El enemigo interno

Tengo cerca de 20 años de ser asegurada directa. No había necesitado los servicios de la CCSS hasta hace cinco meses, cuando recibí la

Tengo cerca de 20 años de ser asegurada directa. No había necesitado los servicios de la CCSS hasta hace cinco meses, cuando recibí la orden de internamiento en el hospital Dr. R.A. Calderón Guardia. Fui testigo del invaluable aporte del sistema solidario costarricense y quien se haya atendido comprende perfectamente a qué me refiero. No son necesarios los ejemplos.

También, tuve la suerte de contar con el apoyo del programa PAIS en el convenio CCSS-UCR, y otra vez verifiqué cómo la calidad del servicio dirigido a la salud humana puede aliviar tanto o más que los medicamentos. Desde luego, en ambos lugares no faltó quien esperando turno calificó a la medicina privada “como la mejor” porque “es pagada” (como si el seguro social no lo fuera), o la persona cuya fanática filiación al pesimismo profetizó que esto no tiene arreglo y que, por lo tanto, merecen la pena el cierre y la paulatina privatización de la salud pública.

Con total honestidad confieso que a quienes oí fueron los menos; confieso que a lo que presté mayor atención fue a la actitud agradecida de pacientes y familiares y al compromiso de cada trabajador de la salud; asimismo, me empeciné en recodar qué figuras públicas fueron atendidas por la CCSS mostrando confianza y agradecimiento, y recordé a Rodrigo Carazo Odio, en el Hospital México, y a Abel Pacheco de la Espriella, en el Calderón Guardia. A nadie más. Así fue como comencé mis cavilaciones y supuse que una institución como la CCSS tendría más enemigos internos que externos.

Entonces, perfilé al enemigo interno como aquella persona que hace las tareas al ritmo de “Vicente”, que va directo a la yugular del organigrama para desangrarlo, que aún reconociendo la existencia de mecanismos para recuperar y mejorar los procesos a los cuales se adscribe una institución, sin empacho, baja el breaker para atizar el desorden y la inoperancia; observé que participa de la vieja práctica de “desvestir a un santo para tapar a otro” siguiendo la antiquísima estrategia política de quedar bien con unos y mal con el resto; advertí que “habla en técnico” desestimando el saber de las personas, y en el caso al que me refiero, subestimando el dolor, la necesidad y la convalecencia; figuré que mes a mes cotiza por caridad, porque asiste sus patologías al médico privado; imaginé que sigue instrucciones acording to el presupuesto o asiente sin chistar las indicaciones nacidas del board of directors del BID o del FMI, y supe que una parte de sus ingresos nacen de mi compromiso −y probablemente del suyo− con Hacienda, gracias al desigual, desgastante, mal pagado e injusto trabajo por Servicios Profesionales. En una frase, el enemigo interno vive una contradictio in terminis muy poco saludable.

En consecuencia, aún cuando se vista de Consenso, el enemigo interno no puede defender la institucionalidad, porque −fíjese bien y verá− suele tener un pie en el Estado y otro en el libre mercado, lo que explica por qué cuando camina se tropieza, por qué no marcha sino que empuja, por qué corre y se descalabra. Tal vez por eso, el enemigo interno vive en el anonimato, echándole la culpa al empleado número 999: el sistema, y está bajo el amparo de las formas impersonales “se dice” o “me dijeron”, expresiones tan costarricenses como el serrucho, noveno símbolo nacional y común adorno de escritorio. Hilé fino y detallé que una notable característica de ese enemigo interno es la incoherencia, y que la incoherencia enferma y se enferma, y es tan grave su diagnóstico, que no creo que exista médico o tratamiento alguno que logre paliar sus metástasis, supuraciones y hedores.

Concluí que es una enfermedad que se inoculó en el sistema de seguridad social costarricense y que se arrastró, como una pandemia, hacia las demás instituciones, con todas sus fiebres, caldos, costras, y desvaríos, y desde ahí continúa contagiando a muchos y hartándonos a los demás.

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