Moralmente hablando es una burla a la sociedad en general. Miles de costarricenses le dan el voto a determinado candidato porque consideran que su forma de pensar les favorece, según buscan satisfacer sus necesidades particulares. Pero resulta que ese político, al cual creían fiel a sus principios ideológicos, de un momento a otro crea un nuevo partido o le da la adhesión a otro partido o candidato al cual en la campaña anterior atacaba como contrario a sus propuestas ideológicas. Al asumir este transformismo indeseable, ese político no solo manifiesta su escaso arraigo por sus principios políticos, sino que expresa el poco respeto y admiración por el pueblo costarricense que en un determinado momento le dio su apoyo. Si de ética se trata, quienes consideran que pueden desplazarse de un partido a otro sin el menor pudor, lo único que de ellos queda claro es su falta de principios y su gran vacío en el campo de los valores y de los principios políticos. No se puede migrar de uno a otro bando así porque sí. Un político que se respete a sí mismo y quiera ser respetado, debe poseer un mínimo de ideales éticos que se mantengan por encima de cualquier interés personal.
Desde la perspectiva política, no cabe duda que se hace acreedor del apelativo de traidor, desleal, desertor y vendido. No deja ninguna duda de que se va con quién mejor paga le de. Aparte de eso, pasar de un partido a otro como si nada, lo único que demuestra es el desprecio que este tipo de político tiene por aquellos votantes que un día confiaron en él o en ella, dándole su voto para que luchara por mejorar su condición de vida. La actitud transformista y camaleónica de este tipo de parásito y oportunista político, pone en tela de duda el verdadero fin de la política que es la búsqueda del bien común.
Desde la perspectiva antropológica, el “transfuguismo” o mutación política se manifiesta como un desprecio al ser humano como tal. Lo que menos le interesa a este tipo de transformista político son las necesidades de los seres humanos. La persona como tal pasa a último plano. Las carencias, las privaciones, el dolor y las dificultades propias de los que menos tienen les valen «un pito». Al político «emigrante» le importa poco las necesidades de su pueblo. Se olvidan de que si somos consecuentes con nuestros principios, nuestros valores y nuestra forma de pensar, no podemos navegar sobre las bravuconas y desafiantes olas de la conveniencia y el oportunismo.
Ideológicamente hablando, el «transfuguismo» político es una muestra de la vacuidad y la carencia del ideario político de quienes dicen llamarse representantes del pueblo costarricense. Es una demostración de vaciedad ideológica y una manifestación de la soberbia y el menosprecio con que estos políticos miran a quienes les piden el voto cuando lo necesitan. Es también el transformismo político un síntoma de la decadencia de los partidos tradicionales y de los políticos en particular.
Para terminar, no me queda más que decir que este no es tampoco un aspecto común de un sector determinado. Lo hemos visto en viejas y nuevas generaciones de políticos contemporáneos. Según las publicaciones de la prensa escrita a nivel nacional, hemos leído cómo «El menos malo» se pasa del PUSC al PLN, tres diputados del PASE se pasan a Liberación Nacional. El señor Echandi funda un partido, luego le da su apoyo a la actual presidenta y ahora funda un nuevo partido. Álvarez Desanti se sale de Liberación, funda un partido y luego vuelve a Liberación. Corrales no se le queda atrás. Un señor de Turrialba de apellido Coto hace lo mismo. Y en la Izquierda parece que el virus transformista también tienta la honorabilidad y el prestigio ideológico. En desbandada muchos y muchas de ellas, se han aliado al enemigo buscando la mejor forma de sobrevivir en este maremágnum de insensatez y oportunismo en que se ha convertido la política costarricense.