En las gárgaras del Poás

El Semanario Universidad acompañó a un grupo de vulcanólogos de la UCR en un monitoreo de la actividad volcánica en el cráter del Poás,

El Semanario Universidad acompañó a un grupo de vulcanólogos de la UCR en un monitoreo de la actividad volcánica en el cráter del Poás, un mundo donde las rocas se mueven hacia abajo o arriba de la ladera, dependiendo del humor del monstruo en su interior.

En el cráter casi se puede sentir su respiración, serena e impredecible. El volcán, después de todo, es como un titán sin cadenas que nunca fue encerrado en el Tártaro, el profundo abismo del inframundo de la mitología griega.

El 29 de mayo, un equipo de la Red Sismológica Nacional (RSN) hizo una nueva inspección del cráter para vigilar su temperatura y su química. Durante años, los vulcanólogos han escalado sus paredes para tomar su pulso, leer maravillas o anticipar desastres. La RSN es como una orden nacida en la Universidad de Costa Rica y el Instituto Costarricense de Electricidad, que monta una guardia silenciosa, la más cercana posible, alrededor de la actividad volcánica del país.

En varios descensos al Poás cumplidos en el 2014, estos vigilantes han registrado un aumento de más de 10 grados en la temperatura de la laguna del cráter y una disminución de 110 centímetros en su nivel, equivalente a una pérdida de 58 000 metros cúbicos de agua, suficiente para abastecer de agua durante siete horas a medio millón de personas.

Carlos Ramírez es uno de los vulcanólogos y baqueanos más curtidos por los abismos del volcán Poás; él lidera el descenso a paso firme, con machete en mano, desde hace más de 20 años, al principio como estudiante y ahora como maestro.

El Parque Nacional Volcán Poás es, en realidad, tres volcanes: el cráter Von Frantzius —inactivo y el más viejo—, Botos —una laguna fría que erupcionó por última vez hace 4 mil años— y Laguna Caliente, el gigante activo que acapara la mirada de los turistas.

En el Poás, la vegetación tropical se mezcla con el olor podrido del azufre. Laguna Caliente nació hace un milenio y durante su vida se ha tallado para sí misma un cráter de 300 metros de profundidad.

El camino hacia ella es al principio una procesión secreta en medio de una enmarañada bóveda boscosa que se trifulca con lodazales, piedras y raíces, apoyos o zancadillas para los peregrinos.

El ser un centinela de las alturas y las profundidades exige asumir una apuesta frente al poder de la naturaleza; lo supo Ramírez en el año 2009, cuando el terremoto de Cinchona lo tomó por sorpresa dentro del volcán, y las paredes del cráter caían y se reventaban contra sí mismas.

La Red cuenta con una veintena de vulcanólogos, todos graduados de la Escuela de Geología de la Universidad de Costa Rica, una Orden diminuta al considerar que en Costa Rica hay más de 270 estructuras volcánicas, además de un centenar de volcanes submarinos, la mayoría extintos.

Por eso a Ramírez lo siguen dos ingenieros que se encargarán del proyecto más reciente en el Volcán Poás: instalar un sistema de cámaras infrarrojas para vigilar al coloso las 24 horas del día.

Las cámaras estarán muy cerca de Laguna Caliente. José Pablo Ramírez, uno de los ingenieros, comenta que la propuesta costará unos $150 000 y será la primera vez en Costa Rica que se instalarán cámaras tan adentro de un volcán.

UN CALDERO DE AGUA ÁCIDA

Sin previo aviso, la procesión pasa del bosque a la desolación; como si Tolkien hubiera tomado esa imagen para relatar el paso entre el Bosque de Fangorn y la hueste de Isengard, el camino cambia su verde espeso por la negrura de la ceniza, y el gigante se revela.

El mirador del Parque está en la altura de la montaña, donde un manto de neblina cubre la curiosidad de los visitantes. Abajo, en la falda del cráter, nada disimula sus casi dos kilómetros de diámetro, que lo hacen el volcán tipo géiser más grande del mundo.

Ramírez prohíbe jugar al aventurero para bajar el cráter, en sus partes benevolentes tiene 30 grados de pendiente. Un paso mal pensado puede significar un viaje expreso por las laderas. Para sortear a una fortaleza inexpugnable como el Poás, los visitantes toman distancia entre sí y descienden con lentitud a través de un trillo casi irreconocible que sólo ha marcado la costumbre.

Este camino está hecho para que nadie baje. Desconocer los escalones adecuados haría que cualquier incursión fuera un disparate.

Conforme se desciende todo el horizonte es un muro gris, negro y cobrizo, y todo provoca la sensación de tener monedas en la boca: el ambiente luce, huele y sabe a metales; los expedicionarios, en lugar de ser visitantes, parecen invasores. Es otro mundo, otro planeta, donde el silencio gobierna y las rocas encierran a los sentidos.

Se respira diferente en un agujero cavado a más de 2500 metros sobre el nivel del mar. El aire está sobrecargado con bióxido de azufre, ácido clorhídrico y dióxido de carbono, la receta para náuseas, mareos y asfixia.

Laguna Caliente es como un caldero que se llena de agua de lluvia sobre una fogata. Sin embargo, el azufre que emana del fondo del lago hace que sus aguas sean ácidas —un sorbo sería como catar metal oxidado— y, además, tiene la particularidad de contener todos los elementos químicos del planeta. Sólo una veintena de lagunas volcánicas en el mundo tienen esta misma característica.

La temperatura del lago se acerca a los 50 grados Celsius, como una tina de 300 metros de diámetro, cómodamente caliente, pero que, por su elevada acidez, puede provocar quemaduras leves en la piel.

Hoy el lago tiene apenas unos 10 metros de profundidad. La pérdida del líquido durante 2014 se suma a la reducción ocurrida desde el 2005. Se calcula que, desde ese año, su nivel ha disminuido unos 30 metros debido a la evaporación por el aumento de la temperatura y la reducción de las lluvias. Si toda el agua se disipara, los gases de las fumarolas que yacen en el fondo del lago pasarían directamente a la atmósfera y castigarían con lluvia ácida a los pueblos aledaños.

UNA ERUPCIÓN DESDE PRIMERA FILA

Dentro de un volcán lo único que puede quitarle el protagonismo al silencio es una erupción.

Como si una carga explosiva acabara de cazar algún submarino enemigo, un borbotón de agua turbia se eleva 30 metros sobre la superficie del lago. El estallido provoca un oleaje que resuena por todo el cráter, por todo el mundo, que ahora es un mar.

Estas erupciones son freáticas, las provoca la acumulación de gas, muy diferentes a las temidas erupciones magmáticas, de pura roca fundida.

Luego viene la calma absoluta, y el ciclo se repite.

El volcán Poás es Hades, el dios griego del inframundo, con un comportamiento pasivo-agresivo. Para suerte de la expedición, la deidad no quiso revelar toda su ira; sólo llegaron cuando éste hacía sus gárgaras matutinas.

Los anfitriones de la salida del cráter son el vértigo —que por alguna razón parece agudizarse cuando la vista se limita únicamente a una pared de tierra y rocas— y el cansancio. Los bríos de aventura se pierden en el ascenso.

Los vulcanólogos tomaron fotografías, hicieron mediciones y formularon planes. Ahora deben idear cómo transportarán todo el equipo que requiere la instalación de las cámaras. Bajar la pendiente con una batería de 40 kilogramos sobre la espalda será una proeza helénica.

Dicen que el miedo al volcán se pierde con la rutina y en su lugar se adopta un profundo respeto. Así es como el trabajo se logra, para que nosotros los mortales podamos dormir con la tranquilidad de que alguien vigila al titán sin cadenas.

A espaldas se deja al dios que reposa en un trono de agua, humo y rocas.


Ojos nuevos sobre el Poás


Un nuevo sistema de cámaras de video será el eterno vigilante del volcán Poás.

Desde la primera semana de junio comenzó la instalación de dos cámaras de video que tienen una resolución de 640×480 píxeles, y que transmitirán en tiempo real a través de Internet.

Las cámaras dispondrán de visión térmica, lo cual permitirá un monitoreo completo de la actividad de Laguna Caliente, el lago que está al fondo del gigantesco cráter.

Una de las cámaras estará sobre el nivel del mirador del Parque Nacional, y la segunda estará dentro del cráter, a unos 150 metros de distancia del lago.

Todo el sistema se alimentará con energía solar, que se almacenará en baterías de gel que tienen una vida útil de 7 años, aproximadamente.

José Pablo Ramírez, ingeniero de Termogram, empresa encargada de la instalación, estima que el sistema será completamente funcional para el mes de julio.

El proyecto es financiado por la Red Sismológica Nacional (RSN) y tendrá un costo de $150 000, según declaraciones de la empresa Termogram.


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