Raúl Torres, exiliado chileno: La herida del golpe militar sigue abierta

El catedrático de Historia de la Cultura en la UCR Raúl Torres hizo un recorrido por lo que significó el golpe contra Salvador Allende

El catedrático de Historia de la Cultura en la UCR Raúl Torres hizo un recorrido por lo que significó el golpe contra Salvador Allende hace 40 años. (Foto: José Eduardo Mora)

El 11 de setiembre de 1973, cuando Raúl Torres Martínez (nacido en Santiago de Chile, 1928) llegó a la Universidad Técnica notó que el escenario estaba dispuesto para que el presidente Salvador Allende se dirigiera, desde allí, al estudiantado y a la nación chilena.

Días antes, Allende ya les había comunicado a sus más cercanos colaboradores que desde la Universidad Técnica (donde contaba con un respaldo absoluto por parte de estudiantes y profesores, entre los que se encontraba Torres, quien seis meses más tarde recalaría en Costa Rica, país que se constituyó en su segunda patria) convocaría a un plebiscito para determinar qué querían hacer con el gobierno los chilenos.

La convocatoria, como recordó 40 años después Torres −quien fue el fundador de los seminarios participativos y los cursos libres en la Universidad de Costa Rica (UCR)−, nunca se dio, porque el Palacio de la Moneda fue bombardeado y Allende se suicidó con un escopetazo, a pesar de que los colaboradores que estaban con él le ofrecieron una salida de escape.

Torres, como decenas de chilenos que llegaron al país, se incorporó al sistema educativo costarricense, y desde allí, este destacado grupo ejerció una fluencia positiva que se nota todavía en la vida nacional.

Tras pensionarse, luego de ser catedrático de Historia de la Cultura en la UCR, este chileno, filólogo y graduado del Instituto Pedagógico de Chile −donde también estudiaron figuras como Carlos Monge Alfaro, Isaac Felipe Azofeifa y Carmen Lyra−, aseguró a UNIVERSIDAD que los recuerdos de ese 11 de setiembre fatídico aún siguen vivos en su corazón y su memoria, y que “le resulta muy difícil hablar del tema”.

En efecto, conforme avanza la conversación en su estudio en San Pedro de Montes de Oca, Torres va desgranando poco a poco evocaciones y recuerdos, pero para llegar a cada uno de ellos procura tomar el camino largo, con el afán de que el golpe sentimental, incluso 40 años después, no sea tan demoledor como lo fue en aquel momento, en el que la historia moderna de Chile se partió en un antes y un después de la muerte de Allende.

“Yo creo que la única manera de evitar el golpe que sufrió el Presidente Allende, que por de más era un hombre muy respetado, incluso por la derecha chilena, que en su momento lo había apoyado para que fuera presidente del Congreso, hubiera sido la convocatoria del plebiscito que desde la Universidad Técnica iba a hacer él”, dijo.

Aunque Torres resalta que ya hoy cuenta con la nacionalidad costarricense, así como la chilena, y que está muy agradecido por el recibimiento que le dio el país, las cicatrices de recordar “a muchos hermanos y compañeros asesinados nunca sanan”.

Se estima que durante los años de Pinochet murieron al menos 3000 personas y unas 28.000 sufrieron torturas.

Y es que muy cerca de la Universidad Técnica estaba el Estadio de Chile, a donde llevaron al menos a 1000 empleados de dicho centro de enseñanza, junto con estudiantes, para que los torturaran y mataran a muchos de ellos.

Torres recordó, como bien lo precisa la historia, que entre ellos se encontraba el cantante Víctor Jara, cuyo caso todavía no está cerrado y se buscan vías para que los responsables directos paguen por su crimen.

CLANDESTINIDAD

Aunque conoció a Allende, Torres no era un hombre muy cercano al mandatario, quien, sin embargo, poco antes del golpe −en un intento por aclamar las fuerzas adversas que se concentraban en las universidades que no fueran la Universidad Técnica y la Universidad de Chile (del Estado)− lo había nombrado representante directo del Presidente en el Consejo Superior.

Desde esa trinchera se pretendía hacer un equilibro en ese ámbito, pero la precipitación de los hechos dejó poco margen, y al cuarto día del derrocamiento Torres fue destituido y tuvo que pasar, como miles de chilenos, a la clandestinidad para sobrevivir.

Ya para entonces estaba casado con la escritora Miryam Bustos, quien, como él, desarrollaría su carrera en Costa Rica, donde a través del grupo “Por Chile”, impulsado por el periodista Carlos Morales, mantuvo año con año la solidaridad con sus compatriotas en cárceles chilenas y perseguidos por el régimen del general Augusto Pinochet, quien permaneció en el poder de 1973 a1990.

Cansado de andar de casa en casa, en noviembre de 1973 decide salir de Chile rumbo a Ecuador, pero en la escala a Perú opta por probar suerte en este país, donde disponía de algunos contactos. Ahí le surge la posibilidad de viajar a Costa Rica, país al que aportará sus conocimientos por medio de la cátedra de Historia de la Cultura.

En 1985, y tras 11 años de estar fuera de su país, le llega la noticia de que su padre está muy enfermo, y surge el dilema de si esperar un desenlace fatal en la distancia o jugarse la vida volviendo a la tierra del golpista Pinochet. Regresó a su patria con el corazón convulso y lleno de sentimientos encontrados.

Como era de esperarse, fue interrogado fuertemente a su ingreso por los miembros de seguridad, a tal punto que llegó a temer que lo dejaran detenido; no obstante, pudo completar su viaje y volver a Costa Rica.

Recordó que el contexto en que se suscitó el golpe era tremendamente complejo, por las alianzas que le habían permitido a la Unidad Popular llegar al poder y por el entorno de la Guerra Fría en que estaba inmerso el mundo, con los bandos de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y Estados Unidos, disputándose cada rincón del planeta a favor de su ideología.

A ello hay que agregar que el país en 1973 sufría de un desabastecimiento, que ya empezaba a hacer mella en la población, al tiempo que los organismos de inteligencia norteamericanos, previo estudio, dotaban de recursos a elementos claves, como los transportistas.

En medio de esa confusión de fuerzas, la idea de que un país como Chile sustentara sus bases en una ideología de izquierda −que había accedido al poder por las  urnas y no por las armas−, era una ecuación que, desde luego, no  contaba con la venia de Estados Unidos, que ya para entonces impulsaba la política de seguridad nacional, que derrocaría en el subcontinente a los gobiernos que representaran una amenaza comunista.

Unido a lo anterior, la traición de un sector de la Democracia Cristiana (centro izquierda), que en su momento había propiciado con su voto en el Congreso la asunción de Allende a la presidencia −dado que en la elección popular había ganado por una diferencia de apenas unos 30.000 votos−, hacían todavía más difícil el clima en que se desenvolvía el gobierno.

40 AÑOS DESPUÉS

Cuando el general golpista Pinochet fue detenido en Londres, el 16 de octubre de 1998, con base en una petición del juez Baltasar Garzón, por crímenes contra españoles cometidos tras el golpe de Estado, Torres no podía creer que la vida le permitiera ser testigo de semejante situación.

Pinochet fue acusado por los delitos de terrorismo, genocidio y tortura. “Era, como para persignarse”, dijo con ironía y la alegría de ver entonces al golpista retenido por las autoridades británicas.

Dicho sentimiento es una muestra de que a pesar de haber pasado mucho tiempo, las heridas en los chilenos son múltiples y siguen abiertas en sus conciencias y sus corazones, porque aquel espectáculo del horror, con el Palacio de la Moneda en llamas, con el Presidente muerto y con un país totalmente dividido y vulnerado por las fuerzas militares, no es una imagen que se quede anclada en la memoria, sino que cobra su total vigencia en el presente.

Por eso a lo largo de la entrevista, Torres va sopesando las palabras, las pone en una balanza para que cada una retenga la fuerza expresiva de lo que quiere comunicar, porque el golpe abrió un dolor inmenso, eterno, y tristemente imborrable, a pesar de que los acontecimientos posteriores a la caída del régimen de Pinochet arrojaron algunas luces de esperanza para su querido y amado Chile.

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