombre más rico de Brasil quería construir el estadio más grande del mundo: el “Barakaná”, y para esto identificó los terrenos de una comunidad pobre, que se había asentado ahí por varias generaciones.

El empresario buscó un socio local que le ayudara a desalojar aquella comunidad, comprando los terrenos a precios ridículos. La gente, sobre todo los más ancianos, no quisieron vender: “Vivo aquí desde que era niña, no veo porqué tenga que irme ahora”, reclamaba una anciana.

Pero el empresario quería su estadio a cualquier costo, y con ayuda de militares desalojaron a los que todavía se resistían. Bombas y tractores destruyeron la comunidad y sobre sus ruinas se levantó el imponente Barakaná.

El contratista esperaba el 40% de la ganancia el día en que se inauguró el estadio. El hombre rico llegó en su helicóptero y, sin aterrizar, le arrojó una maleta con su paga. La aeronave se fue, y al abrir la maleta el contratista solo encontró un puñado de escombro de la comunidad que había destruido. El empresario se llevó toda la ganancia.


 

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