Un Rey llamado Cocorí

La historia “oficial” no siempre nos revela la “verdad” y menos el heroísmo de algunos valientes que ayudaron a conformar

La historia “oficial” no siempre nos revela la “verdad” y menos el heroísmo de algunos valientes que ayudaron a conformar y defender lo que conocemos hoy como Costa Rica, esa costa tan rica que nos describen los libros de historia, alimentando el mito de quiénes somos y de dónde venimos; por ello es importante conocer bien nuestro pasado, para así poder reconciliarnos con nuestras raíces.

Siendo esta la tarea de todos los que vivimos entre el mar Caribe y el Pacífico, donde detrás de cada costarricense hay una historia que forma parte de nuestra memoria colectiva, sin importar de qué sector del país seamos, ya que cada uno representa una parte de Costa Rica.

Y es así, por lo que hoy considero necesario resaltar la gesta de un Rey convertida en crónica, cuyo nombre fue Cocorí, quien sobrevivió a los escritos del tiempo y hoy cobra vida más allá de las páginas que cuentan sus hazañas, narradas por el escritor nacional Quince Duncan en su libro de próxima publicación “Los pueblos originarios de Siquirres”, acerca de quiénes fueron realmente sus monarcas desde una perspectiva más nuestra y cercana.

De acuerdo con el cronista milanés Girolamo Benzone, el cual ingresó al territorio nacional con los invasores españoles y luego fue testigo de cómo una y otra vez estos fracasaban en sus intentos de conquista, podemos apreciar la otra cara de Cocorí, el Rey, narrada a través de los ojos de este italiano que logró escapar de los fieros Siquirreños, citados por los ibéricos en sus primeras incursiones en 1544 sobre los cacicazgos de la zona del Caribe en la provincia de Limón del Suerre, Pococí y Tariarca, que hoy conocemos como el cantón de Siquirres.

Relatándonos cómo estaban conformados estos clanes por una nobleza, la cual era regente tanto del poder político como del sobrenatural, con una herencia matriarcal muy fuerte, con gran veneración por sus ancestros y donde su conformación socioeconómica giraba en torno al comercio, además de la producción agrícola y la guerra, para así proteger sus territorios, representados por los Reyes Camaquiri y el bravío Cocorí, el cual es el principal protagonista de su propia historia, además de ser muy querido y respetado por todo su pueblo. Tanto que cuando fue capturado por Diego Gutiérrez y reducido a la servidumbre de ser un carguero; aun así mantuvo siempre su dignidad, exclamando “que no sabía de qué casta eran los cristianos que tantas maldades cometían por doquiera que pasaban”, ya que después de capturarlo y torturarlo para que confesara la ubicación de su clan, este se negó rotundamente a pesar del peligro que su vida corría.

Pero, luego su pueblo se vengaría del invasor español que continuaba lidiando con la densidad de la selva y las inclemencias del tiempo, además de la escasez de alimentos, y que pronto fueron arrasados por los mismos indígenas, los cuales lograron enfrentarse con los españoles y liberar así a su Rey Cocorí y a todo el pueblo de Siquirres, echando por la borda los sueños de estos europeos en conquistar y dominar el Caribe costarricense, imponiendo su control por medio de sangre y fuego, para luego saquear las riquezas indígenas e implantar la religión católica.

Sin embargo, la resistencia del Rey Cocorí fue más allá del anhelo ibérico de conquistar los cantones de Siquirres, Guácimo y Pococí, pues nunca se rindieron sus pobladores y hoy, a más de 471 años de historia, el escritor Quince Duncan le devuelve el lugar que se merece al Rey Cocorí en esta Costa Rica multiétnica y pluricultural, donde todos sus habitantes podemos apreciar cómo ni siquiera el paso de los siglos han podido borrar las crónicas de nuestro afamado y aguerrido Cocorí.

Gracias, don Quince, por no dejar que se pierda en la memoria de los costarricenses la historia de un héroe nacional que respira en el corazón de la selva del mágico cantón de Siquirres en la provincia de Limón y nos recuerda cada día que no todo ha sido escrito en la historia de nuestras vidas…

 

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