EL SER-EN-SÍ
La gratuidad de todo lo que es hace que Roquentin se tropiece con existencias desprovistas de sentido (1979, p. 194). Las cosas surgen como negación, es decir, a partir de la toma de conciencia de sí, pues no son parte de mí. Lógicamente, las cosas no se percatan de que existen, sino tan solo son, sin causa y sin necesidad y, en consecuencia, tampoco son causas de sí mismas. En el proceso de ‘nihilización’ (o ‘neantización’) se anula el objeto para afirmarnos, por ejemplo cuando Roquetin dice: “M. de Rollebon era mi socio: él me necesitaba para ser, y yo los necesitaba para no sentir mi ser” (1979, p. 114). En la negación del otro, también del sujeto, se descubre el propio ser y, con ello, nos cosificamos. Sin embargo, la entificación de las cosas no es motivo suficiente para sostener que ‘existan’ (suposición de la libertad); dado que las cosas muestran lo que son, simplemente ‘parecen’ y más allá de ellas no hay nada: “Ahora sabía: las cosas son en su totalidad lo que parecen, y detrás de ellas…no hay nada” (1979, p. 112). El ser-en-sí es una especie de ser parmenídeo: opaco, macizo, indiferenciado, que se da en un trasfondo nebuloso, puesto que simplemente aparece. Al reconocerse distinto de los objetos, depende de cada uno la ‘esencia’ de los mismos. Frente a la opacidad de las cosas -admitámoslo como Absoluto-, el ser-en-sí es la ininteligibilidad radical.
EL SER-PARA-SÍ
Éste no se determina por el ser, pues la determinación del ser-en-sí no lo agota en virtud de que es esencialmente libre. Mas la libertad no es propia de la esencia humana; corresponde a la estructura del ser consciente. La libertad humana precede a la esencia del hombre y la hace posible. El ser-para-sí involucra la conciencia, la experiencia del cogito (‘pienso’). Por eso la admiración de Roquentin al sentirse: “Mi existencia comenzaba a asombrarme seriamente” (1979, P. 102). Él se ha experimentado como un ser distinto de los otros, a tal punto que se cree en derecho de señalar la inconciencia de la soledad: “Bueno, sí; pero no me correspondía abrirle los ojos” (1979, p. 138). El ser-para-sí acompaña la libertad, asumiéndola va creándose la esencia. Crear la esencia es un frenesí y se huye con el afán de hallar un proyecto que impulse la existencia. En la novela, Roquentin busca justificar su existencia a partir de la obra que desea escribir sobre M. de Rollebon, aunque después se dé cuenta que ningún ser contingente puede dar razón de otro ser contingente. Se trata de llegar a ser-en-sí-para-sí: el hombre es deseo de llegar a ser Dios.
Roquentin fracasa al escribir un libro sobre M. de Rollebon, personaje del siglo XVIII, que tomó parte en el asesinato del Pedro I, pues, además de no conseguir material suficiente en la ciudad de Bouville, busca al hombre de carne y hueso que fue el Marqués lejos de los documentos y concluye que “la existencia humana no es nada permanente, escapa a todo intento de definición” (L. Pollman. (1973) Sartre y Camus. Madrid: Gredos, p. 26). Roquentin abandona su empresa, pues es tan existencialista que pretende definir la existencia de la Existencia, y ante el descontento de tener que estudiar al ‘hombre’ cosificado, se cuestiona a sí mismo, llegando incluso a soslayar su papel de historiador (1979, p. 27). Capaz de adquirir conocimiento de su propia existencia, concluye: ‘Soy nada’, “y no hay nada, nada, ninguna razón para existir” (1979, p. 128). El hombre está siempre pendiente de llevarse a cabo en ese huir del presente con el afán de ser en el mañana.
LA LIBERTAD
El hombre es un no-ya-hecho. Se hace a sí mismo con cada paso que da; no se crea a sí mismo de la nada, lo que llegue a ser depende de sí, de su propia elección. Sólo en este sentido “está condenado a ser libre”, en tanto es consciente. Si es libre, entonces es responsable y, por ende, tiene un compromiso pero no subjetivo, sino que, al elegirse, elige a todos los hombres (Cf. Sartre. (1978) El existencialismo es un humanismo. Buenos Aires: Ed. Sur, p. 19). Esta existencia es autónoma (que traza libremente su propio camino). “Soy libre: no me queda ninguna razón para vivir, todas las que probé aflojaron y ya no puedo imaginar otras” (1979, p. 175).
Junto a la libertad y a la responsabilidad emerge la angustia como un sentimiento de vértigo que hace que, frente al precipicio, el hombre se sienta atraído y repelido por el abismo. La angustia tiene que ver con autodeterminarse libre e incondicionalmente. Pero la aventura como futuro, al hacerse pasado, se fosiliza: “Se llama así, si mal no recuerdo, a la irreversibilidad del tiempo. El sentimiento de la aventura sería, simplemente, el de la irreversibilidad del tiempo” (1979, p. 71). Roquentin, el aventurero, es “un determinista inconsecuente que se supone libre” (F. Jeanson. (1975) Jean-Paul Sartre en su vida. Barcelona: Barral Editores, p. 73).
El hombre es libre tanto como quiera, pero impotente, pues “todo tiende a morir”: “¿A santo de qué tantos árboles todos parecidos, tantas existencias frustradas y obstinadamente recomenzadas y de nuevo frustradas, como los torpes esfuerzos de un insecto caído de espaldas? (Yo era uno de esos esfuerzos.)” (1979, p. 151). La libertad es un valor absoluto; algo así como el absoluto metafísico del cual no se puede escapar. Sólo está la absoluta horizontalidad del ser: “Todo lo que existe nace sin razón, se prolonga por debilidad y muere por casualidad” (1979, p. 151). En este mundo tan ‘regular’, lo esencial es la contingencia, la cual evoca la náusea: “¡Qué desagradable era! Y procedía del guijarro, estoy seguro; pasaba del guijarro a mis manos. Sí, es eso, es eso; una especie de náusea en las manos” (1979, p. 60).
LA POSIBILIDAD IMPOSIBLE
Sartre nos muestra, en La náusea, lo que su discípulo F. Jeanson llama el “factum sobre la contingencia”. La vida es bastante fatua, lo cual queda expresado lapidariamente en la vocación de escritor de Roquentin, quien, para despojarse del sinsentido de la vida, escribe. Los acontecimientos sin interés son el pan del escritor que, vencido por los mismos, se entrega al absurdo de la contingencia. Su motivación muere cuando se encarga de ‘asesinar’ a De Rollebon; muerto el proyecto, él también muere. De nada le vale la libertad absoluta porque, en la misma, al elegir todo, elige nada. Su toma de conciencia de que es una ‘contingencia nihilizada’ le enseña su absurda posibilidad imposible. El puro sentido de la existencia es inmanente: no posee ningún sentido. Es tomar conciencia de la nauseabunda horizontalidad del ser.