Una profecía gótica

La inglesa Mary Wollstonecraft nació en 1797, estuvo casada con Percy Bysshe Shelley y debe su fama a la publicación de Frankenstein en 1817. La

La inglesa Mary Wollstonecraft nació en 1797, estuvo casada con Percy Bysshe Shelley y debe su fama a la publicación de Frankenstein en 1817. La creación de un ser vivo a partir de restos de cadáveres humanos, la investigación sobre la piedra filosofal y sobre la energía que desencadena el inicio de la vida, llevan al doctor Frankenstein a descubrir todo lo que se refiere a las leyes que rigen la electricidad, y a desentrañar la naturaleza de nuestras almas, lo que demuestra hasta dónde estamos atados a la prosperidad o a la ruina por lazos apenas imperceptibles.

En 1819, siete años antes de publicar El último hombre, Mary Shelley había concluido Mathilda, novela que no se publicará sino hasta después de su muerte. El tema es el amor incestuoso del padre hacia su hija Mathilda y la huida de este en busca de la soledad y de la muerte. Mathilda, recluida, consciente de que ya el destino está a punto de terminar con ella, se confiesa atrapada en un estado de irritación y además inepta para la vida. La muerte se acerca a Mathilda, llegará en cualquier momento, y se convierte en una desgracia que hiere pero no purifica el corazón; es un dolor que endurece aún más y debilita todo sentimiento.

El último hombre, traducida por Gerardo Piña y publicada por la Universidad Autónoma Metropolitana en tres volúmenes, salió de la imprenta en 1826, recibió elogios en su momento de H.P. Lovecraft, y su acción se inicia después de la segunda mitad del siglo XXI. Es una novela romántica que narra el fin de la monarquía en Inglaterra, las tensiones acumuladas durante mucho tiempo entre Grecia y Turquía que desencadenarán una guerra y los estragos de la peste en el mundo que dejarán un sobreviviente.

Como bien señala Jaime Augusto Shelley en el prólogo, en El último hombre hay por lo menos tres novelas. La vida de las dos parejas de hermanos, el rechazo de la suegra al narrador al no aceptarlo como yerno, los viajes a caballo, como novela de aventuras, las batallas navales, el heroísmo. La parte a la que hace referencia Jaime Augusto Shelley acerca de la propagación de la peste puede compararse a las políticas neoliberales, a los chantajes de las empresas trasnacionales, a la pérdida de soberanía, de lo cual solo un grupo será el sobreviviente.

La novela es la historia de un huérfano y de su hermana. Él confiesa hallarse degradado de su verdadero lugar en la sociedad porque no respeta ninguna ley y su única virtud es nunca darse por vencido. En 2073, luego de recibir muchas presiones, abdica el último rey de Inglaterra y nace la República. Al exmonarca se le concede el título de conde de Windsor y un castillo. En el viaje que más adelante emprenderá el heredero, segundo conde de Windsor, para conocer su propiedad, conocerá también a la pareja de hermanos y así la novela se convierte en un relato sobre la amistad y el efecto que causa en el narrador el descubrimiento de la poesía, de sus creaciones, de su lenguaje, de ese despertar en otra parte, en otro país al convencerse de que después de la lectura hay otro significado en lo que percibe la mirada.

En la novela no desaparecen los enfrentamientos ni las intrigas políticas en la República inglesa. Los candidatos a protector luchan por alcanzar el poder a fin de que haya igualdad en la población y se erradique la pobreza. Así, El último hombre parecerá una obra cercana a la Utopía, de Tomás Moro, a La ciudad del sol, de Campanella, aun cuando muchas páginas nos recuerden las tragedias, las tristezas, la impotencia y la resignación de quienes vivían en Londres en El año de la peste, de Defoe. La diferencia entre esta novela de Mary Shelley y las utopías mencionadas es que la humanidad no ha terminado con las guerras ni con el odio que nace entre las diferentes nacionalidades y las religiones, en este caso entre la cristiana y la musulmana. La lucha política en Inglaterra está encaminada a que sea un lugar en que abunde la fertilidad en el campo, termine el hambre, haya salarios justos y, además, que el avance de la ciencia permita que los hombres viajen a otros sitios con la misma facilidad que los príncipes Houssain, Alí y Ahmed en Las mil y una noches. A esto habría que añadir que el aspecto físico de los hombres sería muy similar al de los ángeles. Ya no habría enfermedades y estaría prohibido que los obreros realizaran trabajos pesados. En esta sociedad, las artes de la vida y el progreso de la ciencia harían que la comida brotara espontáneamente y las máquinas estarían diseñadas para satisfacer las necesidades de la población. Aun así, persistía una inclinación hacia el mal debido a envidias y celos, y el nuevo protector tendría la misión de acercarlos al bien.

Raymond, el protector, se casa con Perdita, la hermana del narrador, y tiene una aventura con una dibujante que le había enviado un diseño para construir un museo de arte. La esposa será presa de una enorme tristeza al enterarse y Raymond se hundirá en el remordimiento. Las decepciones amorosas tienen también su lugar en la narración. Al mismo tiempo, en esa vida en el futuro, Mary Shelley no se planteó el progreso en los campos de la comunicación –continúan el correo y los barcos para enviar la correspondencia–, el transporte –carretas y caballos– y las armas, son las mismas del siglo XIX. La novela es también una trama de pasión, de perdón, de heroísmo, de abandono, de impotencia ante la naturaleza, ante Dios. El destino, lo decretado por el Juez Supremo, “ante quien no vale apelación alguna” y a cuyos designios uno debe someterse, puede hacer que se pierda todo: la vida, el amor y también la gloria. Es preferible una muerte que quede registrada en la Historia para siempre y no vivir la vejez como un desconocido sin honores. Ya en Frankenstein, Mary Shelley había afirmado que “los hombres somos seres incompletos. Vivimos tan sólo a medias si alguien más sabio, mejor que nosotros mismos –lo que debe ser un verdadero amigo– no está a nuestro lado para ayudarnos, para mejorar nuestra débil e imperfecta naturaleza”. Así, para alcanzar la gloria, el poder, el éxito militar, realizar un viaje en que abundan los peligros, se hace necesario contar con un amigo que esté dispuesto a correr los mismos riesgos.

Después de la guerra entre Grecia y Turquía el mundo se encuentra amenazado. La peste se cierne sobre Europa. Un terremoto ha destruido Quito, Ciudad de México ha sucumbido a causa de las tormentas, la peste y la hambruna. La población europea y la estadounidense emigran a Inglaterra, que se colapsa ante la cantidad de refugiados. Aparece la peste y se inicia un éxodo hacia Francia. La peste va segando a todos, está siempre presente, como una máscara de la muerte que luego será roja. Nadie escapará, salvo quien se ha comprometido a dejar para la posteridad su relato como el último hombre, el que reflexiona si podrá resignarse a quedarse solo, sin amor, sin comprensión, en cómo recibir la luz y el calor del sol cada mañana, a pensar en el suicidio, a asumirse siervo de Dios y creer que su obediencia era el resultado de un razonamiento. El último reducto será el océano, el consuelo de navegar para no encontrarse con la peste, rescatar en algunos puertos libros de las bibliotecas que no hayan desaparecido, viajar con Homero, con Shakespeare, pensar que en otro lugar habrá aún más anaqueles llenos de literatura.

El mundo, lo que quede del mundo, será menos triste, menos ingrato en donde haya una biblioteca a la que ingrese este náufrago del mundo.

Tomado de La Jornada

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