· Pero eso del zombie cósmico, ¿no es intolerancia contra quienes creen que el universo está poblado por seres divinos que inciden en los asuntos humanos? Las personas pueden creer lo que quieran, incluso que el universo surgió del cascarón de una cobra sempiterna. Las modernas repúblicas democráticas deben proteger el derecho de las personas a sostener incluso creencias absurdas. Lo que no es admisible, es que las creencias particulares y privadas quieran hacerse pasar por universales. Lo inadmisible es, pues, la universalización de una particularidad.
· Volvamos a la ‘bandera gay’ y corrijamos: no hay tal ‘bandera gay’ (esa sí sería una bandera particular). La bandera izada en Casa Presidencial es más bien la bandera de la diversidad sexual: es decir, la bandera que reconoce que la experiencia sexual humana es diversa. Como tal, es una bandera que reconoce un hecho, no un invento (porque, de hecho, la experiencia sexual humana es diversa). Incidentalmente, se trata de una bandera que reconoce también que la experiencia sexual humana puede ser heterosexual. La heterosexualidad es parte de esa diversidad sexual reconocida en esa bandera. Diversidad significa precisamente eso: que hay variedad, desemejanza, diferencia, y lo que es mejor, abundancia de aspectos de la experiencia sexual.
· Por cierto, la heterosexualidad es también una orientación sexual. Por aquello. O sea, que no es natural. Los seres humanos no son naturales, son históricos. Tampoco es natural andar ropa, o diseñar programas computacionales, ni crear aparatos que vuelan. Quienes apuntan al superado argumento de la naturalidad humana, en realidad quieren convertirnos en perros. Con las disculpas del caso para esos maravillosos animales que son los perros.
· Lo anterior significa que la bandera de la diversidad sexual no representa ningún particularismo. Por tanto, no invita a la exclusión, ni debe ser sólo de interés de unos pocos. Se trata de una bandera universal. Es, por ello, de interés para todas aquellas personas que creen que los derechos humanos deben aplicarse a todas las personas, sin ninguna clase de exclusión arbitraria.
· Sería absurdo afirmar que quienes están detrás de tal izamiento son solamente los gay (el ridículamente llamado y absurdamente temido ‘lobby gay’). Es tan absurdo afirmar eso, como creer que para estar en contra del racismo hay que ser negro o que para luchar por los derechos de las mujeres, hay que ser mujer. Para estar a favor de los derechos humanos universales sólo hay que ser humano.
· Pero ¿no es cierto acaso que esa bandera excluye a quienes ven violentado su ‘derecho’ a discriminar? Esa es precisamente la paradoja de la tolerancia: la tolerancia no lo tolera todo. No puede tolerarse la intolerancia, porque precisamente la intolerancia es lo contrario de la tolerancia. De la misma forma, no puede tolerarse el racismo, ni puede tolerarse el derecho que un grupo particular se invente de exterminar a otros. En este sentido, tampoco puede tolerarse el falso derecho de unos de creer que hay otros que no deben ser sujetos de los mismos derechos. El odio no es un derecho, es una patología. De ahí la paradoja: la tolerancia debe ser en realidad intolerante respecto de aquello que no debe tolerarse.
· Esas confusiones son comunes y se sustentan también en una idea falsa de democracia. Lo ha dicho Isaac Asimov: la idea de que democracia significa que “mi ignorancia es tan valiosa como tu conocimiento”. La idea, al fin y al cabo, de que tengo derecho a ser un ignorante y que se me tome en cuenta como si mis prejuicios fueran conocimiento. Ciertamente, la gente puede ser ignorante, y eso nadie puede impedirlo (sólo la educación y la ciencia). Pero no hay derecho alguno en querer hacer pública y universal esa ignorancia y ese odio que son sólo particulares.
· Finalmente, esto es lo que ha dicho al respecto el Presidente de la República: “Este es el Gobierno de un país que quiere que todos sus habitantes gocen de iguales derechos, como lo consagra nuestra Constitución, como lo hemos dicho al mundo entero, al suscribir las declaraciones de derechos humanos” (LN 17/05/2014). Si usted cree que estas palabras benefician injustamente una lucha particular, que no universal, no tenga pena ajena: tenga pena propia.
· Y una conclusión triste: muchos costarricenses necesitan urgentemente clases de derechos humanos, porque no tienen la menor idea de por dónde va la cosa. Unamuno decía que el fascismo se quitaba leyendo y que el racismo se quitaba viajando. ¿Cuál será el antídoto contra la discriminación sexual?