La estética del realismo mágico

Por eso no nos ha de extrañar que haya sido el creador no solo de un estilo literario propio y muy personal que lo

Hace algunos meses murió Gabriel García Márquez, el colombiano más universal, el escritor latinoamericano más reconocido de la literatura actual en el mundo entero. Son ya bibliotecas enteras las que se han dedicado a coleccionar no solo sus abundantes obras literarias, sino estudios, tesis académicas, libros, ensayos, reseñas y crónicas de los encuentros y simposios en los que especialistas han dedicado a analizar sus obras y su vida, toda salpicada de anécdotas. García Márquez es un periodista convertido en genial novelista y cuentista. Su obra se expresa estéticamente. Sus escritos son obras de arte literario. No por casualidad fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura, ha recibido honores y merecidos elogios de gobiernos y academias, de editores, escritores, críticos; su huella ha trascendido en el espacio más allá de las fronteras de nuestra lengua y de nuestra geografía. Hoy, Gabriel García Márquez es el escritor más universal, no solo de nuestra América, sino del mundo contemporáneo.

Por eso no nos ha de extrañar que haya sido el creador no solo de un estilo literario propio y muy personal que lo caracteriza como escritor individual, sino también de una corriente estética que le da un lugar destacado en la historia de la literatura regional y universal y personal que lo caracteriza. De ahí que se considera que su manera de escribir sea inconfundible. Con ello quiero decir que García Márquez tiene el incomparable mérito, entre otros, de haber creado una corriente estética, EL REALISMO MÁGICO, imitado y objeto de inspiración en todos los rincones del planeta, no solo en nuestras latitudes. Es el tratar de poner en relieve estos dos aspectos: fondo (historia violenta de Colombia) y forma (estética del realismo mágico) lo que me ha motivado a escribir estas líneas, mezcla de reflexión personal y de tributo de admiración a quien un sinnúmero de amantes de la literatura latinoamericana reconocemos como maestro y genio indiscutible. Como el arte es ante todo su forma (Ruskin), lo primero, tratándose de novelas y relatos, es comenzar por allí para, luego, remontar al fondo o trasfondo que rezuman esas incomparables páginas salida de la pluma del mayor de nuestros escritores latinoamericanos.

CONTEXTO CARIBEÑO

Nuestra América no alcanza su madurez literaria sino a finales del siglo XIX, cuando el último girón del Imperio Español se hundió en las turbulentas aguas del Mar Caribe, con la exitosa culminación de la Guerra de Independencia de Cuba (1898). Es, precisamente, en el Caribe donde aparecen las dos corrientes literarias más originales en la historia de la literatura latinoamericana, gracias al gran aporte de raíz africana que denota la sensibilidad caribeña. Esta sensibilidad ha trascendido nuestras fronteras y hoy tiene una repercusión universal. Me refiero, en concreto, al modernismo que surge a finales del siglo XIX en países caribeños, con el joven poeta Gutiérrez Nájera en México y con el prócer de la independencia y genial intelectual José Martí, y que llega a su plena culminación con la obra poética del nicaragüense Rubén Darío. El modernismo nuestro está a la raíz del lanzamiento de la generación del 98, que renovó literaria, intelectual y políticamente a la anquilosada España del siglo XIX, a través de la obra de uno de sus mas geniales representantes, el gallego Ramón María del Valle Inclán, quien decía con gran lucidez y honestidad que “Darío nos enseñó a los españoles peninsulares a hacer poesía”. A su vez, nuestro modernismo se inspira en la corriente estética más vanguardista de la época, como fueron los poetas parnasianos de Francia. De Baudelaire, padre de la poesía contemporánea, es la célebre sentencia: “Poesía es lo que de música tienen las palabras”.

Pero en el Caribe, gracias a sus raíces culturales afroamericanas, “música” no es lo mismo que lo que por tal entiende la cultura occidental desde que Pan con su flauta fijó la pauta de la estética musical; para la cultura occidental, “música” es, ante todo, melodía (“las armonías de las esferas celestes” de que hablan los pitagóricos), mientras que para las culturas de raíz africana “música” es, ante todo, ritmo. La música no se hizo solo para ser oida solitaria y estáticamente, sino para ser danzada tribalmente, para vivirla no solo con el oído sino también y principalmente con el músculo, no solo para ser objeto de contemplación y regocijo íntimos sino para compartir y conformar un grupo que entra en éxtasis mágico gracias al ritmo avasallador de instrumentos de percusión reiteradamente golpeados. Esta concepción de la estética musical marcará, a su vez, la concepción del arte poético que está a la raíz de la poesía modernista. El ritmo de la métrica modernista es sincopado como en el jazz. Si cuando se entra en el éxtasis de la danza se improvisa, se crea.

En la poesía modernista y, en general, en la prosa de dicha estética, la improvisación es sustituida por la recuperación y el relieve que se da al lenguaje hablado. La poesía no se hizo para ser leída sino declamada de viva voz ante un público arrobado por el encanto mágico y melifluo de una palabra que nace con el autor (“poesía” viene del griego “poesis” que significa “creación”) como Dios-Padre en el primer día del Universo, según el libro del Génesis). Poeta es el creador de palabras y, con ello, de universos, de paraísos oníricos. Poeta es el retorno mediante el discurso poético a los orígenes del universo humano, es decir, del lenguaje como cuando José Arcadio Buendía dio nombre a todos los objetos en Macondo.

La cultura caribeña, cuyo ritmo está haciendo bailar al mundo entero hoy en día, no solo viene de la africana; la cultura caribeña es, como la historia de su civilización, híbrida. Hay allí un amplio mestizaje dada la presencia de todas las potencias coloniales que han ocupado esas innumerables y estratégicas islas, en una guerra ininterrumpida desde la llegada del colonizador europeo y en donde lo geopolítico ha marcado su historia. Todas las culturas que vinieron al Nuevo Mundo provenientes del mundo entero, todos los grupos étnicos, todas las nacionalidades, han hecho del Caribe la región más rica y variada culturalmente de nuestro continente; desde la religión budú hasta las ideas inspiradas en el racionalismo de la filosofía ilustrada están a la raíz de ese mundo abigarrado donde negros y españoles, indígenas y europeos (ingleses, franceses, holandeses y portugueses) se han mezclado con grupos provenientes de ancestrales civilizaciones asiáticas como las provenientes de la India y la China.

MARAVILLOSO REALISMO

Es dentro de este contexto que uno de nuestros más geniales escritores, el cubano Alejo Carpentier, creó a mediados del siglo XX la otra gran corriente estética literaria original de nuestra América, LO REAL MARAVILLOSO. Pero Alejo Carpentier, en muchos aspectos, siguió siendo un occidental. Para él, cuando se hace literatura, lo importante es escribir y no narrar. Su palabra, cuando creaba una novela, era la escrita. Su voz era un eco o resonancia de las páginas de la historia. Su concepción filosófica no era trágica, sino dialéctica. Para él, la historia no es más que el proceso por el cual las masas oprimidas adquieren conciencia de su identidad de grupo, recurriendo incluso a lo único que les toleró, no sin un evidente menosprecio. El amo blanco, como son las ancestrales tradiciones religiosas en todas sus novelas, se evidencia, de manera particular, en +El reino de este mundo, en cuya introducción da a conocer el manifiesto de su nueva estética. En la siguiente novela, +Los pasos perdidos, nos lleva por una especie de itinerario iniciático, en las diversas etapas histórico-culturales, en donde se identifican lo geográfico y lo temporal del Nuevo Mundo. La autoconciencia de los pueblos de nuestra América se ve reflejada en un viaje onírico a las profundidades de nuestra deslumbrante geografía, que muestra una barroca diversidad cultural al lado de una incomparable biodiversidad. Esta misma concepción profusamente imaginada de las raíces no occidentales se nota en la influencia que la música tuvo en su obra. Carpentier fue influenciado por la musicalidad caribeña en su prosa, aunque fue un notable musicólogo, un erudito del arte del barroco europeo, al igual que lo fue de la música y los instrumentos de su Cuba natal.

La estética de LO REAL MARAVILLOSO debe verse como el antecedente inmediato de la estética del REALISMO MÁGICO que otro caribeño, Gabriel García Márquez, forjó. Las similitudes entre ambas reflejan las mismas identidades geográficas y culturales. También se reflejan en su manera de concebir la literatura y cómo se expresan en sus obras. Ambas estéticas pertenecen, como su denominación lo indica, al generado por la corriente REALISTA, pero no se trata en este caso de un realismo europeo, marcado por el positivismo filosófico, el cual define la realidad como hechos objetivos, sino por un “realismo” que se inserta en la historia de nuestros pueblos mestizos. Estamos, por ende, ante una realidad no de cosas, sino de acciones humanas que son producidas no por una causalidad física y mecánica, sino debido a la interacción de fuerzas sociales y de las estructuras que las mismas producen. Su materialidad son los actos humanos cuya comprensión solo es dada por el discernimiento de las intenciones que desde dentro los animan y explican. Con ello, se logra una comprensión más intuitiva que reflexiva, pero igualmente crítica, de la condición humana de esos pueblos sometidos “a cien años de soledad”, expresión inequívoca del sojuzgamiento de sus derechos y libertad soberana debido a siglos de colonialismo y de explotación económica y humillación social y política.

Para penetrar en este universo de culturas ancestralmente marginadas no basta con escudriñar la espacialidad geográfica, sino escudriñar la historia y cómo ésta marca el subconsciente colectivo. La literatura, entendidas así las cosas, debe ser vista como la expresión formal y simbólica de la cruda realidad humana que viven los pueblos caribeños cuya amalgama de etnias y lenguas y culturas las convierte en una especie de muestra en de la mayor parte de los seres que componen la humanidad. Ya Bolívar (otro caribeño) decía que nuestra América es un microcosmos. En su cultura se ve reflejada la cultura de todos los pueblos. Su arte es un diamante cuya refulgencia hace gala de una policromía que nos trasporta en un arrebato o un éxtasis mágico, al igual que sus ritmos y leyendas, al igual que sus inauditas narraciones inspiradas en la versión popular de la concatenación de los hechos que jalonan su increíble e inverosímil historia, en donde el pueblo mezcla su inocencia preadámica con su malicia socarrona, en que lo cómico se amalgama con lo trágico en un realismo que tiene todo lo que hace de la literatura el reino de lo mágico y lo maravilloso.

DESTINO TRÁGICO

Estamos ante una literatura que ha sido forjada por el nacimiento de la cultura de multitud de pueblos unidos en un mismo destino trágico, al borde de un desenlace fatal e inexorable, como en la tragedia griega o en los relatos de Sherazade. Pero aquí no se trata de relatos que han prolongado la vida al filo de la muerte, sino de historias que han llenado nuestros +Cien años de soledad. Esa soledad de nuestros pueblos que solo tiene una causa: la violencia impuesta desde fuera por las potencias imperiales y, desde dentro, por tiranos patriarcas o traidores (Santander) que han ahogado en ríos de sangre los sueños y utopías liberadoras de nuestros próceres, como lo relata García Márquez a propósito de los últimos días del Libertador Simón Bolívar en su única novela histórica +El general en su laberinto. Si, bien, como he señalado, la violencia constituye el horizonte dentro del cual se desenvuelve el universo estético de García Márquez, el tratamiento que le dio no fue siempre el mismo. Al contrario, fue notoriamente diverso, lo cual demuestra tanto una evolución de su concepción de ella cuanto un intento genial por mostrar las diversas y aberrantes aristas de ese trágico destino histórico de nuestros pueblos. Mostrar en sus obras esas etapas o facetas con que Gabo asume la violencia en el fondo de la historia de su pueblo y como trasfondo de su producción literaria es lo que me propongo esbozar a guisa de conclusión.

VIOLENCIA, PODER Y DECADENCIA

En +Cien años de soledad la violencia es asumida míticamente, pues la obra constituye el relato desde la óptica de la historia vivida por la conciencia mágica de los pueblos costeños, tal como ellos la vieron y contaron como experiencia existencial no crítica. Allí, las guerras llevadas a cabo por el coronel Aureliano Buendía –todas perdidas, nos dice el autor con cierta sorna– no son más que anécdotas narradas en polvorientas aldeas costeñas y en quietas, por no decir aburridas, tardes de ensoñaciones caribeñas, por un viejo militar liberal en el ocaso de su vida.

En las obras posteriores, la violencia deja de ser vista míticamente y es asumida por García Márquez como un fenómeno histórico y, por ende, causado por el hombre, tanto desde el punto de vista de la cultura individual que marca las relaciones interpersonales, como desde el punto de vista político en la historia de nuestras independencia y en la configuración de los gobiernos dictatoriales, tan inverosímiles como sanguinarios. En el primer caso, tenemos esa obra maestra, que es la novela corta de carácter policíaco +Crónica de una muerte anunciada. En ella no solo se denuncia la violencia como cultura cotidiana en la vida y muerte de los individuos, sino que Gabo da muestras de una maestría incomparable en el género policíaco, pues el suspenso no está en descifrar la incógnita que acompaña a la búsqueda de la autor del crimen y que resulta ser el individuo menos esperado, sino en la descripción de los detalles que rodearon al acto criminal y en el embeleso de la narración misma. No es el contenido que se cuenta, sino la forma en como se narra. Esta maestría que despliega García Márquez en la narración es una muestra la literatura como valor estético puro, todo dentro de una concepción costumbrista del relato popular que tanta influencia tuvo a inicios del siglo XX en nuestras letras. Vista desde el punto de vista político, la violencia es asumida en dos obras del laureado novelista colombiano, ambas imbuidas de un fuerte tono de denuncia. La primera consiste en una versión crítica en un ambiente marcadamente existencial –por no decir trágico– de los últimos días del Libertador en su obra +El general en su laberinto, en donde hechos del pasado son denunciados como una traición, como fue la del General Francisco de Paula Santander, entre las muchas que sufrió Bolívar, al mismo tiempo que como una denuncia que ve en esos datos de la crónica histórica como la causa de tantos y tantos males que han aquejado, desde entonces, a los sufrido pueblo colombiano. El triunfo de los conservadores que conllevó la derrota del Libertador y la victoria de Santander ha traído como consecuencia el atraso político de Colombia, que no ha logrado, hasta el presente, consolidar un Estado nacional que ejerza su jurisdicción real y formal en todo su territorio. Para Gabo, la historia de su país no solo explica la tragedia del pasado ahíto de sangre y violencia, sino también –y con mayor énfasis– la tragedia del presente. Su denuncia se convierte hoy en un reclamo por acabar con las causas políticas de la opresión y de la sangre que a diario se derrama en su amada patria.

Finalmente, con +El otoño del patriarca, García Márquez inscribe una obra en un subgénero de la novela contra la tiranía iniciada por Valle Inclán como consecuencia de lo que vio y vivió durante el tiempo que estuvo como testigo directo del México insurgente. La novela +Tirano Banderas, del genial gallego, ha inspirado una serie de obras maestras posteriores tales como +El señor presidente del guatemalteco Miguel Ángel Asturias; más tarde, +El recurso del método de Alejo Carpentier, +Yo, el supremo del paraguayo Augusto Roa Bastos y, más recientemente, la novela +La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa, dedicada al ajusticiamiento de dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo. Lo novedoso de la obra de Gabo es que no trata los hechos como una narración política objetiva, sino que se adentra en la conciencia subjetiva del tirano; ve la dictadura latinoamericana como expresión inequívoca de decadencia política y moral, por lo que la aborda desde la perspectiva trágica del propio tirano, como en las mejores obras de la dramaturgia universal, la tragedia griega o Shakespeare. El poder absoluto encarnado en un tirano decrépito física y mentalmente acarrea, en virtud de su deletérea lógica intrínseca, su propia condena y su propio castigo: la soledad.

Mas su decadente y sanguinaria concepción del poder no es más que la expresión de su debilidad patológica, desde el punto de vista psíquico. El tirano es tan solo un neurótico incapaz de haber asumido creativamente en su adolescencia el complejo de Edipo. Por eso, su mano no le tiembla a la hora de ordenar la tortura y el asesinato de sus adversarios, o de someter por el terror de Estado y el genocidio a su pueblo, pero se comporta como un niño imberbe y pusilánime ante su madre. Frente a ella solo es capaz de exclamar con actitud suplicante y con gesto histriónico: “Madre mía Bendición Alvarado”. Exhibir esta ridícula figura del déspota es la venganza del escritor, impotente ante el terror del tirano; pero, gracias a la poderosa arma de su pluma, lo convierte en objeto de ludibrio y escarnio.

En conclusión, a diferencia de Alejo Carpentier, rebosante de optimismo frente a las luchas libertarias de nuestros pueblos, o de Roa Bastos, que reivindica algunas manifestaciones históricas de despotismo, o de Asturias y Vargas Llosa, que hacen de la novela una denuncia frente al despotismo, García Márquez es más clásico en su estética al insertarse en la tradición trágica. La violencia para él es un callejón sin salida. La ancestral soledad de los pueblos de nuestra América es signo de sujeción, por lo que la palabra en boca del oprimido lo libera. El horror y la impotencia se unen para hacer del arte la concreción de una mueca y de un grito desgarrador, pero el arte tiene un sentido y un valor invaluables: es la protesta ante lo que aparece como un hado siniestro de los dioses. ¿Catarsis, como decía Aristóteles del teatro trágico y repite Freud? ¿Gesto de rebeldía de quien define la libertad, como el Mefistófeles del Fausto de Goethe, como la potestad de gritar NO ante lo inexorable? O ¿acto liberador como Sartre al definir la liberad como “la imposibilidad ante lo imposible?… La polisemia del signo lingüístico ofrece por igual la posibilidad de asumir la lectura de la obra imperecedera de Gabriel García Márquez en todas y cada una de esas dimensiones. Es el lector quien ahora tiene la palabra.

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