El actor, director y productor teatral Alfredo Catania falleció el pasado 6 de noviembre. Dejó un legado esencial en el teatro costarricense contemporáneo. Y la imagen imborrable del querido maestro.
Alfredo Catania era un maestro riguroso, exigente, dedicado. Si alguna vez hubo una “época de oro” del teatro costarricense, buena parte de ese oro lo sacó Alfredo Catania con sus manos tenaces de impaciente gambusino.
Disciplina, perseverancia y método son herramientas indispensables para perfeccionar una técnica. Se debe ser exigente con el propio talento, si se tienen cualidades para alguna actividad, entonces hay que potenciarlas con el ejercicio y el entrenamiento.
Así lo explicaba Pato Catania con su voz poderosa y su mirada fulminante.Por sus clases pasaron varias generaciones de actores y en todas dejó su huella de transpiración teatral.
Él era, definitivamente, un hombre de acción. Desde sus inicios fue un convencido de que el teatro debía ir a la gente, al pueblo, como había sido desde su origen.
A principios de los años 70, le compró una carpa al circo de los hermanos Miller y se fue con ella a recorrer el país presentando obras. Ese proyecto de la carpa lo hacía sentirse más cercano a la esencia del teatro.
Cuando se acabaron las giras, que resultaban costosas pues requerían tres camiones para transportar el equipo, y el Ministerio ya no quiso apoyar más el proyecto, instaló la carpa cerca del parque Morazán y siguió dando funciones. Luego tuvo que dejar la carpa y ubicarse en un local en la carretera a San Pedro. Allí mantuvo un repertorio de gran calidad.
LLEGADA A SAN JOSÉ
Cuando los hermanos Alfredo y Carlos Catania llegaron a San José de Costa Rica, procedentes de Argentina, la capital centroamericana les resultó casi pueblerina, pero a la vez tierra fértil para impulsar la profesionalización del teatro.
“Recuerdo que decidimos hacer un periplo por todas las cantinas de San José”, recordaba Alfredo muchos años después, con lo que evidenciaba el interés que ambos tenían en conocer de primera mano al verdadero pueblo costarricense.
“Eh, las cantinas son los mejores lugares para conocer realmente una ciudad”, decía divertido levantando perentorio el dedo índice.
El ambiente un poco aldeano estaba matizado por el ímpetu cultural que tenía en germen la creación de instituciones culturales, incluido el mismo ministerio de Cultura.
Habían llegado a San José, en 1967, para actuar en el Teatro Nacional. Alfredo, su hermano Carlos y su esposa Gladys vinieron para presentar “Historias para ser contadas” del dramaturgo argentino Osvaldo Dragún. Causaron un impacto decisivo que provocó que se quedaran en el país de forma indefinida.
Hacía 10 años que habían fundado en Santa Fe, Argentina, un grupo de teatro llamado “De los 21”, con el cual se fueron a recorrer Latinoamérica haciendo presentaciones. Pero para entonces ya el grupo como tal estaba disuelto, los Catania seguían sin embargo realizando giras, pero la idea de establecer un tiempo en Costa Rica les resultó atractiva.
Desde la dirección de Artes y Letras, del Ministerio de Educación, fueron contratados para fundar y dirigir la Escuela Oficial de Teatro, con lo que se pretendía empezar a impulsar esta disciplina artística.
Inmediatamente se activó el proceso de profesionalización del teatro en Costa Rica. Se creó la Escuela de Artes Dramáticas de la Universidad de Costa Rica, donde también los Catania fueron profesores y, más adelante, con la creación del Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, la Compañía Nacional de Teatro.
Luego Alfredo fue director del Teatro Universitario y Gladys del Taller Nacional de Teatro.
Carlos, aunque se mantuvo activo como actor, buscó desarrollar su carrera como escritor, pese a que fueron la pasión y el poder de convicción de Carlos los responsables de crear ese trío teatral al que tanto debe Costa Rica.
Gladys reconoció años después que fue Carlos quien la invitó a un ensayo del grupo de teatro en Santa Fe y que ahí mismo ella decidió que a eso dedicaría su vida. Por su parte, Alfredo abandonó los estudios de la carrera de Medicina, profesión que ejercía su padre, para entregarse completamente al teatro.
Los Catania marcaron un hito en el teatro costarricense. Alfredo dejó una huella indeleble como maestro, como el actor de grandes dotes tanto en las tablas como en el cine, y su gran trabajo como director con obras memorables como +El martirio del pastor de Samuel Rovinski que llevó a las tablas en 1987 con gran éxito nacional e internacional y que recientemente ha sido estrenada nuevamente bajo la dirección de Luis Fernando Gómez.